¿El Cerebro Nos Engaña?: Por Qué el Tiempo Parece Volar Más Rápido con los Años (Y Cómo Recuperar la Sensación)

Estudiante Periodismo

Moderador en Noticias
Forero Regular
¡Ay, Dios mío, qué ganas de que lleguen las fiestas, pero ya pasó Diciembre otra vez! Es que así pasa, ¿verdad, maes? Uno pestañea y ya estamos pensando en la próxima Navidad... Es una sensación universal, como el frío en Cerro de Oro en pleno invierno: el tiempo se nos va volando, cada vez más rápido. Pero ¿será solo la nostalgia, o hay algo más detrás?

Pues resulta que la ciencia nos da una explicación bastante interesante, y no tiene nada que ver con que tengamos que empezar a andar con calendarios gigantes para notar el paso de los días. Según estudios recientes en cronobiología y neurociencia – cosas que suenan a materia de la universidad, pero que tocan nuestros nervios directamente – nuestro cerebro es el responsable de esta aceleración temporal.

Parece mentira, pero el tiempo, objetivamente, sigue fluyendo al mismo ritmo. Un minuto es un minuto, tanto si tienes 20 como si tienes 60. Lo que pasa es que la forma en que nuestro cerebro registra esas vivencias cambia con el tiempo. Piensa en dos relojes: uno mide el tiempo físico, constante e invariable; el otro, el tiempo subjetivo, el que sentimos, y ese es el que se pone juguetón con la edad.

Cuando somos niños, cada día es una aventura, un chunche nuevo por descubrir. Todo es novedoso: lugares, personas, sabores… Nuestro cerebro está trabajando a toda marcha, grabando cada detalle en la memoria. Son como fotos instantáneas vívidas y coloridas. Como cuando te llevaban a visitar a la abuela por primera vez, ¡tremendo recuerdo!

Pero luego, entramos en la rutina. Horarios fijos, caminos conocidos, comidas parecidas… El cerebro empieza a economizar energía, dejando de registrar tantos detalles. Se relaja, se pone en modo automático. De repente, miramos hacia atrás y decimos: '¡Uy, dónde se fue el 2025!' Y es que, si tenemos pocas ‘fotos’ mentales claras, el cerebro interpreta ese periodo como más corto.

La clave está en la memoria. Los recuerdos no solo guardan datos, sino que sirven como marcadores temporales. Durante la niñez, como comentaba, los recuerdos son abundantes, cargados de emociones y sorpresas. En la adultez, la repetición reduce el impacto emocional, y por ende, la cantidad de recuerdos nítidos. Es más sencillo recordar el viaje a Manuel Antonio cuando tenías 10 años que lo que hiciste ayer por la tarde.

La novedad, ¡ahí está la magia! Es como un imán para el cerebro. Cuanto más diferente es cada día, más largo lo percibimos al recordarlo. Por eso unas vacaciones espontáneas y llenas de aventuras se sienten eternas, mientras que meses de papeleo y reuniones se evaporan en un abrir y cerrar de ojos. Es como si el cerebro necesitara esos sobresaltos para marcar el camino.

Entonces, ¿qué podemos hacer para frenar esta sensación de que el tiempo se nos escapa entre los dedos? Pues no hay una fórmula mágica, pero los científicos sugieren romper la rutina, aprender algo nuevo, cambiar de ruta para ir al trabajo, probar recetas diferentes… ¡hasta decorar la casa con colores nuevos! También ayuda prestar atención plena a lo que hacemos, disfrutar cada momento, saborear el café de la mañana. Y hasta revivir viejos recuerdos, mirando fotos y contando historias. Al final, el tiempo no se acelera con la edad, pero sí nuestra forma de vivirlo. Entonces, dime, ¿cuál ha sido el cambio más grande que has notado en tu percepción del tiempo a lo largo de los años y qué haces tú para ralentizarlo?
 
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