¡Ay, comadre! Parece que algunos no aprendieron la lección. Una pareja, doña Campos y don Abarca, ahora tendrán que explicarle al juez qué hacían vendiendo ‘pique’ turbio en Sarapiquí. El Poder Judicial ya mandó la onda y anunció que van a tener juicios aparte esta semana, así que prepárense los que quieren ir a escuchar la vaina.
La historia, amigos, viene rodando desde hace tiempo. Según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), doña Campos estaba armando un negocio en su casa en Puerto Viejo de Sarapiquí, ofreciendo picaduras de marihuana y clorhidrato de cocaína base crack. ¡Imagínate el ambiente! Los vecinos, dicen, estaban harta de tanto movimiento raro y olor a… bueno, ya saben. Tenían razón, ¡qué despiche!
El OIJ, con toda la paciencia del mundo, empezó a hacer vigilancias y hasta compras controladas con un policía tapao’. Dicen que hasta decomisaron unas cuantas cosas a gente que iba directo a comprarle a doña Campos. Con eso, juntándole otras pistas, lograron convencerse de que ella sí andaba metida en esto de la venta de droga. ¡No es cualquier vaina andar traficando, mae!
Y no solo eso, porque también tienen a don Abarca, quien, aparentemente, estaba llevando el negocio a otro nivel. Este señor, según las investigaciones, vendía sus productos en plena calle, cerca de una plaza de deportes en Río Frío. ¡A plena luz del día! Como si nadie estuviera viendo, ¿eh? Era un chunche que andaba aprovechándose del pueblo, sinvergüenza.
Lo que hacen, dice el Ministerio Público, es ofrecerle al cliente base crack, directamente en la esquina. Unas pocas palabras, unos cuantos billetes y listo, transacción completada. Se entiende cómo este tipo de actividades afectan a la comunidad, especialmente a los jóvenes que están buscando un camino recto. ¡Qué pena ajena!
Las autoridades, cansadas de ver cómo don Abarca se hacía rico a costa de la desgracia ajena, hicieron un operativo sorpresa en octubre pasado. Lograron decomisar más evidencia y detenerlo. Ahora, cuatro testigos deberán declarar en su contra en el Tribunal Penal de Sarapiquí. Ya verá, don Abarca, cómo le va en el brete.
Este caso nos recuerda, una vez más, la importancia de estar alertas y denunciar estas situaciones. No podemos permitir que estos personajes se aprovechen de nuestra comunidad y dañen nuestro futuro. Hay que trabajar juntos para construir un país más seguro y justo para todos. Además, muestra la capacidad del OIJ y las autoridades para investigar y llevar ante la justicia a estos delincuentes. ¡Pura vida!
Con todo esto, me pregunto, ¿qué medidas creen ustedes que deberían tomarse para prevenir este tipo de actividades en nuestras comunidades? ¿Es suficiente la presencia policial o necesitamos programas sociales que aborden las causas profundas del problema?
La historia, amigos, viene rodando desde hace tiempo. Según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), doña Campos estaba armando un negocio en su casa en Puerto Viejo de Sarapiquí, ofreciendo picaduras de marihuana y clorhidrato de cocaína base crack. ¡Imagínate el ambiente! Los vecinos, dicen, estaban harta de tanto movimiento raro y olor a… bueno, ya saben. Tenían razón, ¡qué despiche!
El OIJ, con toda la paciencia del mundo, empezó a hacer vigilancias y hasta compras controladas con un policía tapao’. Dicen que hasta decomisaron unas cuantas cosas a gente que iba directo a comprarle a doña Campos. Con eso, juntándole otras pistas, lograron convencerse de que ella sí andaba metida en esto de la venta de droga. ¡No es cualquier vaina andar traficando, mae!
Y no solo eso, porque también tienen a don Abarca, quien, aparentemente, estaba llevando el negocio a otro nivel. Este señor, según las investigaciones, vendía sus productos en plena calle, cerca de una plaza de deportes en Río Frío. ¡A plena luz del día! Como si nadie estuviera viendo, ¿eh? Era un chunche que andaba aprovechándose del pueblo, sinvergüenza.
Lo que hacen, dice el Ministerio Público, es ofrecerle al cliente base crack, directamente en la esquina. Unas pocas palabras, unos cuantos billetes y listo, transacción completada. Se entiende cómo este tipo de actividades afectan a la comunidad, especialmente a los jóvenes que están buscando un camino recto. ¡Qué pena ajena!
Las autoridades, cansadas de ver cómo don Abarca se hacía rico a costa de la desgracia ajena, hicieron un operativo sorpresa en octubre pasado. Lograron decomisar más evidencia y detenerlo. Ahora, cuatro testigos deberán declarar en su contra en el Tribunal Penal de Sarapiquí. Ya verá, don Abarca, cómo le va en el brete.
Este caso nos recuerda, una vez más, la importancia de estar alertas y denunciar estas situaciones. No podemos permitir que estos personajes se aprovechen de nuestra comunidad y dañen nuestro futuro. Hay que trabajar juntos para construir un país más seguro y justo para todos. Además, muestra la capacidad del OIJ y las autoridades para investigar y llevar ante la justicia a estos delincuentes. ¡Pura vida!
Con todo esto, me pregunto, ¿qué medidas creen ustedes que deberían tomarse para prevenir este tipo de actividades en nuestras comunidades? ¿Es suficiente la presencia policial o necesitamos programas sociales que aborden las causas profundas del problema?