¡Ay, Dios mío! Aquí vamos otra vez con temas que tocan el corazón de cualquier tico. Resulta que el café, ese brebaje que nos corre por las venas desde pequeños, está metido en un buen brete. Un estudio nuevo de SEPSA (como si no tuviéramos suficientes siglas, diay) reveló que estamos importando más café de lo que producimos acá. ¿Se imaginan eso?
Parece que la cosa va así: llevamos más de treinta años viendo cómo nuestros cafetales bajan el rendimiento. No es cuestión de echarle la culpa al clima, aunque ese señor tampoco ha sido precisamente amable últimamente; también hay que hablar de plagas, de mercados internacionales complicados y, claro, de que muchos de nuestros granos van directo pa’ Estados Unidos –casi el 40%, para que se hagan una idea–. Como dicen por ahí, “pa’l gringo, primero”.
Y ni hablar del consumo interno. Antes éramos capaces de tirarnos unos cinco kilo de café al año per cápita, ahora apenas le llegamos a los tres punto cincuenta y siete. Esto no es pinta bonita, mi pana. El aumento en los precios, con un salto del 7% el año pasado, no ayudó precisamente. Así es que, ¿quién iba a pensar que íbamos a empezar a racionar el café?
Erick Jara Tenorio, el jefe de SEPSA, dice que este estudio es clave para ponerle orden al asunto. Nos asegura que quieren hacer políticas públicas que ayuden a los caficultores a salir adelante. Que sí, que no, parece que alguien anda preocupado... Pero a ver qué hacen realmente. Con promesas se llena el maje, dicen por acá.
El problema, como siempre, es multifactorial. No solo es la baja producción, sino que nos hemos vuelto dependientes de importar café para cubrir la demanda interna. Es como si estuviéramos dejando ir nuestra identidad, poquito a poco. ¿Recuerdan cuando el café costarricense era sinónimo de calidad a nivel mundial? Ahora, tenemos que competir con el grano baratin que viene de Honduras y Nicaragua. ¡Qué sal!
Por supuesto, no todo está perdido. El informe resalta la necesidad urgente de renovar los cafetales, invertir en tecnología y apostar por la marca ‘Café de Costa Rica’. Tenemos que recordarles a los extranjeros –y también a nosotros mismos– que nuestro café es único, cultivado con amor y sudor en nuestras montañas. Hay que volver a valorar lo nuestro, pura vida.
Pero honestamente, me da pena ver cómo las cosas están cambiando. Recuerdo cuando mi abuela preparaba el café con agua de lluvia y contaba historias increíbles mientras yo disfrutaba de su aroma. Hoy en día, muchos jóvenes prefieren comprar café instantáneo o bebidas elaboradas… ¡qué carga! Parece que estamos perdiendo tradiciones valiosas por conveniencia.
Entonces, dime tú, mi pana: ¿crees que podemos revertir esta tendencia y recuperar la tradición cafetera costarricense? ¿O estamos condenados a convertirnos en un país importador de café, olvidando nuestras raíces y el sabor auténtico de nuestro grano?
Parece que la cosa va así: llevamos más de treinta años viendo cómo nuestros cafetales bajan el rendimiento. No es cuestión de echarle la culpa al clima, aunque ese señor tampoco ha sido precisamente amable últimamente; también hay que hablar de plagas, de mercados internacionales complicados y, claro, de que muchos de nuestros granos van directo pa’ Estados Unidos –casi el 40%, para que se hagan una idea–. Como dicen por ahí, “pa’l gringo, primero”.
Y ni hablar del consumo interno. Antes éramos capaces de tirarnos unos cinco kilo de café al año per cápita, ahora apenas le llegamos a los tres punto cincuenta y siete. Esto no es pinta bonita, mi pana. El aumento en los precios, con un salto del 7% el año pasado, no ayudó precisamente. Así es que, ¿quién iba a pensar que íbamos a empezar a racionar el café?
Erick Jara Tenorio, el jefe de SEPSA, dice que este estudio es clave para ponerle orden al asunto. Nos asegura que quieren hacer políticas públicas que ayuden a los caficultores a salir adelante. Que sí, que no, parece que alguien anda preocupado... Pero a ver qué hacen realmente. Con promesas se llena el maje, dicen por acá.
El problema, como siempre, es multifactorial. No solo es la baja producción, sino que nos hemos vuelto dependientes de importar café para cubrir la demanda interna. Es como si estuviéramos dejando ir nuestra identidad, poquito a poco. ¿Recuerdan cuando el café costarricense era sinónimo de calidad a nivel mundial? Ahora, tenemos que competir con el grano baratin que viene de Honduras y Nicaragua. ¡Qué sal!
Por supuesto, no todo está perdido. El informe resalta la necesidad urgente de renovar los cafetales, invertir en tecnología y apostar por la marca ‘Café de Costa Rica’. Tenemos que recordarles a los extranjeros –y también a nosotros mismos– que nuestro café es único, cultivado con amor y sudor en nuestras montañas. Hay que volver a valorar lo nuestro, pura vida.
Pero honestamente, me da pena ver cómo las cosas están cambiando. Recuerdo cuando mi abuela preparaba el café con agua de lluvia y contaba historias increíbles mientras yo disfrutaba de su aroma. Hoy en día, muchos jóvenes prefieren comprar café instantáneo o bebidas elaboradas… ¡qué carga! Parece que estamos perdiendo tradiciones valiosas por conveniencia.
Entonces, dime tú, mi pana: ¿crees que podemos revertir esta tendencia y recuperar la tradición cafetera costarricense? ¿O estamos condenados a convertirnos en un país importador de café, olvidando nuestras raíces y el sabor auténtico de nuestro grano?