¡Qué carga nos hemos metido, pura letra fina! Revisando los archivos viejos de Don Roberto Artavia, me encontré con este artículo de hace casi dos décadas sobre cómo manejamos las exportaciones desde el '82 hasta el 2002. Pensé: ‘Uy, esto da pa’ romperla’, porque parece que nos perdimos un poco en el camino entre la sustitución de importaciones y la diversificación, ¿eh?
Artavia explica clarito cómo en los años 40 y 50 fuimos a darle duro a la industrialización nacional, pensando que así íbamos a andar bien ricos vendiendo acá mismo lo que antes comprábamos afuera. Claro, funcionó por un rato, pero luego vino el choque mundial y nos dimos cuenta de que no podíamos seguir encerrados en nuestra propia burbuja. La cosa es que la transición a la apertura comercial y la diversificación no fue precisamente un paseo por el parque. Hubo tropiezos, cambios de gobierno, crisis económicas… ¡Una torta!
Lo interesante es ver cómo se intentó promover otras industrias además del café y el banano, que siempre han sido nuestros caballos de batalla. Se habló mucho de agronegocios, turismo y servicios, pero la verdad es que dependemos aún demasiado de unos pocos productos básicos. El artículo señala que la falta de inversión en tecnología, infraestructura y capacitación fueron factores clave que frenaron la diversificación. ¡Qué diay, nos quedamos cortos en eso!
Y ahí viene la reflexión: ¿Por qué seguimos atascados en la misma onda? Sí, hemos avanzado en algunos sectores, pero todavía estamos lejos de tener una economía realmente diversificada y resiliente. Dependemos mucho de los precios internacionales de los commodities, y cualquier sacudida global nos puede dejar tirados. El brete es claro: necesitamos apostarle a la innovación, la educación y la creación de valor agregado.
Ahora, mirándolo con perspectiva, se nota que se cometieron errores, sí señor. Se priorizó el crecimiento económico a corto plazo por encima de la sostenibilidad y la inclusión social. No se invirtió suficiente en investigación y desarrollo, ni se promovió la colaboración entre el sector público y privado. Parece que nos dejamos llevar por modas y tendencias sin pensar a largo plazo.
Otro aspecto importante que destaca Artavia es la importancia de las políticas comerciales. Las negociaciones de tratados de libre comercio fueron fundamentales para abrir nuevos mercados, pero también generaron competencia desigual para nuestros productores nacionales. Hay que saber jugar esas cartas, compas; no podemos ir corriendo a firmar cualquier acuerdo si no estamos preparados para competir en igualdad de condiciones. Además, nos dio un churriaso al pequeño productor que no pudo sostenerse frente a las importaciones baratas.
En resumen, el artículo es una advertencia sobre los peligros de conformarnos con lo fácil y lo rápido. Nos dice que la verdadera prosperidad requiere visión de largo plazo, planificación estratégica y compromiso político. Y aunque hayan pasado más de veinte años desde que se escribió, muchas de las recomendaciones siguen siendo tan válidas como siempre. Necesitamos salirnos del discurso vaciado y ponerle el hombro a construir un futuro económico más sólido y equitativo para todos los ticos, sin importar de dónde vengamos.
Hoy, viendo cómo fluctúan los precios del café y las bananas, y cómo el turismo se recupera a cuentagotas después de la pandemia, no puedo evitar preguntarme: ¿Será que Costa Rica nunca va a lograr desprenderse del rolón exportador de estos productos primarios, o realmente tenemos la capacidad de reinventarnos y construir una economía basada en el conocimiento, la creatividad y la innovación? Compartan sus ideas en el foro, ¡me interesa saber qué piensan!
Artavia explica clarito cómo en los años 40 y 50 fuimos a darle duro a la industrialización nacional, pensando que así íbamos a andar bien ricos vendiendo acá mismo lo que antes comprábamos afuera. Claro, funcionó por un rato, pero luego vino el choque mundial y nos dimos cuenta de que no podíamos seguir encerrados en nuestra propia burbuja. La cosa es que la transición a la apertura comercial y la diversificación no fue precisamente un paseo por el parque. Hubo tropiezos, cambios de gobierno, crisis económicas… ¡Una torta!
Lo interesante es ver cómo se intentó promover otras industrias además del café y el banano, que siempre han sido nuestros caballos de batalla. Se habló mucho de agronegocios, turismo y servicios, pero la verdad es que dependemos aún demasiado de unos pocos productos básicos. El artículo señala que la falta de inversión en tecnología, infraestructura y capacitación fueron factores clave que frenaron la diversificación. ¡Qué diay, nos quedamos cortos en eso!
Y ahí viene la reflexión: ¿Por qué seguimos atascados en la misma onda? Sí, hemos avanzado en algunos sectores, pero todavía estamos lejos de tener una economía realmente diversificada y resiliente. Dependemos mucho de los precios internacionales de los commodities, y cualquier sacudida global nos puede dejar tirados. El brete es claro: necesitamos apostarle a la innovación, la educación y la creación de valor agregado.
Ahora, mirándolo con perspectiva, se nota que se cometieron errores, sí señor. Se priorizó el crecimiento económico a corto plazo por encima de la sostenibilidad y la inclusión social. No se invirtió suficiente en investigación y desarrollo, ni se promovió la colaboración entre el sector público y privado. Parece que nos dejamos llevar por modas y tendencias sin pensar a largo plazo.
Otro aspecto importante que destaca Artavia es la importancia de las políticas comerciales. Las negociaciones de tratados de libre comercio fueron fundamentales para abrir nuevos mercados, pero también generaron competencia desigual para nuestros productores nacionales. Hay que saber jugar esas cartas, compas; no podemos ir corriendo a firmar cualquier acuerdo si no estamos preparados para competir en igualdad de condiciones. Además, nos dio un churriaso al pequeño productor que no pudo sostenerse frente a las importaciones baratas.
En resumen, el artículo es una advertencia sobre los peligros de conformarnos con lo fácil y lo rápido. Nos dice que la verdadera prosperidad requiere visión de largo plazo, planificación estratégica y compromiso político. Y aunque hayan pasado más de veinte años desde que se escribió, muchas de las recomendaciones siguen siendo tan válidas como siempre. Necesitamos salirnos del discurso vaciado y ponerle el hombro a construir un futuro económico más sólido y equitativo para todos los ticos, sin importar de dónde vengamos.
Hoy, viendo cómo fluctúan los precios del café y las bananas, y cómo el turismo se recupera a cuentagotas después de la pandemia, no puedo evitar preguntarme: ¿Será que Costa Rica nunca va a lograr desprenderse del rolón exportador de estos productos primarios, o realmente tenemos la capacidad de reinventarnos y construir una economía basada en el conocimiento, la creatividad y la innovación? Compartan sus ideas en el foro, ¡me interesa saber qué piensan!
