Maes, hablemos de algo que suena a capítulo de serie de drama político, pero está pasando aquí, en nuestra querida Asamblea Legislativa. ¿Se acuerdan del despiche monumental que se armó en la fracción del Partido Liberal Progresista (PLP)? Diay, el que empezó como el tercer partido más grande, con seis curules y un montón de promesas, y terminó con Eli Feinzaig y Gilberto Campos jugando cartas solos en la bancada. De seis, les quedaron dos. ¡Qué torta! Una fuga de legisladores que dejó al partido temblando y con menos peso que un colibrí en una balanza de camiones. Bueno, parece que Feinzaig y compañía aprendieron la lección, aunque fuera a la mala, y ahora vienen con una vara para que no les vuelva a pasar.
La movida es esta: para las elecciones de 2026, todo candidato a diputado por el PLP tendrá que firmar un documento llamado “Mi compromiso con Costa Rica”. Suena súper patriótico, ¿verdad? El chiste es que dentro de ese compromiso hay una cláusula que es, básicamente, un contrato de lealtad con candado. El texto dice, en lenguaje fino, que si un diputado electo por el PLP decide jalar de la fracción para hacerse independiente o irse a otro partido, ¡pum!, tiene que renunciar a su curul. Así de simple. Es un intento desesperado por evitar que la historia se repita y que el rancho, que tanto les costó construir, se les vuelva a quedar vacío a medio mandato.
Según don Eli, la idea es reforzar la identidad del partido y asegurarse de que la gente que llegue con la bandera liberal esté realmente comprometida con el proyecto. O sea, que no vean la curul como un trampolín personal para después decir “adiós, muy buenas” y dejar al partido guindando. Y uno entiende el punto, la verdad. Después de que Diego Vargas, Johanna Obando, Kattia Cambronero y Cynthia Córdoba se declararan independientes, la fractura interna quedó más que expuesta. Fue un golpe durísimo que los dejó casi sin poder de negociación en el Congreso. ¡Qué sal la del PLP en este periodo! Claramente, están intentando ponerle un parche a esa herida antes de que se les vuelva a infectar en el próximo gobierno.
Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo, como diría mi abuela. Legalmente, esta vara es más floja que un tornillo en una licuadora vieja. Ningún acuerdo interno de un partido puede pasarle por encima a la Constitución. Un diputado tiene todo el derecho de declararse independiente si le da la gana, y no hay papelito firmado que lo pueda obligar a renunciar a su curul. El puesto es del diputado, no del partido. Entonces, este “compromiso” es, en realidad, una herramienta de presión moral y política. Es como decirle al futuro legislador: “Mae, fírmeme aquí para que, si se va, todo el mundo sepa que usted es un malagradecido que rompió su palabra”. Es una estrategia para que la presión pública y el costo político de una traición sean tan altos que nadie se atreva a hacerlo.
Al final, la jugada del PLP es un reflejo de su fragilidad. Es un intento por controlar lo incontrolable: la lealtad humana en el salvaje mundo de la política. La pregunta del millón es si esto de verdad va a funcionar o si es puro show para la galería. ¿Servirá para filtrar y atraer solo a los candidatos más fieles? ¿O simplemente será un requisito más que los políticos firmarán sin pensarlo dos veces, sabiendo que, a la hora de la verdad, el papel aguanta lo que le pongan? El tiempo lo dirá, pero la apuesta es alta y el fantasma del fracaso anterior sigue rondando los pasillos del partido. Ahora, la pregunta es para ustedes, maes del foro: ¿Creen que esta estrategia del PLP sirva para algo? ¿Es una movida inteligente para amarrar lealtades o nada más un portillo abierto para que después se arme el mismo zafarrancho de siempre?
La movida es esta: para las elecciones de 2026, todo candidato a diputado por el PLP tendrá que firmar un documento llamado “Mi compromiso con Costa Rica”. Suena súper patriótico, ¿verdad? El chiste es que dentro de ese compromiso hay una cláusula que es, básicamente, un contrato de lealtad con candado. El texto dice, en lenguaje fino, que si un diputado electo por el PLP decide jalar de la fracción para hacerse independiente o irse a otro partido, ¡pum!, tiene que renunciar a su curul. Así de simple. Es un intento desesperado por evitar que la historia se repita y que el rancho, que tanto les costó construir, se les vuelva a quedar vacío a medio mandato.
Según don Eli, la idea es reforzar la identidad del partido y asegurarse de que la gente que llegue con la bandera liberal esté realmente comprometida con el proyecto. O sea, que no vean la curul como un trampolín personal para después decir “adiós, muy buenas” y dejar al partido guindando. Y uno entiende el punto, la verdad. Después de que Diego Vargas, Johanna Obando, Kattia Cambronero y Cynthia Córdoba se declararan independientes, la fractura interna quedó más que expuesta. Fue un golpe durísimo que los dejó casi sin poder de negociación en el Congreso. ¡Qué sal la del PLP en este periodo! Claramente, están intentando ponerle un parche a esa herida antes de que se les vuelva a infectar en el próximo gobierno.
Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo, como diría mi abuela. Legalmente, esta vara es más floja que un tornillo en una licuadora vieja. Ningún acuerdo interno de un partido puede pasarle por encima a la Constitución. Un diputado tiene todo el derecho de declararse independiente si le da la gana, y no hay papelito firmado que lo pueda obligar a renunciar a su curul. El puesto es del diputado, no del partido. Entonces, este “compromiso” es, en realidad, una herramienta de presión moral y política. Es como decirle al futuro legislador: “Mae, fírmeme aquí para que, si se va, todo el mundo sepa que usted es un malagradecido que rompió su palabra”. Es una estrategia para que la presión pública y el costo político de una traición sean tan altos que nadie se atreva a hacerlo.
Al final, la jugada del PLP es un reflejo de su fragilidad. Es un intento por controlar lo incontrolable: la lealtad humana en el salvaje mundo de la política. La pregunta del millón es si esto de verdad va a funcionar o si es puro show para la galería. ¿Servirá para filtrar y atraer solo a los candidatos más fieles? ¿O simplemente será un requisito más que los políticos firmarán sin pensarlo dos veces, sabiendo que, a la hora de la verdad, el papel aguanta lo que le pongan? El tiempo lo dirá, pero la apuesta es alta y el fantasma del fracaso anterior sigue rondando los pasillos del partido. Ahora, la pregunta es para ustedes, maes del foro: ¿Creen que esta estrategia del PLP sirva para algo? ¿Es una movida inteligente para amarrar lealtades o nada más un portillo abierto para que después se arme el mismo zafarrancho de siempre?