Bueno, gente, ¿vieron la última movida del Gobierno con la inseguridad? Anunciaron con bombos y platillos un aumento de un platal, nada más y nada menos que ¢31 mil millones extra para el Ministerio de Seguridad el próximo año. Diay, de primera entrada uno oye eso y piensa que es una buena vara. La cifra total para el 2026 va a andar por los ¢356 mil millones, una cantidad que, según el ministro Mario Zamora, es un crecimiento histórico. La idea es meterle esa plata a más plazas para la Fuerza Pública (1,130 nuevos oficiales), mejores uniformes y más patrullas. Hasta ahí, todo suena bastante lógico, ¿verdad?
Según el ministro, este presupuesto no se lo sacaron de la manga. Fue una mesa de trabajo de tres patas entre el Banco Mundial, Hacienda y el mismo Ministerio. O sea, hubo cabeza detrás de la decisión. La meta que se pusieron es ambiciosa: bajar la tasa de homicidios de casi 17 por cada 100 mil habitantes a 10 para el 2030. Un objetivo que, si se cumple, nos devolvería un poco de la paz que hemos perdido. Además, van a usar otro préstamo de $100 millones del BID para arreglar delegaciones que se están cayendo y montar un nuevo Centro de Mando. A simple vista, el plan parece tener pies y cabeza.
Pero maes, aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Justo cuando uno empieza a pensar que por fin se están poniendo las pilas, el mismo Zamora, casi que con la boca pequeña, nos dice que la plata no es una varita mágica. Soltó una frase que es para enmarcar: "el problema que tenemos es que la situación no solo se resuelve con más policías, porque detenemos más gente, pero quedan libres el mismo día". ¡Qué torta! O sea, el propio jefe de la seguridad del país te está diciendo que ellos pueden hacer su brete, agarrar a los malos, pero que el sistema judicial es una puerta giratoria. Es como intentar llenar un balde sin fondo.
Y para echarle más leña al fuego, sale la diputada del PLN, Paulina Ramírez, a tirar su filazo. Ella, en lugar de aplaudir, cuestiona por qué el ministro no pidió todavía más recursos, diciendo que en estos tres años han dejado que la inseguridad se desborde. La crítica de Ramírez toca un punto sensible: si la crisis es tan grave, ¿por qué no ir con todo? Esto deja una sensación agridulce. Por un lado, tenés al Gobierno celebrando un presupuesto "histórico", y por otro, a la oposición y al mismo ministro admitiendo, directa o indirectamente, que el problema es mucho más profundo y que este aumento podría no ser suficiente.
Entonces, nos quedamos en el medio, como siempre. Tenemos un aumento de presupuesto que es innegablemente grande y necesario. Pero también tenemos las declaraciones de los mismos políticos que nos hacen dudar de si esto va a cambiar algo en el día a día. Si los pacos van a tener más equipo para hacer su trabajo, pero los jueces van a seguir soltando a los detenidos a las pocas horas, ¿de qué sirve? Al final, la pregunta del millón queda en el aire y nos toca a nosotros, los que andamos a pie, ver si esta inversión se traduce en calles más seguras o si solo fue un titular bonito.
¿Ustedes qué creen, maes? ¿Son estos ¢31 mil millones un verdadero punto de quiebre para empezar a ganarle la guerra al narco y al crimen, o es pura bulla para la foto mientras el despiche en las calles sigue igual?
Según el ministro, este presupuesto no se lo sacaron de la manga. Fue una mesa de trabajo de tres patas entre el Banco Mundial, Hacienda y el mismo Ministerio. O sea, hubo cabeza detrás de la decisión. La meta que se pusieron es ambiciosa: bajar la tasa de homicidios de casi 17 por cada 100 mil habitantes a 10 para el 2030. Un objetivo que, si se cumple, nos devolvería un poco de la paz que hemos perdido. Además, van a usar otro préstamo de $100 millones del BID para arreglar delegaciones que se están cayendo y montar un nuevo Centro de Mando. A simple vista, el plan parece tener pies y cabeza.
Pero maes, aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Justo cuando uno empieza a pensar que por fin se están poniendo las pilas, el mismo Zamora, casi que con la boca pequeña, nos dice que la plata no es una varita mágica. Soltó una frase que es para enmarcar: "el problema que tenemos es que la situación no solo se resuelve con más policías, porque detenemos más gente, pero quedan libres el mismo día". ¡Qué torta! O sea, el propio jefe de la seguridad del país te está diciendo que ellos pueden hacer su brete, agarrar a los malos, pero que el sistema judicial es una puerta giratoria. Es como intentar llenar un balde sin fondo.
Y para echarle más leña al fuego, sale la diputada del PLN, Paulina Ramírez, a tirar su filazo. Ella, en lugar de aplaudir, cuestiona por qué el ministro no pidió todavía más recursos, diciendo que en estos tres años han dejado que la inseguridad se desborde. La crítica de Ramírez toca un punto sensible: si la crisis es tan grave, ¿por qué no ir con todo? Esto deja una sensación agridulce. Por un lado, tenés al Gobierno celebrando un presupuesto "histórico", y por otro, a la oposición y al mismo ministro admitiendo, directa o indirectamente, que el problema es mucho más profundo y que este aumento podría no ser suficiente.
Entonces, nos quedamos en el medio, como siempre. Tenemos un aumento de presupuesto que es innegablemente grande y necesario. Pero también tenemos las declaraciones de los mismos políticos que nos hacen dudar de si esto va a cambiar algo en el día a día. Si los pacos van a tener más equipo para hacer su trabajo, pero los jueces van a seguir soltando a los detenidos a las pocas horas, ¿de qué sirve? Al final, la pregunta del millón queda en el aire y nos toca a nosotros, los que andamos a pie, ver si esta inversión se traduce en calles más seguras o si solo fue un titular bonito.
¿Ustedes qué creen, maes? ¿Son estos ¢31 mil millones un verdadero punto de quiebre para empezar a ganarle la guerra al narco y al crimen, o es pura bulla para la foto mientras el despiche en las calles sigue igual?