Mae, seamos honestos. Cuando uno piensa en los desfiles del 15 de setiembre, la imagen es clara: chiquillos de cole sudando la gota gorda, las palillonas con una concentración que ni en examen de mate y uno que otro güila al que se le cae la baqueta en plena marcha. Es el clásico, lo que todos conocemos. Pero este año, en Cartago, la vara va a ser diferente. Prepárense para ver a sus tíos, a sus papás y hasta a sus compas del brete marchando como si estuvieran en los noventas otra vez. ¡Qué nivel la iniciativa!
Resulta que la Banda Rítmica de Exalumnos de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento, de Dulce Nombre, va a debutar en el desfile. Y cuando digo exalumnos, no me refiero a maes que se graduaron el año pasado. Aquí hay gente de 18 hasta 59 años. ¡Cincuenta y nueve! Imagínese usted la escena: contadores, abogados, periodistas y un montón de profesionales más, que un día dijeron: “Diay, ¿y si volvemos a sacar los chunches?”. Lo que arrancó como un vacilón el año pasado con 16 personas, hoy es un grupo serísimo de 32 músicos listos para comerse la calle. Dejaron la oficina y el estrés de lado para volver a sentir esa adrenalina de marchar frente a toda la provincia.
Detrás de toda esta movida está un verdadero carga: el profe jubilado Jorge Solano Portuguez. Este señor fue el que les enseñó a muchos de ellos a tocar el tambor o la lira hace décadas, y ahora, en lugar de estar tranquilo en la casa, está al pie del cañón con sus pupilos de toda la vida. El profe dice que es “un honor y una felicidad enorme”, y uno le cree. Tiene que ser demasiado chiva ver a la gente que usted formó de güilas volver, ya con canas y todo, con las mismas ganas de hacer bulla y celebrar a la patria. Esa es la clase de historias que le recuerdan a uno que hay varas que nunca se olvidan, como andar en bici o, parece, tocar una lira a cachete.
La emoción es real. Hablando con Manuel Olivares, uno de los veteranos del grupo, el mae lo resume todo en una frase que cala hondo: “Volver a portar el uniforme y representar a nuestra querida escuela es un sueño que nos llena de emoción”. Y es que no es para menos. Piénsenlo un segundo. Es volver a un lugar feliz, a una época más simple, pero con la madurez y la experiencia de ahora. Es ver a los compas del barrio, con los que tal vez solo se habla por Facebook, y volver a compartir un ensayo, una birra después y, finalmente, la gloria de marchar juntos. ¡Qué carga la historia detrás de esta banda! No es solo música, es una reunión de una generación entera que se niega a dejar morir el orgullo por su escuela.
Así que ya saben. Este 15 de setiembre, cuando vean pasar a un montón de señores y señoras dándolo todo con los tambores y los güiros por las calles de Cartago, no se extrañen. Son la prueba viviente de que el espíritu no envejece. Van a despertar un montón de recuerdos en la gente, van a contagiar esa alegría pura y, sobre todo, le van a poner un sello único a la fiesta. Esta gente nos viene a recordar que la identidad de un pueblo no solo la construyen los jóvenes, sino también todos aquellos que se atreven a desempolvar los sueños. ¡Pura vida por ellos!
Resulta que la Banda Rítmica de Exalumnos de la Escuela Domingo Faustino Sarmiento, de Dulce Nombre, va a debutar en el desfile. Y cuando digo exalumnos, no me refiero a maes que se graduaron el año pasado. Aquí hay gente de 18 hasta 59 años. ¡Cincuenta y nueve! Imagínese usted la escena: contadores, abogados, periodistas y un montón de profesionales más, que un día dijeron: “Diay, ¿y si volvemos a sacar los chunches?”. Lo que arrancó como un vacilón el año pasado con 16 personas, hoy es un grupo serísimo de 32 músicos listos para comerse la calle. Dejaron la oficina y el estrés de lado para volver a sentir esa adrenalina de marchar frente a toda la provincia.
Detrás de toda esta movida está un verdadero carga: el profe jubilado Jorge Solano Portuguez. Este señor fue el que les enseñó a muchos de ellos a tocar el tambor o la lira hace décadas, y ahora, en lugar de estar tranquilo en la casa, está al pie del cañón con sus pupilos de toda la vida. El profe dice que es “un honor y una felicidad enorme”, y uno le cree. Tiene que ser demasiado chiva ver a la gente que usted formó de güilas volver, ya con canas y todo, con las mismas ganas de hacer bulla y celebrar a la patria. Esa es la clase de historias que le recuerdan a uno que hay varas que nunca se olvidan, como andar en bici o, parece, tocar una lira a cachete.
La emoción es real. Hablando con Manuel Olivares, uno de los veteranos del grupo, el mae lo resume todo en una frase que cala hondo: “Volver a portar el uniforme y representar a nuestra querida escuela es un sueño que nos llena de emoción”. Y es que no es para menos. Piénsenlo un segundo. Es volver a un lugar feliz, a una época más simple, pero con la madurez y la experiencia de ahora. Es ver a los compas del barrio, con los que tal vez solo se habla por Facebook, y volver a compartir un ensayo, una birra después y, finalmente, la gloria de marchar juntos. ¡Qué carga la historia detrás de esta banda! No es solo música, es una reunión de una generación entera que se niega a dejar morir el orgullo por su escuela.
Así que ya saben. Este 15 de setiembre, cuando vean pasar a un montón de señores y señoras dándolo todo con los tambores y los güiros por las calles de Cartago, no se extrañen. Son la prueba viviente de que el espíritu no envejece. Van a despertar un montón de recuerdos en la gente, van a contagiar esa alegría pura y, sobre todo, le van a poner un sello único a la fiesta. Esta gente nos viene a recordar que la identidad de un pueblo no solo la construyen los jóvenes, sino también todos aquellos que se atreven a desempolvar los sueños. ¡Pura vida por ellos!