Diay, maes, cada vez que el INEC saca la Encuesta Continua de Empleo, uno se prepara para el golpe. Es como saber que viene un baldazo de agua fría, pero igual te sorprende. Y bueno, el baldazo llegó: ya somos 173 mil personas buscando brete formalmente. Once mil más que el trimestre pasado. Uno podría pensar que once mil no es tanto, pero cuando lo traducís a familias, a compas, a gente que conocemos, la cifra empieza a pesar. La vara es que el número oficial es solo la punta de un iceberg que nos tiene a todos con el agua al cuello.
Porque seamos honestos, el verdadero fantasma que recorre el país no es solo el desempleo, es su primo hermano, el que vive en la informalidad. ¡Qué despiche! Estamos hablando de 771 mil personas. Setecientas. Setenta y una. Mil. Gente que se la pulsea día a día sin seguro, sin aguinaldo, sin vacaciones pagadas y con la estabilidad de un flan en medio temblor. Y ojo, que la idea de que el informal es solo el que vende algo en la calle es un cuento viejo. El mismo INEC lo dice: hay un montón de gente asalariada en empresas que simplemente no los reportan. Los tienen ahí, trabajando como cualquiera, pero para efectos legales, no existen. Están completamente desprotegidos.
Aquí es donde el discurso de que “Costa Rica tiene un ingreso promedio alto” se cae a pedazos. ¡Claro! Promedio. Pero ese promedio no paga el alquiler, ni el supermercado, ni el marchamo. El famoso “pura vida” sale caro, carísimo, y si tu ingreso depende de la suerte del día o de un jefe que se puede lavar las manos cuando quiera, la cosa se pone color de hormiga. Y para las mujeres, la situación es aún más compleja. Si sos mamá, encontrar un brete con un horario que te sirva y un lugar donde dejar a tus hijos que no te cueste un ojo de la cara, es casi una misión imposible. Para muchas, el plan de tener una carrera estable se tuvo que irse al traste por un sistema que simplemente no está diseñado para ellas. Estamos salados, y a las mujeres les tocó doble porción de sal.
Y como en cada capítulo de esta novela, aparecen las “posibles rutas de solución”. Suenan bonito en el papel, no lo niego. “Programas de capacitación”, dicen. Buenísimo, ¿pero capacitación para qué, si los puestos de trabajo formales y de calidad no están creciendo al mismo ritmo? Es como darle a alguien la mejor caña de pescar del mundo en medio de un desierto. “Incentivos para la formalización”. Otra idea que suena tuanis, pero ¿cómo le pedís a un emprendedor que está luchando por pagar las cuentas del mes que se eche encima la carga de la Caja si los números apenas dan en rojo? Es una lógica que no cierra por ningún lado.
Al final, la sensación es que estamos corriendo en una de esas bandas del gym: sudamos un montón, nos esforzamos, pero no avanzamos ni un metro. Las cifras suben, el costo de vida también, y la calidad del empleo se estanca. Se nos pide ser más productivos, más capacitados, más formales, pero el entorno no facilita nada de eso. Es una frustración que va más allá de un simple número en un reporte del INEC; es el día a día de cientos de miles de ticos que solo quieren lo básico: un brete justo que les permita vivir tranquilos.
Pero bueno, esa es mi lectura de los datos fríos. Ahora les toca a ustedes, maes. Más allá de la estadística, ¿cómo les está pegando esta vara en la vida real? ¿Alguno se ha topado de frente con la bronca de la informalidad o las trabas para conseguir un brete decente? Cuenten sus historias, que aquí es donde los números se convierten en realidad.
Porque seamos honestos, el verdadero fantasma que recorre el país no es solo el desempleo, es su primo hermano, el que vive en la informalidad. ¡Qué despiche! Estamos hablando de 771 mil personas. Setecientas. Setenta y una. Mil. Gente que se la pulsea día a día sin seguro, sin aguinaldo, sin vacaciones pagadas y con la estabilidad de un flan en medio temblor. Y ojo, que la idea de que el informal es solo el que vende algo en la calle es un cuento viejo. El mismo INEC lo dice: hay un montón de gente asalariada en empresas que simplemente no los reportan. Los tienen ahí, trabajando como cualquiera, pero para efectos legales, no existen. Están completamente desprotegidos.
Aquí es donde el discurso de que “Costa Rica tiene un ingreso promedio alto” se cae a pedazos. ¡Claro! Promedio. Pero ese promedio no paga el alquiler, ni el supermercado, ni el marchamo. El famoso “pura vida” sale caro, carísimo, y si tu ingreso depende de la suerte del día o de un jefe que se puede lavar las manos cuando quiera, la cosa se pone color de hormiga. Y para las mujeres, la situación es aún más compleja. Si sos mamá, encontrar un brete con un horario que te sirva y un lugar donde dejar a tus hijos que no te cueste un ojo de la cara, es casi una misión imposible. Para muchas, el plan de tener una carrera estable se tuvo que irse al traste por un sistema que simplemente no está diseñado para ellas. Estamos salados, y a las mujeres les tocó doble porción de sal.
Y como en cada capítulo de esta novela, aparecen las “posibles rutas de solución”. Suenan bonito en el papel, no lo niego. “Programas de capacitación”, dicen. Buenísimo, ¿pero capacitación para qué, si los puestos de trabajo formales y de calidad no están creciendo al mismo ritmo? Es como darle a alguien la mejor caña de pescar del mundo en medio de un desierto. “Incentivos para la formalización”. Otra idea que suena tuanis, pero ¿cómo le pedís a un emprendedor que está luchando por pagar las cuentas del mes que se eche encima la carga de la Caja si los números apenas dan en rojo? Es una lógica que no cierra por ningún lado.
Al final, la sensación es que estamos corriendo en una de esas bandas del gym: sudamos un montón, nos esforzamos, pero no avanzamos ni un metro. Las cifras suben, el costo de vida también, y la calidad del empleo se estanca. Se nos pide ser más productivos, más capacitados, más formales, pero el entorno no facilita nada de eso. Es una frustración que va más allá de un simple número en un reporte del INEC; es el día a día de cientos de miles de ticos que solo quieren lo básico: un brete justo que les permita vivir tranquilos.
Pero bueno, esa es mi lectura de los datos fríos. Ahora les toca a ustedes, maes. Más allá de la estadística, ¿cómo les está pegando esta vara en la vida real? ¿Alguno se ha topado de frente con la bronca de la informalidad o las trabas para conseguir un brete decente? Cuenten sus historias, que aquí es donde los números se convierten en realidad.