Mae, ¿ustedes también sintieron que el mundo se iba a acabar la semana pasada? Yo juraba que en cualquier momento se abría el cielo y empezaban a caer cosas raras. Porque seamos honestos, el aguacero y la rayería que nos recetaron entre el 11 y el 17 de agosto no fueron normales. Uno se asoma por la ventana esperando lluvia y termina con un asiento en primera fila para un espectáculo de luces y sonido que ya quisiera cualquier festival de música. Y ahora el ICE, con su paciencia de santo, viene y nos pone el número en la cara: 22,196 descargas atmosféricas. Veintidós mil. Es un número tan salvaje que cuesta hasta imaginarlo. No me extraña que a más de uno se le fuera la luz o que el router decidiera irse de vacaciones permanentes. ¡Menudo despiche!
Lo más curioso de la vara es cómo se distribuyó el concierto. Uno, metido aquí en la comodidad (y la presa) del Valle Central, juraría que nos tocó la peor parte. Pero no. Aunque aquí sonaron 135 bombazos, la verdadera fiesta estaba en el Pacífico Norte, que se llevó 640 descargas. ¡640! Imagínense estar allá, tratando de dormir con esa sinfonía. Pero ojo, que la Zona Norte y el Caribe Sur no se quedaron para nada atrás, con 752 y 741 respectivamente. Prácticamente, el cielo le repartió cariño eléctrico a todo el país por igual. Es la prueba de que, cuando la naturaleza decide ponerse seria, no hay rincón de Tiquicia que se salve. El ICE básicamente nos confirmó lo que ya sabíamos por instinto: esta fue la semana más intensa de agosto, y vaya que se sintió.
Y si el dato de la semana les parece una locura, mejor se sientan para escuchar el acumulado del año. En lo que va de este 2025, ya llevamos 471,041 descargas en el país. ¡Casi medio millón! Diay, con razón vivimos con ese sustillo constante cada vez que el cielo se pone de mal humor. Esto no es un evento aislado, es el pan de cada día de nuestra estación lluviosa. Somos un país donde la atmósfera tiene más energía que un chiquito después de comerse tres algodones de azúcar. Y aunque es un espectáculo impresionante, y hay que admitir que tiene su belleza caótica, no podemos olvidar que este show tiene sus riesgos. ¡Qué carga de aguaceros nos estamos mandando este año!
Aquí es donde entra el agüizote de siempre, el que nos recuerda que esta vara es seria. El ICE no solo cuenta los rayos, también nos recuerda que cada uno de ellos es un peligro potencial. Y no, no es solo el cuento de la abuela de no bañarse o no hablar por teléfono fijo durante la tormenta. Es un riesgo real para la gente y para todos los chunches que tenemos conectados a la pared. La gente del ICE tiene un brete titánico intentando que la red eléctrica aguante semejante paliza, pero al final del día, la prevención empieza en la casa de cada uno. Desconectar lo que no se usa, alejarse de las ventanas y, sobre todo, no jugársela de valiente en campo abierto cuando empieza el escándalo celestial. Mejor quedarse quietito y disfrutar del show desde un lugar seguro.
Al final, estos datos del ICE son más que simples números en un reporte. Son el pulso de nuestro clima, un recordatorio de la fuerza con la que vivimos en este pedacito de tierra. Somos el país del "pura vida", pero también el de los aguaceros que imponen respeto y las tormentas eléctricas que nos dejan con la boca abierta. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Cuál es la historia más salvaje que tienen con un rayo? ¿Les ha quemado algún chunche importante o los ha agarrado en medio de la nada? ¿O son de los que, como yo, se quedan pegados a la ventana viendo el espectáculo con una mezcla de susto y fascinación?
Lo más curioso de la vara es cómo se distribuyó el concierto. Uno, metido aquí en la comodidad (y la presa) del Valle Central, juraría que nos tocó la peor parte. Pero no. Aunque aquí sonaron 135 bombazos, la verdadera fiesta estaba en el Pacífico Norte, que se llevó 640 descargas. ¡640! Imagínense estar allá, tratando de dormir con esa sinfonía. Pero ojo, que la Zona Norte y el Caribe Sur no se quedaron para nada atrás, con 752 y 741 respectivamente. Prácticamente, el cielo le repartió cariño eléctrico a todo el país por igual. Es la prueba de que, cuando la naturaleza decide ponerse seria, no hay rincón de Tiquicia que se salve. El ICE básicamente nos confirmó lo que ya sabíamos por instinto: esta fue la semana más intensa de agosto, y vaya que se sintió.
Y si el dato de la semana les parece una locura, mejor se sientan para escuchar el acumulado del año. En lo que va de este 2025, ya llevamos 471,041 descargas en el país. ¡Casi medio millón! Diay, con razón vivimos con ese sustillo constante cada vez que el cielo se pone de mal humor. Esto no es un evento aislado, es el pan de cada día de nuestra estación lluviosa. Somos un país donde la atmósfera tiene más energía que un chiquito después de comerse tres algodones de azúcar. Y aunque es un espectáculo impresionante, y hay que admitir que tiene su belleza caótica, no podemos olvidar que este show tiene sus riesgos. ¡Qué carga de aguaceros nos estamos mandando este año!
Aquí es donde entra el agüizote de siempre, el que nos recuerda que esta vara es seria. El ICE no solo cuenta los rayos, también nos recuerda que cada uno de ellos es un peligro potencial. Y no, no es solo el cuento de la abuela de no bañarse o no hablar por teléfono fijo durante la tormenta. Es un riesgo real para la gente y para todos los chunches que tenemos conectados a la pared. La gente del ICE tiene un brete titánico intentando que la red eléctrica aguante semejante paliza, pero al final del día, la prevención empieza en la casa de cada uno. Desconectar lo que no se usa, alejarse de las ventanas y, sobre todo, no jugársela de valiente en campo abierto cuando empieza el escándalo celestial. Mejor quedarse quietito y disfrutar del show desde un lugar seguro.
Al final, estos datos del ICE son más que simples números en un reporte. Son el pulso de nuestro clima, un recordatorio de la fuerza con la que vivimos en este pedacito de tierra. Somos el país del "pura vida", pero también el de los aguaceros que imponen respeto y las tormentas eléctricas que nos dejan con la boca abierta. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Cuál es la historia más salvaje que tienen con un rayo? ¿Les ha quemado algún chunche importante o los ha agarrado en medio de la nada? ¿O son de los que, como yo, se quedan pegados a la ventana viendo el espectáculo con una mezcla de susto y fascinación?