Maes, seamos honestos. A la mayoría de nosotros nadie nos enseñó a manejar la plata. Aprendimos a la brava, cuando nos llegó la primera tarjeta de crédito y pensamos que era una extensión mágica del salario. Ahora que se viene el Día del Niño, en vez de solo regalar el chunche de moda, se está hablando de una vara que suena mucho más inteligente a largo plazo: empezar la educación financiera desde que están carajillos. Y no, no es para crear un ejército de mini-corredores de bolsa, sino para evitar que de adultos su vida financiera sea un completo despiche.
La lógica es simple, pero a la vez es algo que se nos olvida. Un güila que entiende desde pequeño que la plata no crece en los árboles, sino que sale del brete de sus tatas, tiene una ventaja enorme. La vara no es solo meterle moneditas a un chancho de cerámica hasta que no le quepa una más. Se trata de darles las herramientas para que tomen decisiones. Que entiendan que si se gastan todo en confites hoy, mañana no van a tener para el sticker que querían. Es enseñarles sobre la paciencia, la responsabilidad y, sobre todo, la libertad que da tener un colchoncito guardado para lo que sea que quieran lograr.
Diay, por ahí leí que el Banco Nacional anda en estas y una asesora financiera, Yadira Ferreto, soltó una frase que me quedó sonando: "Cada conversación sobre dinero representa una oportunidad para sembrar valores". Y tiene toda la razón. No es sentarlos a darles una charla aburridísima sobre el tipo de cambio del dólar. Es aprovechar cuando piden algo para explicarles el costo, es darles una mesada (aunque sea simbólica) y que ellos decidan en qué la gastan y qué guardan. Es enseñarles a ponerse metas. ¡Qué tuanis sería que un chiquito ahorre por su cuenta para comprarse su propio álbum del Mundial! Eso, maes, es una lección que no se olvida.
Pensemos en el futuro. Un adulto que sabe ahorrar, que entiende la diferencia entre una necesidad y un capricho, y que no le tiene pánico a los números, es un adulto con menos estrés y más opciones. Es alguien que puede soñar con comprarse su choza, pegarse un viaje o simplemente vivir tranquilo sin estar hasta el cuello de deudas. Enseñarles a manejar su dinero es, en el fondo, enseñarles a construir un futuro a cachete. Es darles un superpoder que les va a servir toda la vida, mucho más que el último videojuego que en seis meses va a estar agarrando polvo en un rincón.
Al final del día, este es uno de los regalos más cargas que le podemos dar a la nueva generación. No se trata de volverlos materialistas, sino todo lo contrario: se trata de que el dinero sea una herramienta y no el jefe de sus vidas. Que aprendan a valorarlo como un medio para alcanzar sus sueños y no como un fin en sí mismo. La verdad, enseñarles a ser financieramente responsables es otro nivel de cuido y de amor. Es prepararlos para el mundo real, donde saber administrarse es tan vital como saber leer o escribir.
Y ustedes, maes, ¿cómo ven esta vara? ¿En sus casas les hablaban de plata o les tocó aprender a los trancazos ya de grandes? ¡Cuenten sus historias, las buenas y las que terminaron en torta!
La lógica es simple, pero a la vez es algo que se nos olvida. Un güila que entiende desde pequeño que la plata no crece en los árboles, sino que sale del brete de sus tatas, tiene una ventaja enorme. La vara no es solo meterle moneditas a un chancho de cerámica hasta que no le quepa una más. Se trata de darles las herramientas para que tomen decisiones. Que entiendan que si se gastan todo en confites hoy, mañana no van a tener para el sticker que querían. Es enseñarles sobre la paciencia, la responsabilidad y, sobre todo, la libertad que da tener un colchoncito guardado para lo que sea que quieran lograr.
Diay, por ahí leí que el Banco Nacional anda en estas y una asesora financiera, Yadira Ferreto, soltó una frase que me quedó sonando: "Cada conversación sobre dinero representa una oportunidad para sembrar valores". Y tiene toda la razón. No es sentarlos a darles una charla aburridísima sobre el tipo de cambio del dólar. Es aprovechar cuando piden algo para explicarles el costo, es darles una mesada (aunque sea simbólica) y que ellos decidan en qué la gastan y qué guardan. Es enseñarles a ponerse metas. ¡Qué tuanis sería que un chiquito ahorre por su cuenta para comprarse su propio álbum del Mundial! Eso, maes, es una lección que no se olvida.
Pensemos en el futuro. Un adulto que sabe ahorrar, que entiende la diferencia entre una necesidad y un capricho, y que no le tiene pánico a los números, es un adulto con menos estrés y más opciones. Es alguien que puede soñar con comprarse su choza, pegarse un viaje o simplemente vivir tranquilo sin estar hasta el cuello de deudas. Enseñarles a manejar su dinero es, en el fondo, enseñarles a construir un futuro a cachete. Es darles un superpoder que les va a servir toda la vida, mucho más que el último videojuego que en seis meses va a estar agarrando polvo en un rincón.
Al final del día, este es uno de los regalos más cargas que le podemos dar a la nueva generación. No se trata de volverlos materialistas, sino todo lo contrario: se trata de que el dinero sea una herramienta y no el jefe de sus vidas. Que aprendan a valorarlo como un medio para alcanzar sus sueños y no como un fin en sí mismo. La verdad, enseñarles a ser financieramente responsables es otro nivel de cuido y de amor. Es prepararlos para el mundo real, donde saber administrarse es tan vital como saber leer o escribir.
Y ustedes, maes, ¿cómo ven esta vara? ¿En sus casas les hablaban de plata o les tocó aprender a los trancazos ya de grandes? ¡Cuenten sus historias, las buenas y las que terminaron en torta!
