Maes, ¿cómo va todo? Estaba navegando por las noticias del día, buscando algo más interesante que el último chisme de la Sele, y me topé con una vara que me dejó pensando. Resulta que el Ministerio de Hacienda, con el ministro Rudolf Lücke a la cabeza, ya soltó los números del Presupuesto Nacional para el 2026. Y agárrense, porque la cifra es de ¢12,79 billones. Sí, con ‘b’ de ‘¡qué montón de plata!’. Esto representa un aumento de ¢387 mil millones con respecto a este año, un platal que, según el gobierno, tiene un destino muy específico y prioritario.
A primera vista, la vara no suena tan mal, para ser honestos. El mismo Lücke dijo que se enfocaron en tres ejes que a todos nos importan un montón: protección social, seguridad y, la joya de la corona, educación. El desglose es bastante claro: Educación se lleva la tajada más grande del queque con ¢200 mil millones extra, Seguridad recibe un empujón de ¢109 mil millones y a Protección Social le tocan ¢50 mil millones. Diay, uno lee eso y piensa: "ok, por lo menos parece que la plata va para donde se ocupa". Meterle ese dineral a la educación, que buena falta le hace, suena a cachete. Y con cómo está la calle, más recursos para seguridad tampoco se le niegan a nadie.
Pero como no todo lo que brilla es oro, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. La pregunta del millón, obviamente, es: ¿de dónde sale toda esa harina? Y la respuesta es lo que me tiene dándole vuelta al asunto. Según el informe, el 61,3% del presupuesto se va a financiar con los ingresos normales del Estado, o sea, nuestros impuestos y todo ese chunche. ¿Y el 38,7% que falta? Pues, adivinaron: pura deuda. Casi 4 de cada 10 colones que se van a gastar en el 2026 son prestados, ya sea pidiendo aquí en el mercado local o afuera. Y ahí es donde se me para la peluca un toque.
O sea, mae, lo entiendo. El país tiene necesidades urgentes y no se puede quedar de brazos cruzados. Por un lado, ¡qué nivel que le metan un presupuesto histórico a Educación! Ojalá esa plata de verdad se vea en las aulas, en mejores salarios para los profes y en menos escuelas cayéndose a pedazos, y no se quede en puro brete de oficina. Pero por otro lado, esa deuda es una sombra que se nos viene encima. Estamos básicamente usando la tarjeta de crédito del país para financiar gastos, y todos sabemos que esa tarjeta, tarde o temprano, hay que pagarla. Y con intereses. Y los que la vamos a terminar pagando somos nosotros y las generaciones que vienen.
Entonces, la conversación se pone más compleja. No es solo celebrar que hay más plata para cosas importantes, sino cuestionar si el modelo es sostenible. ¿Estamos comprando progreso a corto plazo a costa de una soga al cuello en el futuro? Es la eterna pregunta: ¿el fin justifica los medios, o en este caso, la deuda? A mí me queda un sinsabor, una sensación de que es un parche que podría abrir un hueco más grande después. ¿Qué piensan ustedes, maes? ¿Creen que este aumento financiado con deuda es un 'mal necesario' para no quedarnos atrás, o nos estamos jalando una torta a largo plazo que nos va a salir carísima? ¿Se les ocurre otra forma de conseguir esa plata? ¡Los leo!
A primera vista, la vara no suena tan mal, para ser honestos. El mismo Lücke dijo que se enfocaron en tres ejes que a todos nos importan un montón: protección social, seguridad y, la joya de la corona, educación. El desglose es bastante claro: Educación se lleva la tajada más grande del queque con ¢200 mil millones extra, Seguridad recibe un empujón de ¢109 mil millones y a Protección Social le tocan ¢50 mil millones. Diay, uno lee eso y piensa: "ok, por lo menos parece que la plata va para donde se ocupa". Meterle ese dineral a la educación, que buena falta le hace, suena a cachete. Y con cómo está la calle, más recursos para seguridad tampoco se le niegan a nadie.
Pero como no todo lo que brilla es oro, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. La pregunta del millón, obviamente, es: ¿de dónde sale toda esa harina? Y la respuesta es lo que me tiene dándole vuelta al asunto. Según el informe, el 61,3% del presupuesto se va a financiar con los ingresos normales del Estado, o sea, nuestros impuestos y todo ese chunche. ¿Y el 38,7% que falta? Pues, adivinaron: pura deuda. Casi 4 de cada 10 colones que se van a gastar en el 2026 son prestados, ya sea pidiendo aquí en el mercado local o afuera. Y ahí es donde se me para la peluca un toque.
O sea, mae, lo entiendo. El país tiene necesidades urgentes y no se puede quedar de brazos cruzados. Por un lado, ¡qué nivel que le metan un presupuesto histórico a Educación! Ojalá esa plata de verdad se vea en las aulas, en mejores salarios para los profes y en menos escuelas cayéndose a pedazos, y no se quede en puro brete de oficina. Pero por otro lado, esa deuda es una sombra que se nos viene encima. Estamos básicamente usando la tarjeta de crédito del país para financiar gastos, y todos sabemos que esa tarjeta, tarde o temprano, hay que pagarla. Y con intereses. Y los que la vamos a terminar pagando somos nosotros y las generaciones que vienen.
Entonces, la conversación se pone más compleja. No es solo celebrar que hay más plata para cosas importantes, sino cuestionar si el modelo es sostenible. ¿Estamos comprando progreso a corto plazo a costa de una soga al cuello en el futuro? Es la eterna pregunta: ¿el fin justifica los medios, o en este caso, la deuda? A mí me queda un sinsabor, una sensación de que es un parche que podría abrir un hueco más grande después. ¿Qué piensan ustedes, maes? ¿Creen que este aumento financiado con deuda es un 'mal necesario' para no quedarnos atrás, o nos estamos jalando una torta a largo plazo que nos va a salir carísima? ¿Se les ocurre otra forma de conseguir esa plata? ¡Los leo!