Mae, la cosa está así de simple, o al menos así la quiere pintar el ministro de Seguridad, Mario Zamora. El hombre anda que echa chispas con el sistema judicial y la legislación del país, y su última idea suena a capítulo de serie de narcos: si usted es compa de un criminal, para adentro va. Así, sin más. Ya no se trataría de probar que usted mató, robó o vendió un kilo de coca, sino simplemente de demostrar que usted pertenece a la estructura, que es parte del “crew” de algún maleante como el famoso alias “Diablo”. ¡Qué despiche se armaría!
La inspiración de Zamora, según él mismo contó, viene directo de Italia y su legendaria lucha contra la mafia. Suena como sacado de una película, ¿verdad? El ministro argumenta que los italianos estaban en las mismas que nosotros: un sistema judicial que se revelaba inefectivo, donde los capos se encargaban de desaparecer testigos, alterar pruebas y, básicamente, reírsele en la cara a la justicia. La solución que encontraron allá fue una ley antimafia que le mete 20 años de sombra a cualquier colaborador. Según Zamora, solo con probar el vínculo –una llamada, un mensaje, un testigo que diga “sí, ese mae bretea para ellos”–, ¡pum!, se descabeza a la organización. Una vara que, de aplicarse aquí, cambiaría por completo las reglas del juego.
Pero diay, una cosa es proponer y otra muy distinta es que te den pelota en Cuesta de Moras. El propio Zamora se queja de que cada vez que va a la Asamblea Legislativa, específicamente a la Comisión de Seguridad y Narcotráfico, la vara se convierte en un puro “circo”. Dice que se ponen a hablar de temas intrascendentes y que no hay campo para discutir los problemas de fondo. En otras palabras, mientras el país se cae a pedazos por la violencia, parece que algunos diputados están más preocupados por nimiedades. Es la clásica historia del brete político que se va al traste por discusiones que no llevan a ningún lado.
Y aquí es donde la vara se pone más densa y filosófica. Zamora no solo critica las leyes, sino el puro ADN de nuestro sistema penal. Él dice que el Código Procesal Penal parte de una idea medio paternalista: que el delincuente es una víctima de la sociedad. O sea, que si un mae decide matar a sangre fría, en el fondo la culpa es de todos nosotros por no haberle dado “las condiciones”. Esta mentalidad, según el ministro, es la que nos tiene tratando “con guantes de seda” a gente que comete actos inhumanos. Es una crítica frontal a una visión que, para él, exonera al criminal y nos deja a los demás como los salados que tienen que aguantar las consecuencias. La pregunta es si el sistema se está jalando una torta monumental con esta filosofía.
Al final, quedamos en medio de un campo minado. Por un lado, una ola de violencia que nos tiene a todos con el Jesús en la boca y un ministro que propone medidas drásticas, casi de mano dura, para frenarla. Por otro, las alarmas de que estas ideas podrían pisotear derechos fundamentales y garantías procesales. Zamora dice que todo debe darse en un ambiente democrático, pero sus palabras sobre los “guantes de seda” y la “pertenencia a banda” suenan a un cambio radical que a más de uno le pone los pelos de punta. Ahora la pregunta del millón queda picando en el aire y se las dejo a ustedes, maes: ¿Dónde está la línea? ¿Es esta la sacudida que necesitamos para poner orden o nos estamos asomando a un abismo donde ser amigo de la persona equivocada te puede costar la libertad?
La inspiración de Zamora, según él mismo contó, viene directo de Italia y su legendaria lucha contra la mafia. Suena como sacado de una película, ¿verdad? El ministro argumenta que los italianos estaban en las mismas que nosotros: un sistema judicial que se revelaba inefectivo, donde los capos se encargaban de desaparecer testigos, alterar pruebas y, básicamente, reírsele en la cara a la justicia. La solución que encontraron allá fue una ley antimafia que le mete 20 años de sombra a cualquier colaborador. Según Zamora, solo con probar el vínculo –una llamada, un mensaje, un testigo que diga “sí, ese mae bretea para ellos”–, ¡pum!, se descabeza a la organización. Una vara que, de aplicarse aquí, cambiaría por completo las reglas del juego.
Pero diay, una cosa es proponer y otra muy distinta es que te den pelota en Cuesta de Moras. El propio Zamora se queja de que cada vez que va a la Asamblea Legislativa, específicamente a la Comisión de Seguridad y Narcotráfico, la vara se convierte en un puro “circo”. Dice que se ponen a hablar de temas intrascendentes y que no hay campo para discutir los problemas de fondo. En otras palabras, mientras el país se cae a pedazos por la violencia, parece que algunos diputados están más preocupados por nimiedades. Es la clásica historia del brete político que se va al traste por discusiones que no llevan a ningún lado.
Y aquí es donde la vara se pone más densa y filosófica. Zamora no solo critica las leyes, sino el puro ADN de nuestro sistema penal. Él dice que el Código Procesal Penal parte de una idea medio paternalista: que el delincuente es una víctima de la sociedad. O sea, que si un mae decide matar a sangre fría, en el fondo la culpa es de todos nosotros por no haberle dado “las condiciones”. Esta mentalidad, según el ministro, es la que nos tiene tratando “con guantes de seda” a gente que comete actos inhumanos. Es una crítica frontal a una visión que, para él, exonera al criminal y nos deja a los demás como los salados que tienen que aguantar las consecuencias. La pregunta es si el sistema se está jalando una torta monumental con esta filosofía.
Al final, quedamos en medio de un campo minado. Por un lado, una ola de violencia que nos tiene a todos con el Jesús en la boca y un ministro que propone medidas drásticas, casi de mano dura, para frenarla. Por otro, las alarmas de que estas ideas podrían pisotear derechos fundamentales y garantías procesales. Zamora dice que todo debe darse en un ambiente democrático, pero sus palabras sobre los “guantes de seda” y la “pertenencia a banda” suenan a un cambio radical que a más de uno le pone los pelos de punta. Ahora la pregunta del millón queda picando en el aire y se las dejo a ustedes, maes: ¿Dónde está la línea? ¿Es esta la sacudida que necesitamos para poner orden o nos estamos asomando a un abismo donde ser amigo de la persona equivocada te puede costar la libertad?