Mae, hay historias que a uno simplemente le vuelan la cabeza y le dejan un sinsabor terrible. La de Laura Nixon, una señora británica de 59 años, es una de esas. Imagínense el despiche: uno va al doctor por un dolor de panza que no se quita, de esos que uno piensa que es por algo que comió, y termina meses después con un diagnóstico de cáncer terminal. Es una trama que nadie quiere vivir, pero que le tocó a ella por una serie de errores que suenan hasta increíbles. Lo que empezó como una supuesta infección urinaria, terminó siendo un cáncer de páncreas tan avanzado que los doctores le dieron, con suerte, cinco años de vida.
La cosa es que esta vara no pasó de un día para otro. Desde enero, Laura andaba de clínica en clínica con un dolor que no la dejaba en paz. ¿La respuesta de los médicos? "Es una infección urinaria, tómese estos antibióticos". Diez días después, seguía igual o peor, y le volvieron a recetar lo mismo. Aquí es donde uno empieza a pensar que alguien se jaló una torta monumental. Laura, que no es ninguna novata y ya tenía su historial con colitis y una operación de vesícula, sentía en el fondo que la cosa era más seria. Tuvo que ponerse necia y volver a emergencias en abril para que, finalmente, su médico de cabecera pegara el grito al cielo y pidiera estudios urgentes. Ese mismo día, el baldazo de agua fría: cáncer en etapa cuatro, ya regado por pulmones e hígado. Todo su plan de vida se fue al traste por un diagnóstico que no llegó a tiempo.
Y aquí es donde la historia da un giro de pura lucha. En lugar de sentarse a esperar lo peor con la quimio que le ofrecía el sistema público británico, Laura decidió que no se iba a rendir. Se mandó sola para Alemania a probar un tratamiento privado carísimo, una vara que se llama quimioembolización transarterial, que básicamente busca ahogar al tumor cortándole el suministro de sangre. El costo de esta jugada es de casi 80 mil dólares, una fortuna que, por supuesto, el seguro no le cubre. ¿Y de dónde saca uno esa plata? Diay, de donde sea. Su mamá, una señora mayor, reventó todos los ahorros de su vida, y Laura puso su propia casa en venta. Su frase es para que a uno se le encoja el corazón: "No me preocupa morir, me preocupa a quién dejo atrás".
A pesar de que el panorama es bien oscuro, la actitud de esta mujer es de otro nivel. Ella lo dice claro: "Me voy a dormir y si me despierto, es un gane. No puedo permitirme estar triste ni enojada". Es una aceptación brutal de la realidad, pero sin dejar de pelear. Para ayudarse, abrió una campaña en GoFundMe para cubrir los gastos del viaje y la estadía. Y diay, la vara es bien salada, porque aunque el tratamiento le da entre un 40% y un 60% de chance de alargar su vida un par de años más, todos saben que es para ganar tiempo, no una cura definitiva. Es una apuesta carísima contra el reloj, con la esperanza como única moneda.
Al final, lo que Laura quiere es que su despiche personal sirva de algo. Su mensaje es para todos, mae: si sienten que algo no anda bien, que un dolor no se va, que el diagnóstico no les cuadra, no se queden quietos. Hay que joder, buscar segundas y hasta terceras opiniones. Uno conoce su cuerpo mejor que nadie, y a veces hay que pelear para que los doctores escuchen más allá de un protocolo. La vida de ella cambió en un abrir y cerrar de ojos, pero su lucha es un recordatorio de que, incluso en la peor de las situaciones, hay que seguir buscando respuestas.
Ahora, la pregunta es para ustedes, maes: ¿Les ha pasado algo parecido con la Caja o en el sistema privado? ¿Han sentido que no los toman en serio y han tenido que pelear por un diagnóstico correcto? Cuenten sus historias.
La cosa es que esta vara no pasó de un día para otro. Desde enero, Laura andaba de clínica en clínica con un dolor que no la dejaba en paz. ¿La respuesta de los médicos? "Es una infección urinaria, tómese estos antibióticos". Diez días después, seguía igual o peor, y le volvieron a recetar lo mismo. Aquí es donde uno empieza a pensar que alguien se jaló una torta monumental. Laura, que no es ninguna novata y ya tenía su historial con colitis y una operación de vesícula, sentía en el fondo que la cosa era más seria. Tuvo que ponerse necia y volver a emergencias en abril para que, finalmente, su médico de cabecera pegara el grito al cielo y pidiera estudios urgentes. Ese mismo día, el baldazo de agua fría: cáncer en etapa cuatro, ya regado por pulmones e hígado. Todo su plan de vida se fue al traste por un diagnóstico que no llegó a tiempo.
Y aquí es donde la historia da un giro de pura lucha. En lugar de sentarse a esperar lo peor con la quimio que le ofrecía el sistema público británico, Laura decidió que no se iba a rendir. Se mandó sola para Alemania a probar un tratamiento privado carísimo, una vara que se llama quimioembolización transarterial, que básicamente busca ahogar al tumor cortándole el suministro de sangre. El costo de esta jugada es de casi 80 mil dólares, una fortuna que, por supuesto, el seguro no le cubre. ¿Y de dónde saca uno esa plata? Diay, de donde sea. Su mamá, una señora mayor, reventó todos los ahorros de su vida, y Laura puso su propia casa en venta. Su frase es para que a uno se le encoja el corazón: "No me preocupa morir, me preocupa a quién dejo atrás".
A pesar de que el panorama es bien oscuro, la actitud de esta mujer es de otro nivel. Ella lo dice claro: "Me voy a dormir y si me despierto, es un gane. No puedo permitirme estar triste ni enojada". Es una aceptación brutal de la realidad, pero sin dejar de pelear. Para ayudarse, abrió una campaña en GoFundMe para cubrir los gastos del viaje y la estadía. Y diay, la vara es bien salada, porque aunque el tratamiento le da entre un 40% y un 60% de chance de alargar su vida un par de años más, todos saben que es para ganar tiempo, no una cura definitiva. Es una apuesta carísima contra el reloj, con la esperanza como única moneda.
Al final, lo que Laura quiere es que su despiche personal sirva de algo. Su mensaje es para todos, mae: si sienten que algo no anda bien, que un dolor no se va, que el diagnóstico no les cuadra, no se queden quietos. Hay que joder, buscar segundas y hasta terceras opiniones. Uno conoce su cuerpo mejor que nadie, y a veces hay que pelear para que los doctores escuchen más allá de un protocolo. La vida de ella cambió en un abrir y cerrar de ojos, pero su lucha es un recordatorio de que, incluso en la peor de las situaciones, hay que seguir buscando respuestas.
Ahora, la pregunta es para ustedes, maes: ¿Les ha pasado algo parecido con la Caja o en el sistema privado? ¿Han sentido que no los toman en serio y han tenido que pelear por un diagnóstico correcto? Cuenten sus historias.
