¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, el sistema educativo, ese que tanto defendemos, parece estar viviendo unos tiempos turbios. Según estudios recientes, cuatro de cada diez profes acá en Costa Rica están pasando por episodios de agresiones, sean ellas verbales o físicas. Y eso sí duele, fíjate tú.
El asunto se puso sobre la mesa gracias a Colypro, quien soltó un dato que te deja pensando: un 85% de los maestros conoce a alguien que ya sufrió alguna agresión. Pero la cosa va más allá, porque el presidente de Colypro, César Toruño, pintó un cuadro bastante sombrío, describiendo la situación como un verdadero “régimen de terror” para el magisterio. Imagínate vivir con ese miedo, chunches.
Y es que no hablamos solamente de palmaditas en la espalda. Toruño explica que este terror viene de varias fuentes: miedo a ser agredidos por estudiantes o sus familiares, claro, pero también miedo a denuncias falsas y hasta hostigamiento cibernético. Esa onda de redes sociales, que a veces son un veneno, causando daño donde menos lo esperas.
Según el estudio, la mayoría de los docentes vive con el temor constante de ser objeto de denuncias inventadas. La mitad lo siente con frecuencia, un 41% ocasionalmente, y solo un puñado dice que nunca le ha pasado. Eso demuestra la paranoia que se ha instalado, y no es para menos. Uno piensa, ¿quién estaría detrás de semejantes acusaciones?
Pero la cosa no termina ahí. Muchos tienen que lidiar con tener que compartir aulas con quienes los agredieron. ¡Imagínate la tensión! Un maestro que recibe una cachetada de un estudiante y luego se ve obligado a darle clase al mismo. ¡Qué brete! Y eso sin hablar del hecho de que el Ministerio de Educación, según Toruño, a menudo da por sentenciado al docente sin darle oportunidad de defenderse, casi automáticamente dando la razón a la parte acusadora.
Y claro, el faltarle respeto a un profes es algo muy serio que no debemos tomar a la ligera. Esto genera un impacto directo en la calidad de la educación que podemos ofrecer. Porque cómo se supone que un maestro va a concentrarse en enseñar si está preocupado por si el próximo estudiante lo va a atacar o no? Se va el enfoque totalmente.
Además, resulta que nuestra legislación no está precisamente hecha para proteger a los docentes. Al contrario, algunos señalan que ciertas leyes, como la 9999, terminan expuestas aún más a posibles agresiones. Por ejemplo, antes, si un estudiante acusaba falsamente a un maestro, éste podía ser trasladado inmediatamente, cargándose así su reputación sin siquiera haber una investigación seria. ¡Qué sal!
Una historia que nos pone la piel de gallina es la de María, una maestra de preescolar que pasó por una pesadilla tras activar un protocolo de denuncia por presunto maltrato infantil. Terminó siendo agredida físicamente y hasta amenazada, y nadie la respaldó. Su caso ejemplifica la soledad y vulnerabilidad que muchos docentes sienten en nuestro país. Ahora dime, ¿crees que el Estado debería implementar medidas más contundentes para proteger a nuestros maestros y asegurar un ambiente seguro en las escuelas, o deberíamos enfocarnos en abordar las causas sociales de la agresividad estudiantil?
El asunto se puso sobre la mesa gracias a Colypro, quien soltó un dato que te deja pensando: un 85% de los maestros conoce a alguien que ya sufrió alguna agresión. Pero la cosa va más allá, porque el presidente de Colypro, César Toruño, pintó un cuadro bastante sombrío, describiendo la situación como un verdadero “régimen de terror” para el magisterio. Imagínate vivir con ese miedo, chunches.
Y es que no hablamos solamente de palmaditas en la espalda. Toruño explica que este terror viene de varias fuentes: miedo a ser agredidos por estudiantes o sus familiares, claro, pero también miedo a denuncias falsas y hasta hostigamiento cibernético. Esa onda de redes sociales, que a veces son un veneno, causando daño donde menos lo esperas.
Según el estudio, la mayoría de los docentes vive con el temor constante de ser objeto de denuncias inventadas. La mitad lo siente con frecuencia, un 41% ocasionalmente, y solo un puñado dice que nunca le ha pasado. Eso demuestra la paranoia que se ha instalado, y no es para menos. Uno piensa, ¿quién estaría detrás de semejantes acusaciones?
Pero la cosa no termina ahí. Muchos tienen que lidiar con tener que compartir aulas con quienes los agredieron. ¡Imagínate la tensión! Un maestro que recibe una cachetada de un estudiante y luego se ve obligado a darle clase al mismo. ¡Qué brete! Y eso sin hablar del hecho de que el Ministerio de Educación, según Toruño, a menudo da por sentenciado al docente sin darle oportunidad de defenderse, casi automáticamente dando la razón a la parte acusadora.
Y claro, el faltarle respeto a un profes es algo muy serio que no debemos tomar a la ligera. Esto genera un impacto directo en la calidad de la educación que podemos ofrecer. Porque cómo se supone que un maestro va a concentrarse en enseñar si está preocupado por si el próximo estudiante lo va a atacar o no? Se va el enfoque totalmente.
Además, resulta que nuestra legislación no está precisamente hecha para proteger a los docentes. Al contrario, algunos señalan que ciertas leyes, como la 9999, terminan expuestas aún más a posibles agresiones. Por ejemplo, antes, si un estudiante acusaba falsamente a un maestro, éste podía ser trasladado inmediatamente, cargándose así su reputación sin siquiera haber una investigación seria. ¡Qué sal!
Una historia que nos pone la piel de gallina es la de María, una maestra de preescolar que pasó por una pesadilla tras activar un protocolo de denuncia por presunto maltrato infantil. Terminó siendo agredida físicamente y hasta amenazada, y nadie la respaldó. Su caso ejemplifica la soledad y vulnerabilidad que muchos docentes sienten en nuestro país. Ahora dime, ¿crees que el Estado debería implementar medidas más contundentes para proteger a nuestros maestros y asegurar un ambiente seguro en las escuelas, o deberíamos enfocarnos en abordar las causas sociales de la agresividad estudiantil?