La Fuerza Roja pide esquina: ¿El fin de los taxis en Tiquicia?

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Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Ojalá!
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
El problema con la mayor parte de los taxis rojos es q algunos se abusan exageradamente con los precios
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Lastimosamente, la mayoría no tienen manera cortes de atender a los usuarios, además del abuso en el cobro de los viajes
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Hola,

Mucho de lo que opinas es cierto, mas si te hago el comentario, que mas bien en Pandemia ellos tuvieron un poco de Oxigeno, dado que no tenian restricciones para circular, yo por ej use mucho taxi rojo en pandemia.

Pura vida.
 
Es algo muuy fuerte, para quienes tambien la pulsean por llevar a su casa alimento.

Pero esto es igual que con las grandes compañias, se deben de reinventar y adaptarse a los nuevos tiempos, asi como las compañias que mo quisieron adaptarse a las necesidades y no quisoeron hacer cambios, se fueron a banca rota.

Las opciones siguen estando, las necesidades de la ponlacion siguen siendo las mismas, así como esta las plataformas de transporte, ellos pueden optar por ese nuevo modelo de negocio.
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
No todos,pero la mayoría ofrecen un servicio pésimo y sumado a que he tenido pésimas experiencias prefiero utilizar el taxi rojo como una emergencia, de lo contrario no lo uso.
 
Última edición:
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
No quisieron modernizarse y las plataformas se los comieron vivos.
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Muy dura la situacion definitivamente
 
Yo tuve taxista, manejé taxi y no los quiero.

"llevar el arroz y los frijoles a la casa"

El dicho mas polo y víctimista, es como los piratas que dicen que no los dejan ganarse el "arrocito y los frijoles".

Hasta un médico se los tiene que ganar, no quiere decir que si no tiene licencia vigente pueda ejercer.

El taxi ya murió igual que los cafe internet y los conciertos de verano en Ojo de Agua, en los 90s uno agarraba un taxi y que salvada, ahora uno tiene suerte que no sea el taxista el que lo asalta.

Es que ahí se cobra x, es que por ahi sale en tanto...sias picha...a mi un trabajo no me sirve y empiezo a buscarme otro, el taxi no me servia ya por lo alto del alquiler y me busque brete de pizzero.

Esos maes entre ellos se roban, esos hps nunca tuvieron disciplina y por eso usted los ve siempre peleandose, en conflictos y con carros hechos leña.

Si no era Uber era otra cosa.
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Sus preguntas no son fáciles de responder. Hay temas de política, intereses y grupos de presión. Ahora, el bolsillo de los usuarios guía la escogencia del servicio y hay diferencias importantes, que posiblemente hace pasar por alto temas de seguro y formalidad. Además, también da posibilidad de ganarse algo a gente que no logra trabajos formales.
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.

Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Se creyeron inmortales, maltratos y abusos a clientes pasaron factura
 
Mis peores experiencias en transporte publico, fueron en taxi rojo. Es feo saber que familias son afectadas por esto, pero ellos se lo buscaron
 
Todo va cambiando ahora mientras más fácil yo tenga las cosas mejor, saber que del lado A al lado B pago 2 rojos y listo no como el taxi que uno ni sabe cuánto le va a cobrar
 
Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa está color de hormiga. ¿Se acuerdan cuando uno salía a la calle y lo primero que veía era un mar de techos rojos? Diay, parece que esa imagen va camino a ser un recuerdo para contarle a los güilas. Según un reportaje que salió en el Extra, la famosa "fuerza roja" está en una crisis tan, pero tan brava, que para finales de este año podríamos perder más de 6.800 taxis. No, no leyeron mal. ¡Seis mil ochocientos! Eso es más de la mitad de todas las concesiones que había. Sencillamente, ¡qué despiche!

Y uno se pregunta, ¿cómo llegamos a este punto? Pues la respuesta es un coctel explosivo. Por un lado, tenemos al elefante en la sala que todo el mundo conoce: las plataformas digitales. Desde que Uber, DiDi y compañía pusieron un pie aquí, el brete para los taxistas se vino en picada. Las ganancias, dicen ellos, han bajado hasta un 60%, pero los gastos siguen al 100%. A eso súmenle el garrotazo que significó la pandemia. La gente se guardó, el turismo se frenó y las calles se vaciaron. Para muchos taxistas, el negocio simplemente dejó de ser negocio y todo el plan se fue al traste.

Ahora, aquí es donde la torta se pone fea. Uno esperaría que el Gobierno metiera la cuchara, ¿verdad? Pues parece que no. Según los mismos líderes del gremio, como Rubén Vargas y Gilbert Ureña, el Gobierno se ha jalado una torta monumental. Denuncian que les prometieron regular las plataformas, que hasta redactaron un proyecto de ley juntos, pero que ese chunche lleva casi dos años agarrando polvo en la Asamblea Legislativa. Vargas fue más allá y tiró una bomba: dice que a muchos políticos no les sirve regular nada porque, supuestamente, están metidos en el negocio del transporte ilegal, alquilando carros y ganando plata por la libre. Si eso es cierto, la vara es más grave de lo que parece.

Pero mae, más allá de los números y la política, está la gente. Detrás de cada taxi rojo hay una familia que tiene que pagar la Caja, el marchamo, la gasolina y, diay, llevar el arroz y los frijoles a la casa. El reporte dice que una cuarta parte de los que están saliendo es porque simple y sencillamente no pueden seguir pagando las cargas sociales. Están ahogados. Se quedaron sin poder cambiar la unidad y sin plata para operar. El taxista de a pie está completamente salado, viendo cómo su forma de vida se desmorona mientras los de arriba, según ellos, "vuelven a ver para otro lado". Es una situación que frustra a cualquiera.

Al final, todo este despiche nos deja con una pregunta incómoda. El CTP nos vende la idea de que el transporte público regulado es un pilar de "justicia social" y "seguridad", con seguros y supervisiones que las plataformas no siempre garantizan. Y tienen un punto. Pero si ese sistema está colapsando y dejando a miles de familias en la calle, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados viendo cómo desaparecen los taxis? ¿O exigimos que el Gobierno se ponga las pilas y encuentre una solución justa para todos? La pregunta del millón para el foro es: ¿Dejamos que la "mano invisible del mercado" se vuele a la fuerza roja, o el Estado debería intervenir para salvar un servicio que, en teoría, es un derecho? ¿O ya es muy tarde y el taxi es una reliquia del pasado? Los leo.
Lastimosamente para ellos ese es un modelo que va quedando obsoleto. La mejor opción son las plataformas nuevas.
 
Al final el usuario usa lo que sea más barato, indiferentemente de que el carro sea moderno o no.
Simplemente la tarifa del taxi rojo es muy elevada y lo peor es que a los taxistas solo les cuadran los viajes por arriba de 10 mil
 
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