¡Ay, Dios mío! Parece que el sueño del tren eléctrico se está arrastrando más que un gato borracho en domingo. Después de un mes de espera, el Poder Ejecutivo finalmente le pasó la bola a la Asamblea Legislativa con el proyecto de ley para el Tren Rápico de Pasajeros (TIBI). Pero, ¿será que este brete realmente nos conviene o nos vamos a llevar otra decepción?
La jugada ahora está en manos de los diputados, quienes tienen que revisar a fondo esos contratos de préstamo con el BCIE y el BEI. Se trata de unos $800 millones, una suma que te hace sudar frío solo de pensarlo. No es pan comido ni churros con chocolate, porque hay que asegurarse de que la tarifa que les van a cobrar al pueblo llore o ría, ya saben, dependiendo.
Paulina Ramírez, la presidenta de la Comisión de Hacendarios, lo dejó claro: “Requerimos de un análisis, tanto de las condiciones como de la parte técnica para ver si efectivamente la tarifa que se va a cobrar es viable para los costarricenses.” Eso significa que se van a rascar las cachas buscando los números, echándole ojo a cada detalle. Ya saben cómo son estos temas, siempre hay alguna letra chica que puede acabar trayéndonos dolores de cabeza.
El proyecto, en teoría, promete revolucionarnos el transporte público. Hablamos de 52 kilómetros de vías dobles electrificadas, 26 estaciones nuevas y otras cuatro renovadas. Además, ¡imagínate!, 28 trenes eléctricos capaces de cargar a 300 personas cada uno. La Línea 1 iría desde Paraíso hasta conectar el Pacífico con el Atlántico, y la Línea 2 uniría el Atlántico con Alajuela Centro. Suena chiva, ¿verdad?, pero hay que ver si la realidad coincide con la propaganda.
Y hablando de billetes, el financiamiento es una vara bastante alta. De esos $800 millones, $550 vendrían del BCIE y $250 del BEI. Además, el Ministerio de Obras Públicas y Transportes se compromete a aportar $26,5 millones, y encima, el Fondo Verde nos regala otros $21,3 millones. ¡Un buen empujoncito! Aunque, si nos ponemos a pensar, ¿de dónde sale todo ese dinero al final? Uno se pregunta, diay…
Algunos expertos ya están levantando cejas, cuestionándose si el costo del proyecto es realmente justificable. Señalan que, aunque el tren pueda reducir la congestión vehicular y disminuir la contaminación, también podría generar un impacto negativo en algunas comunidades locales, especialmente aquellas que dependan de actividades económicas tradicionales como el comercio informal. Además, existe la preocupación de que los retrasos y sobrecostos sean la norma, como ha ocurrido con otras obras públicas en el país. Uno recuerda el caso de aquella carretera que nunca terminó… ¡qué despiche!
La verdad es que uno se queda con la incertidumbre. Por un lado, un sistema de transporte moderno y eficiente sería una bendición para todos. Imaginen poder moverse rápido y cómodo entre las diferentes regiones del país. Pero por otro lado, los riesgos son evidentes: corrupción, ineficiencia, aumentos inesperados en los costos... Tendremos que estar muy pendientes de cómo se desarrolla este proceso legislativo, porque al final, es nuestro bolsillo el que estará pagando la cuenta. Y nadie quiere verse jalando una torta con esto.
Ahora, mi gente, díganme: ¿Creen que el Tren Eléctrico será una verdadera solución para nuestros problemas de movilidad o simplemente otro proyecto inflado que terminará siendo un fiasco? ¿Están dispuestos a pagar más para tener un transporte público más eficiente, o prefieren seguir batallando en la ruta como siempre lo hemos hecho?
La jugada ahora está en manos de los diputados, quienes tienen que revisar a fondo esos contratos de préstamo con el BCIE y el BEI. Se trata de unos $800 millones, una suma que te hace sudar frío solo de pensarlo. No es pan comido ni churros con chocolate, porque hay que asegurarse de que la tarifa que les van a cobrar al pueblo llore o ría, ya saben, dependiendo.
Paulina Ramírez, la presidenta de la Comisión de Hacendarios, lo dejó claro: “Requerimos de un análisis, tanto de las condiciones como de la parte técnica para ver si efectivamente la tarifa que se va a cobrar es viable para los costarricenses.” Eso significa que se van a rascar las cachas buscando los números, echándole ojo a cada detalle. Ya saben cómo son estos temas, siempre hay alguna letra chica que puede acabar trayéndonos dolores de cabeza.
El proyecto, en teoría, promete revolucionarnos el transporte público. Hablamos de 52 kilómetros de vías dobles electrificadas, 26 estaciones nuevas y otras cuatro renovadas. Además, ¡imagínate!, 28 trenes eléctricos capaces de cargar a 300 personas cada uno. La Línea 1 iría desde Paraíso hasta conectar el Pacífico con el Atlántico, y la Línea 2 uniría el Atlántico con Alajuela Centro. Suena chiva, ¿verdad?, pero hay que ver si la realidad coincide con la propaganda.
Y hablando de billetes, el financiamiento es una vara bastante alta. De esos $800 millones, $550 vendrían del BCIE y $250 del BEI. Además, el Ministerio de Obras Públicas y Transportes se compromete a aportar $26,5 millones, y encima, el Fondo Verde nos regala otros $21,3 millones. ¡Un buen empujoncito! Aunque, si nos ponemos a pensar, ¿de dónde sale todo ese dinero al final? Uno se pregunta, diay…
Algunos expertos ya están levantando cejas, cuestionándose si el costo del proyecto es realmente justificable. Señalan que, aunque el tren pueda reducir la congestión vehicular y disminuir la contaminación, también podría generar un impacto negativo en algunas comunidades locales, especialmente aquellas que dependan de actividades económicas tradicionales como el comercio informal. Además, existe la preocupación de que los retrasos y sobrecostos sean la norma, como ha ocurrido con otras obras públicas en el país. Uno recuerda el caso de aquella carretera que nunca terminó… ¡qué despiche!
La verdad es que uno se queda con la incertidumbre. Por un lado, un sistema de transporte moderno y eficiente sería una bendición para todos. Imaginen poder moverse rápido y cómodo entre las diferentes regiones del país. Pero por otro lado, los riesgos son evidentes: corrupción, ineficiencia, aumentos inesperados en los costos... Tendremos que estar muy pendientes de cómo se desarrolla este proceso legislativo, porque al final, es nuestro bolsillo el que estará pagando la cuenta. Y nadie quiere verse jalando una torta con esto.
Ahora, mi gente, díganme: ¿Creen que el Tren Eléctrico será una verdadera solución para nuestros problemas de movilidad o simplemente otro proyecto inflado que terminará siendo un fiasco? ¿Están dispuestos a pagar más para tener un transporte público más eficiente, o prefieren seguir batallando en la ruta como siempre lo hemos hecho?
