Diay, maes, pónganse cómodos porque esta vara es más vieja que andar a pie. Si el Caso Reaseguros fuera una persona, ya tendría cédula, habría votado en varias elecciones, probablemente estaría hasta el copete de pagar el marchamo y ya se habría quejado de que “en sus tiempos todo era mejor”. Estamos hablando de un despiche que nació en 2001, cuando muchos en este foro todavía usábamos jackets de Chespirito. Y ahora, casi un cuarto de siglo después, por fin arranca el juicio. Es el equivalente judicial a esa serie que todos dejaron botada en la primera temporada, pero que Netflix insiste en renovar.
Para los que no estaban ni en planes, les hago un resumen rápido del chisme. La Fiscalía sostiene que allá por finales de los 90, un grupo de figuras del INS, supuestamente, se montó una estructura paralela para manejar la plata de los reaseguros con menos controles que fiesta en un potrero. ¿El objetivo? Según la acusación, aprovechar esos recursos para pegarse la vida de lujos, especialmente en viajes. Y no hablamos de un finde en Jacó. La lista de destinos parece sacada de un catálogo de viajes de un influencer: Canadá, Suiza, Londres, Mónaco… ¡hasta un funcionario supuestamente pidió viáticos para él, su doña y sus dos hijos para pasar fin de año en Nueva York, con entradas para un musical de Broadway y un partido de la NBA incluidas! Por dicha, ese capricho se lo negaron, pero nos da una idea del nivel de concha que se manejaba.
Y como en toda buena novela tica, no podía faltar el drama y las figuras de peso pesado. En el banquillo de los acusados se sienta nada más y nada menos que el expresidente Miguel Ángel Rodríguez. Durante la primera audiencia, el exmandatario no se anduvo por las ramas y calificó todo el asunto de “una novela”, argumentando que lo han perseguido políticamente y que no hay una sola prueba en su contra. Según él, esta vara ha sido un circo plagado de violaciones a sus derechos. Él lo ve como una inercia, un chunche que el sistema judicial ya no sabe cómo parar. Mientras tanto, la Fiscalía desglosa casi 250 hechos, empezando por los primeros 90, pintando un cuadro de una supuesta trama para desviar fondos públicos a punta de viajes de “dudosa relevancia”.
Pero más allá de los acusados y las acusaciones, el verdadero protagonista de este cuento es nuestro sistema de justicia. ¡Qué sal! Veintitrés años para llevar un caso a juicio es, simple y sencillamente, una vergüenza. El expediente ha dado más vueltas que un trompo: sobreseimientos que luego se apelan, recursos en la Sala IV por la falta de justicia pronta y cumplida, reconocimientos de “actividad procesal defectuosa” por los mismos atrasos… El plan de que este caso se fuera al traste por prescripción o por puro cansancio casi funciona. Ver esos expedientes amarillentos apilados en el tribunal es un monumento a la ineficiencia y a la idea de que en Costa Rica, la justicia no es solo ciega, sino que también camina a paso de tortuga con artritis.
Al final del día, uno se queda con un sabor agridulce. Por un lado, es bueno ver que, aunque sea tarde, se intenta sentar responsabilidades. Por otro, la lentitud del proceso le quita toda la seriedad y lo convierte casi en una anécdota, un chiste de sobremesa. La justicia que tarda tanto, ¿es realmente justicia? La plata, si es que se perdió, jamás se va a recuperar. La confianza en las instituciones ya está por los suelos. Ahora la pregunta queda en el aire, flotando sobre dos décadas de papeles y excusas. ¿Será que de este juicio saldrá algo en limpio o es solo el último capítulo de una novela que ya nadie quiere terminar de ver?
Diay, maes, después de tanto tiempo, ¿ustedes qué piensan? ¿Vale la pena seguir con este despiche hasta el final, o es un chunche que ya debería estar en un museo de la burocracia? ¿Creen que se logre una condena o todo quedará en pura bulla?
Para los que no estaban ni en planes, les hago un resumen rápido del chisme. La Fiscalía sostiene que allá por finales de los 90, un grupo de figuras del INS, supuestamente, se montó una estructura paralela para manejar la plata de los reaseguros con menos controles que fiesta en un potrero. ¿El objetivo? Según la acusación, aprovechar esos recursos para pegarse la vida de lujos, especialmente en viajes. Y no hablamos de un finde en Jacó. La lista de destinos parece sacada de un catálogo de viajes de un influencer: Canadá, Suiza, Londres, Mónaco… ¡hasta un funcionario supuestamente pidió viáticos para él, su doña y sus dos hijos para pasar fin de año en Nueva York, con entradas para un musical de Broadway y un partido de la NBA incluidas! Por dicha, ese capricho se lo negaron, pero nos da una idea del nivel de concha que se manejaba.
Y como en toda buena novela tica, no podía faltar el drama y las figuras de peso pesado. En el banquillo de los acusados se sienta nada más y nada menos que el expresidente Miguel Ángel Rodríguez. Durante la primera audiencia, el exmandatario no se anduvo por las ramas y calificó todo el asunto de “una novela”, argumentando que lo han perseguido políticamente y que no hay una sola prueba en su contra. Según él, esta vara ha sido un circo plagado de violaciones a sus derechos. Él lo ve como una inercia, un chunche que el sistema judicial ya no sabe cómo parar. Mientras tanto, la Fiscalía desglosa casi 250 hechos, empezando por los primeros 90, pintando un cuadro de una supuesta trama para desviar fondos públicos a punta de viajes de “dudosa relevancia”.
Pero más allá de los acusados y las acusaciones, el verdadero protagonista de este cuento es nuestro sistema de justicia. ¡Qué sal! Veintitrés años para llevar un caso a juicio es, simple y sencillamente, una vergüenza. El expediente ha dado más vueltas que un trompo: sobreseimientos que luego se apelan, recursos en la Sala IV por la falta de justicia pronta y cumplida, reconocimientos de “actividad procesal defectuosa” por los mismos atrasos… El plan de que este caso se fuera al traste por prescripción o por puro cansancio casi funciona. Ver esos expedientes amarillentos apilados en el tribunal es un monumento a la ineficiencia y a la idea de que en Costa Rica, la justicia no es solo ciega, sino que también camina a paso de tortuga con artritis.
Al final del día, uno se queda con un sabor agridulce. Por un lado, es bueno ver que, aunque sea tarde, se intenta sentar responsabilidades. Por otro, la lentitud del proceso le quita toda la seriedad y lo convierte casi en una anécdota, un chiste de sobremesa. La justicia que tarda tanto, ¿es realmente justicia? La plata, si es que se perdió, jamás se va a recuperar. La confianza en las instituciones ya está por los suelos. Ahora la pregunta queda en el aire, flotando sobre dos décadas de papeles y excusas. ¿Será que de este juicio saldrá algo en limpio o es solo el último capítulo de una novela que ya nadie quiere terminar de ver?
Diay, maes, después de tanto tiempo, ¿ustedes qué piensan? ¿Vale la pena seguir con este despiche hasta el final, o es un chunche que ya debería estar en un museo de la burocracia? ¿Creen que se logre una condena o todo quedará en pura bulla?