¡Ay, Dios mío! Parece que tenemos otro caso de “tremenda vara” en Guanacaste. Un sujeto identificado como Aguilar acaba de recibir una condena de diez años de prisión por una larga lista de robos y hurtos cometidos en la zona de Carrillo. De verdad, este mae sí que se jaló una torta intentando engañar a la justicia.
La cosa es que, según fuentes cercanas al Tribunal Penal de Liberia, Aguilar acumuló una impresionante hoja de infracciones desde octubre de 2023 hasta mayo de 2024. No solo estamos hablando de robarle a la gente sus pertenencias, sino que también le metió mano a restaurantes, viviendas e incluso… ¡a un caballo! Sí, correctito, un caballito blanco que desapareció misteriosamente de un lote en Palmira. ¡Imagínate la escena!
El Tribunal lo declaró culpable de varios delitos, incluyendo robo agravado, hurto en grado de tentativa y agresión con armas. De acuerdo con el Poder Judicial, el tipo utilizaba la fuerza bruta o simplemente entraba a robar sin permiso. ¡Menudo brete se armó para él! El Procedimiento Especial Abreviado le permitió acelerar el proceso, pero eso no evitó la severa sentencia. Al final, admitir la onda parece haberlo salvado de aún más tiempo tras las rejas.
Y ahora vamos por los detalles de sus fechorías. En octubre del año pasado, hizo un boquete en el techo de una casa en Palmira y se llevó una pantalla plana y productos de limpieza. Luego, en noviembre, apareció con el caballito blanco, aunque lo atraparon antes de que pudiera escapar. Pero lo más curioso es la serie de asaltos navideños: robó refrescos, jugos, chocolates, joyas, teléfonos celulares, perfumes, zapatos e incluso dinero en dólares de varias viviendas y restaurantes. ¡Parecía Santa Claus, pero en versión negativa!
En diciembre, continuó con su racha criminal, robándole licores, aceite de transmisión y un galón de aceite automotor a una propiedad. Además, se llevó unos buenos ¢400 mil y un celular de un restaurante en Filadelfia de Carrillo. ¡Este mae no dejaba ni una! Y para rematar, regresó al mismo restaurante en enero y se llevó otros ¢370 mil de la caja registradora. ¡Una verdadera pesadilla para los comerciantes de la zona!
Las autoridades también lo vinculan con cinco causas adicionales de robos entre enero y mayo de este año. Claramente, Aguilar tenía un gusto peculiar por apoderarse de lo ajeno, dejando un reguero de víctimas y frustrados dueños de negocios. La policía tuvo que ponerle toda la maña para finalmente poder detenerlo y llevarlo ante la justicia. ¡Por fin hay tranquilidad en Carrillo!
Ahora bien, vale la pena reflexionar sobre cómo estos crímenes afectan a nuestras comunidades. La inseguridad ciudadana sigue siendo una preocupación constante en Costa Rica, y casos como el de Aguilar nos recuerdan la importancia de fortalecer las medidas de prevención y vigilancia. Las familias se sienten vulnerables y los negocios pierden confianza, generando un ambiente de incertidumbre y temor. ¿Será suficiente con aumentar la presencia policial o necesitamos implementar estrategias más integrales?
Definitivamente, este caso nos deja pensando si la justicia realmente puede disuadir este tipo de comportamientos. Diez años de prisión pueden parecer mucho, pero ¿realmente servirán para evitar que otros jóvenes se embarquen en actividades similares? ¿Cómo podemos trabajar juntos, como sociedad, para ofrecer alternativas a aquellos que se encuentran en situaciones de riesgo y alejarlos del camino del delito? Compartan sus opiniones, ¡esta es una conversación que debemos tener!
La cosa es que, según fuentes cercanas al Tribunal Penal de Liberia, Aguilar acumuló una impresionante hoja de infracciones desde octubre de 2023 hasta mayo de 2024. No solo estamos hablando de robarle a la gente sus pertenencias, sino que también le metió mano a restaurantes, viviendas e incluso… ¡a un caballo! Sí, correctito, un caballito blanco que desapareció misteriosamente de un lote en Palmira. ¡Imagínate la escena!
El Tribunal lo declaró culpable de varios delitos, incluyendo robo agravado, hurto en grado de tentativa y agresión con armas. De acuerdo con el Poder Judicial, el tipo utilizaba la fuerza bruta o simplemente entraba a robar sin permiso. ¡Menudo brete se armó para él! El Procedimiento Especial Abreviado le permitió acelerar el proceso, pero eso no evitó la severa sentencia. Al final, admitir la onda parece haberlo salvado de aún más tiempo tras las rejas.
Y ahora vamos por los detalles de sus fechorías. En octubre del año pasado, hizo un boquete en el techo de una casa en Palmira y se llevó una pantalla plana y productos de limpieza. Luego, en noviembre, apareció con el caballito blanco, aunque lo atraparon antes de que pudiera escapar. Pero lo más curioso es la serie de asaltos navideños: robó refrescos, jugos, chocolates, joyas, teléfonos celulares, perfumes, zapatos e incluso dinero en dólares de varias viviendas y restaurantes. ¡Parecía Santa Claus, pero en versión negativa!
En diciembre, continuó con su racha criminal, robándole licores, aceite de transmisión y un galón de aceite automotor a una propiedad. Además, se llevó unos buenos ¢400 mil y un celular de un restaurante en Filadelfia de Carrillo. ¡Este mae no dejaba ni una! Y para rematar, regresó al mismo restaurante en enero y se llevó otros ¢370 mil de la caja registradora. ¡Una verdadera pesadilla para los comerciantes de la zona!
Las autoridades también lo vinculan con cinco causas adicionales de robos entre enero y mayo de este año. Claramente, Aguilar tenía un gusto peculiar por apoderarse de lo ajeno, dejando un reguero de víctimas y frustrados dueños de negocios. La policía tuvo que ponerle toda la maña para finalmente poder detenerlo y llevarlo ante la justicia. ¡Por fin hay tranquilidad en Carrillo!
Ahora bien, vale la pena reflexionar sobre cómo estos crímenes afectan a nuestras comunidades. La inseguridad ciudadana sigue siendo una preocupación constante en Costa Rica, y casos como el de Aguilar nos recuerdan la importancia de fortalecer las medidas de prevención y vigilancia. Las familias se sienten vulnerables y los negocios pierden confianza, generando un ambiente de incertidumbre y temor. ¿Será suficiente con aumentar la presencia policial o necesitamos implementar estrategias más integrales?
Definitivamente, este caso nos deja pensando si la justicia realmente puede disuadir este tipo de comportamientos. Diez años de prisión pueden parecer mucho, pero ¿realmente servirán para evitar que otros jóvenes se embarquen en actividades similares? ¿Cómo podemos trabajar juntos, como sociedad, para ofrecer alternativas a aquellos que se encuentran en situaciones de riesgo y alejarlos del camino del delito? Compartan sus opiniones, ¡esta es una conversación que debemos tener!
