Mae, ¿cuántas veces hemos estado en estas? Uno abre las noticias y ve el mega operativo del OIJ, los maes encapuchados, las puertas que vuelan y los sospechosos esposados en el suelo. Uno hasta que siente un fresquito, ¿verdad? Un “¡eso, jueputa, al fin!” que le sale del alma. Pero luego, a los días, nos enteramos por la misma prensa que el principal sospechoso quedó libre con medidas cautelares que, seamos honestos, a veces parecen un chiste. Esa montaña rusa de emociones, esa desazón, es el pan de cada día para el tico que ve cómo la inseguridad no da tregua.
Por eso, cuando escuché a Michael Soto, el subdirector del OIJ, decir que él “percibe” que los jueces se están poniendo más severos, tuve que sentarme un toquecito. Según Soto, ahora se están dictando más prisiones preventivas. O sea, la vara es que, en teoría, los jueces están pensando “mejor dejemos a este personaje guardado mientras investigamos, no vaya a ser”. Y uno quiere creerle, de verdad que sí. Nadie quiere más que los que hacen el brete en la calle, los que se la juegan, vean que su esfuerzo vale la pena. Soto mismo reconoce esa frustración generalizada, ese sentimiento de que todo el trabajo se va al traste cuando el sistema suelta a la gente que tanto costó agarrar.
Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Aunque Soto diga que hay “algún compromiso para ser más estrictos”, la realidad que uno vive y siente en la calle es otra. El problema de fondo es que el sistema judicial es un laberinto. A veces dejan a alguien libre no porque el juez sea un alma de la caridad, sino porque el informe venía mal hecho, la prueba se contaminó o el fiscal no supo argumentar el caso. Es un ecosistema completo donde si una pieza falla, todo se cae. Y al final, el ciudadano de a pie lo que ve es el resultado: el mismo tipo que agarraron la semana pasada, anda de nuevo por el barrio. ¡Qué despiche!
Entonces, ¿qué hacemos con las palabras de Soto? ¿Las tomamos como un brote verde de esperanza o como un simple intento de calmar las aguas? Diay, yo me inclino por un escepticismo saludable. Es positivo que una figura como él, desde adentro del OIJ, reconozca la necesidad de mano dura. Pero de ahí a que eso se traduzca en una política sostenida y efectiva en todos los juzgados del país, hay un trecho larguísimo. No es solo un tema de “severidad”, es un asunto de recursos, de capacitación, de leyes claras y, sobre todo, de que todas las partes del sistema (policía, fiscalía y judicatura) jalen para el mismo lado y dejen de jalarse tortas que nos cuestan la paz.
Al final del día, esto no se arregla con percepciones, sino con estadísticas contundentes y, más importante aún, con una sensación de seguridad real en las calles. Mientras sigamos escuchando historias de víctimas que tienen más miedo que sus victimarios, el discurso de la “mayor severidad” va a sonar a música de fondo. Muy bonito, pero no nos soluciona el problema de fondo. Y ahora sí, la pregunta es para ustedes, maes. ¿Ustedes de verdad se tragan ese cuento? ¿Han visto algún cambio real o sienten que es la misma historia de siempre con un par de palabras bonitas? ¡Los leo!
Por eso, cuando escuché a Michael Soto, el subdirector del OIJ, decir que él “percibe” que los jueces se están poniendo más severos, tuve que sentarme un toquecito. Según Soto, ahora se están dictando más prisiones preventivas. O sea, la vara es que, en teoría, los jueces están pensando “mejor dejemos a este personaje guardado mientras investigamos, no vaya a ser”. Y uno quiere creerle, de verdad que sí. Nadie quiere más que los que hacen el brete en la calle, los que se la juegan, vean que su esfuerzo vale la pena. Soto mismo reconoce esa frustración generalizada, ese sentimiento de que todo el trabajo se va al traste cuando el sistema suelta a la gente que tanto costó agarrar.
Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Aunque Soto diga que hay “algún compromiso para ser más estrictos”, la realidad que uno vive y siente en la calle es otra. El problema de fondo es que el sistema judicial es un laberinto. A veces dejan a alguien libre no porque el juez sea un alma de la caridad, sino porque el informe venía mal hecho, la prueba se contaminó o el fiscal no supo argumentar el caso. Es un ecosistema completo donde si una pieza falla, todo se cae. Y al final, el ciudadano de a pie lo que ve es el resultado: el mismo tipo que agarraron la semana pasada, anda de nuevo por el barrio. ¡Qué despiche!
Entonces, ¿qué hacemos con las palabras de Soto? ¿Las tomamos como un brote verde de esperanza o como un simple intento de calmar las aguas? Diay, yo me inclino por un escepticismo saludable. Es positivo que una figura como él, desde adentro del OIJ, reconozca la necesidad de mano dura. Pero de ahí a que eso se traduzca en una política sostenida y efectiva en todos los juzgados del país, hay un trecho larguísimo. No es solo un tema de “severidad”, es un asunto de recursos, de capacitación, de leyes claras y, sobre todo, de que todas las partes del sistema (policía, fiscalía y judicatura) jalen para el mismo lado y dejen de jalarse tortas que nos cuestan la paz.
Al final del día, esto no se arregla con percepciones, sino con estadísticas contundentes y, más importante aún, con una sensación de seguridad real en las calles. Mientras sigamos escuchando historias de víctimas que tienen más miedo que sus victimarios, el discurso de la “mayor severidad” va a sonar a música de fondo. Muy bonito, pero no nos soluciona el problema de fondo. Y ahora sí, la pregunta es para ustedes, maes. ¿Ustedes de verdad se tragan ese cuento? ¿Han visto algún cambio real o sienten que es la misma historia de siempre con un par de palabras bonitas? ¡Los leo!