¡Ay, Dios mío, qué pesar! La noticia sacudió hasta el centro de San José, y vaya que acá estamos acostumbrados a malas noticias. Resulta que Bárbara Yabeta, una chama joven llena de sueños y cuentas chéveras en Instagram, se fue del mundo gracias a una bala perdida allá en Río de Janeiro. Un viernes cualquiera, como decimos nosotros, se convirtió en una tragedia para su familia y amigos.
Y es que la pobre Bárbara, con sus 28 añitos, andaba trabajando en un banco y dedicándole tiempo a sus pasiones: viajar, hablar de bienestar y compartir su vida con sus seguidores. Se veía feliz, ¿saben? Esa energía positiva que transmite uno cuando realmente disfruta lo que hace... ahora se apagó en un instante, atrapada en medio de un tiroteo entre grupos peligrosos.
Según cuentan los testigos, el taxista, tratando de escapar del peligro, terminó llevándola directo al destino final. Imagínense el susto, la confusión… Uno nunca piensa que una simple carrera por la ciudad puede convertirse en una pesadilla así. Los doctores hicieron lo que pudieron, pero la bala, pues ya sabe, hizo mucho daño. Y ahí quedó, una vida truncada por la irresponsabilidad de unos pocos.
Pero esto, señoras y señores, no es un caso aislado. Allá en Río, la violencia anda desenfrenada, como un río crecido que arrasa con todo a su paso. Según datos del Instituto Fogo Cruzado, la cantidad de personas alcanzadas por balas perdidas se disparó en los últimos meses. ¡Es de pelos! Ya ni se puede caminar tranquilo por la calle sin pensar si nos va a tocar recibir una bala errante.
Su tía, Ângela Turck de Ávila, le soltó unas verdades bien gordas a la prensa, preguntándose dónde quedaron los derechos humanos de Bárbara. Y tiene razón, ¿eh? Cuando la víctima es una persona común y corriente, muchas veces el asunto se queda en el olvido. ¡Qué sal! Parece que la justicia tarda en llegar cuando no hay un escándalo mediático detrás.
Esta vara de la inseguridad ciudadana nos afecta a todos, y no solo allá en Brasil. Acá en Costa Rica, aunque no estemos igual de violentos, tampoco podemos dormirnos en los laureles. Hay que exigir a nuestros gobernantes que tomen cartas en el asunto, que inviertan en seguridad, que pongan orden en nuestras calles y barrios. No queremos que la historia de Bárbara se convierta en la norma.
Y es que la muerte de Bárbara Yabeta nos recuerda que detrás de cada estadística hay una persona, una familia, un futuro que se pierde. Era una joven con metas, con proyectos, con ganas de aportar al mundo. Ahora, todo eso se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Que sirva este triste episodio para que nos concienciemos y exijamos cambios reales. No podemos seguir viviendo con miedo, con la incertidumbre constante de si vamos a regresar a casa sanos y salvos.
En fin, qué pena grandísima. La vida de Bárbara nos deja una reflexión amarga: ¿Hasta cuándo tendremos que ver cómo la violencia arrebata vidas inocentes? ¿Qué medidas urgentes debemos tomar desde ya para proteger a nuestras familias y construir una sociedad más segura y justa para todos?
Y es que la pobre Bárbara, con sus 28 añitos, andaba trabajando en un banco y dedicándole tiempo a sus pasiones: viajar, hablar de bienestar y compartir su vida con sus seguidores. Se veía feliz, ¿saben? Esa energía positiva que transmite uno cuando realmente disfruta lo que hace... ahora se apagó en un instante, atrapada en medio de un tiroteo entre grupos peligrosos.
Según cuentan los testigos, el taxista, tratando de escapar del peligro, terminó llevándola directo al destino final. Imagínense el susto, la confusión… Uno nunca piensa que una simple carrera por la ciudad puede convertirse en una pesadilla así. Los doctores hicieron lo que pudieron, pero la bala, pues ya sabe, hizo mucho daño. Y ahí quedó, una vida truncada por la irresponsabilidad de unos pocos.
Pero esto, señoras y señores, no es un caso aislado. Allá en Río, la violencia anda desenfrenada, como un río crecido que arrasa con todo a su paso. Según datos del Instituto Fogo Cruzado, la cantidad de personas alcanzadas por balas perdidas se disparó en los últimos meses. ¡Es de pelos! Ya ni se puede caminar tranquilo por la calle sin pensar si nos va a tocar recibir una bala errante.
Su tía, Ângela Turck de Ávila, le soltó unas verdades bien gordas a la prensa, preguntándose dónde quedaron los derechos humanos de Bárbara. Y tiene razón, ¿eh? Cuando la víctima es una persona común y corriente, muchas veces el asunto se queda en el olvido. ¡Qué sal! Parece que la justicia tarda en llegar cuando no hay un escándalo mediático detrás.
Esta vara de la inseguridad ciudadana nos afecta a todos, y no solo allá en Brasil. Acá en Costa Rica, aunque no estemos igual de violentos, tampoco podemos dormirnos en los laureles. Hay que exigir a nuestros gobernantes que tomen cartas en el asunto, que inviertan en seguridad, que pongan orden en nuestras calles y barrios. No queremos que la historia de Bárbara se convierta en la norma.
Y es que la muerte de Bárbara Yabeta nos recuerda que detrás de cada estadística hay una persona, una familia, un futuro que se pierde. Era una joven con metas, con proyectos, con ganas de aportar al mundo. Ahora, todo eso se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Que sirva este triste episodio para que nos concienciemos y exijamos cambios reales. No podemos seguir viviendo con miedo, con la incertidumbre constante de si vamos a regresar a casa sanos y salvos.
En fin, qué pena grandísima. La vida de Bárbara nos deja una reflexión amarga: ¿Hasta cuándo tendremos que ver cómo la violencia arrebata vidas inocentes? ¿Qué medidas urgentes debemos tomar desde ya para proteger a nuestras familias y construir una sociedad más segura y justa para todos?
