Maes, seamos honestos. Hubo un tiempo en que la principal preocupación del barrio era si el perro del vecino se volvía a escapar o si doña Olga iba a ganar el bingo de la iglesia. Pero parece que esa Costa Rica se nos fue por un tubo. Ahora, la conversación de la pulpería no es sobre el partido del fin de semana, sino sobre el búnker que montaron a la vuelta o el carro que se robaron a plena luz del día. Y si alguien dudaba de que la percepción de inseguridad es más que solo un “sentimiento”, los números del OIJ acaban de soltar una bomba de realidad que nos explota en la cara.
La vara es que las denuncias anónimas al Centro de Información Confidencial (CICO) del OIJ se dispararon. Pasamos de unas 10.400 en 2021 a casi 14.000 el año pasado. ¡Qué despiche! Esto no es que de repente nos dio por ser más “sapos” o colaboradores. No, mae. Esto significa que el agua nos está llegando al cuello y la gente, con toda la razón del mundo, está buscando un salvavidas. El “top 5” de lo que la gente está soplando es, básicamente, el menú del día de cualquier noticiero: venta de drogas, robos y asaltos, gente que busca la ley, homicidios y hasta desapariciones. Es el reflejo perfecto de lo que se vive en la calle, un espejo de nuestros miedos más grandes.
Claro, no falta el optimista. Salió un mae del OIJ, Jairo Muñoz, a decir que “la participación ciudadana ha sido muy importante” y que ha ido creciendo. Diay, sí, en eso tiene razón. Es bueno que la gente confíe en el sistema para soltar la sopa de forma anónima. Pero rasquemos un poquito más allá de la superficie. ¿Por qué está pasando esto? Porque el temor es real. Porque ya no se puede caminar tranquilo, porque el narco dejó de ser una vara de las noticias internacionales para convertirse en el “vecino” incómodo que nadie quiere, pero que todos saben que está ahí. La gente no llama por gusto, llama porque la situación está salada y sienten que, si no hacen algo, la próxima víctima pueden ser ellos o alguien de su familia.
Y la lista sigue. No es solo el crimen organizado de alto calibre. La gente también está harta y denuncia de todo: desde estafadores que se las ingenian para vaciarle la cuenta a un pobre adulto mayor, hasta casos de crueldad animal o relaciones impropias. Es como si el tejido social se estuviera rompiendo en mil pedazos y cada llamada al OIJ fuera un intento desesperado por pegar uno de esos chereques. Es un termómetro que nos dice que la fiebre está altísima y que la paciencia del tico, esa que nos caracteriza, está llegando a su límite. Ya no es solo “qué mala nota”, es un grito de auxilio colectivo a través de una línea telefónica.
Al final, este aumento en las denuncias es un arma de doble filo. Por un lado, ¡qué bueno que la gente se involucre y ayude al OIJ en su brete! Pero por el otro, es la prueba irrefutable de que la cosa está color de hormiga. Nos hemos convertido en vigilantes de nuestra propia cuadra por pura necesidad. El “pura vida” se siente cada vez más como un eslogan y menos como una realidad palpable. Así que les tiro la pregunta al foro, maes: ¿Ustedes alguna vez han tenido que hacer una de estas llamadas confidenciales? ¿Qué los motivó? ¿O sienten que es mejor no meterse y que el miedo a las represalias le gana a las ganas de hacer lo correcto? Cuenten, que esta vara nos afecta a todos.
La vara es que las denuncias anónimas al Centro de Información Confidencial (CICO) del OIJ se dispararon. Pasamos de unas 10.400 en 2021 a casi 14.000 el año pasado. ¡Qué despiche! Esto no es que de repente nos dio por ser más “sapos” o colaboradores. No, mae. Esto significa que el agua nos está llegando al cuello y la gente, con toda la razón del mundo, está buscando un salvavidas. El “top 5” de lo que la gente está soplando es, básicamente, el menú del día de cualquier noticiero: venta de drogas, robos y asaltos, gente que busca la ley, homicidios y hasta desapariciones. Es el reflejo perfecto de lo que se vive en la calle, un espejo de nuestros miedos más grandes.
Claro, no falta el optimista. Salió un mae del OIJ, Jairo Muñoz, a decir que “la participación ciudadana ha sido muy importante” y que ha ido creciendo. Diay, sí, en eso tiene razón. Es bueno que la gente confíe en el sistema para soltar la sopa de forma anónima. Pero rasquemos un poquito más allá de la superficie. ¿Por qué está pasando esto? Porque el temor es real. Porque ya no se puede caminar tranquilo, porque el narco dejó de ser una vara de las noticias internacionales para convertirse en el “vecino” incómodo que nadie quiere, pero que todos saben que está ahí. La gente no llama por gusto, llama porque la situación está salada y sienten que, si no hacen algo, la próxima víctima pueden ser ellos o alguien de su familia.
Y la lista sigue. No es solo el crimen organizado de alto calibre. La gente también está harta y denuncia de todo: desde estafadores que se las ingenian para vaciarle la cuenta a un pobre adulto mayor, hasta casos de crueldad animal o relaciones impropias. Es como si el tejido social se estuviera rompiendo en mil pedazos y cada llamada al OIJ fuera un intento desesperado por pegar uno de esos chereques. Es un termómetro que nos dice que la fiebre está altísima y que la paciencia del tico, esa que nos caracteriza, está llegando a su límite. Ya no es solo “qué mala nota”, es un grito de auxilio colectivo a través de una línea telefónica.
Al final, este aumento en las denuncias es un arma de doble filo. Por un lado, ¡qué bueno que la gente se involucre y ayude al OIJ en su brete! Pero por el otro, es la prueba irrefutable de que la cosa está color de hormiga. Nos hemos convertido en vigilantes de nuestra propia cuadra por pura necesidad. El “pura vida” se siente cada vez más como un eslogan y menos como una realidad palpable. Así que les tiro la pregunta al foro, maes: ¿Ustedes alguna vez han tenido que hacer una de estas llamadas confidenciales? ¿Qué los motivó? ¿O sienten que es mejor no meterse y que el miedo a las represalias le gana a las ganas de hacer lo correcto? Cuenten, que esta vara nos afecta a todos.