Maes, fijo ya todos vieron el despiche que se armó estos días. El chisme del momento: que el Padre Sergio Valverde, el director de Obras del Espíritu Santo, tiene propiedades y carros a su nombre. Y diay, seamos honestos, en un país donde la desconfianza es el pan de cada día, la noticia suena jugosa para los que andan buscando el pelo en la sopa. Pero antes de que todos saquen las antorchas y se unan al linchamiento digital, ¿podemos tomarnos un segundo para poner la vara en perspectiva? Porque una cosa es el runrún y otra muy distinta es la realidad del brete que hace este mae, y francamente, la comparación es hasta ofensiva.
Hablemos con datos, que es lo que importa. Mientras media Costa Rica debate sobre un bendito carro, la organización del Padre Sergio le da de comer a más de 70,000 personas. Setenta. Mil. Personas. Todos los días. ¡Qué nivel! No estamos hablando de una ayudita esporádica; es una operación logística monumental que funciona gracias a él y a un montón de gente que sí se la juega. Y por si fuera poco, la famosa fiesta de Navidad para güilas en riesgo social, que ya era una carga, este año va a pasar de 35,000 a 50,000 chiquitos. Cincuenta mil güilas que, por un día, van a sentir que no están solos, que van a recibir un chunche, sí, pero más importante, un abrazo y un rato a cachete. Ese es el "escándalo" del que deberíamos estar hablando.
Y la vara no termina ahí. El mae mantiene un albergue para niños en abandono. No es una guardería, es un hogar con todas las letras: techo, comida, educación, cuidado. Se preocupa por las mamás solas, por las familias que están a punto de irse al traste. Su enfoque siempre ha sido el mismo: proteger a los más pequeños. ¿Por qué? Porque según él, esa fue la misión que le encomendó el Espíritu Santo. Y uno puede ser creyente o no, pero es imposible no respetar a alguien que dedica cada segundo de su vida a una causa que lo trasciende, en lugar de estar pegado a una pantalla viendo a ver a quién critica.
Aquí es donde a uno se le vuela un poco la piedra. Criticar a alguien que se mete en helicópteros donados para llegar a zonas indígenas donde no llega ni el 1% de los ticos, solo porque algunos políticos quieren sacarle provecho a su imagen, es jalarse una torta monumental. Que los politiquillos de siempre quieran pegársele como una lapa es problema de ellos, no de él. El Padre Sergio no anda buscando un puesto en la Asamblea ni un contrato millonario. Su único "interés" es ver cómo le lleva un plato de comida a un niño con hambre o un cuaderno a uno que quiere estudiar. Intentar manchar una obra de esta magnitud por chismes es, como mínimo, de muy mal gusto. ¡Qué salado tener que aguantar ataques en tu propio país cuando lo único que hacés es ayudar!
Al final, las cuentas son claras. El Padre Sergio no necesita que yo ni nadie lo defienda. Su defensa son los 70,000 platos de comida diarios, los 50,000 regalos de Navidad, los cientos de niños que tienen un hogar gracias a su visión. Sus actos no solo hablan, gritan. Mientras nosotros estamos aquí, cómodos, debatiendo en un foro, él está allá afuera, en el barro, donde las papas queman, haciendo el brete que a la mayoría nos da pereza, miedo o simplemente no nos nace hacer. Así que, lanzo la pregunta al aire, maes: ¿De verdad el problema son las propiedades de un sacerdote que lidera una de las obras sociales más cargas de Centroamérica, o el problema es una sociedad que se acostumbró a desconfiar tanto que ya no reconoce la bondad pura y dura cuando la tiene en frente?
Hablemos con datos, que es lo que importa. Mientras media Costa Rica debate sobre un bendito carro, la organización del Padre Sergio le da de comer a más de 70,000 personas. Setenta. Mil. Personas. Todos los días. ¡Qué nivel! No estamos hablando de una ayudita esporádica; es una operación logística monumental que funciona gracias a él y a un montón de gente que sí se la juega. Y por si fuera poco, la famosa fiesta de Navidad para güilas en riesgo social, que ya era una carga, este año va a pasar de 35,000 a 50,000 chiquitos. Cincuenta mil güilas que, por un día, van a sentir que no están solos, que van a recibir un chunche, sí, pero más importante, un abrazo y un rato a cachete. Ese es el "escándalo" del que deberíamos estar hablando.
Y la vara no termina ahí. El mae mantiene un albergue para niños en abandono. No es una guardería, es un hogar con todas las letras: techo, comida, educación, cuidado. Se preocupa por las mamás solas, por las familias que están a punto de irse al traste. Su enfoque siempre ha sido el mismo: proteger a los más pequeños. ¿Por qué? Porque según él, esa fue la misión que le encomendó el Espíritu Santo. Y uno puede ser creyente o no, pero es imposible no respetar a alguien que dedica cada segundo de su vida a una causa que lo trasciende, en lugar de estar pegado a una pantalla viendo a ver a quién critica.
Aquí es donde a uno se le vuela un poco la piedra. Criticar a alguien que se mete en helicópteros donados para llegar a zonas indígenas donde no llega ni el 1% de los ticos, solo porque algunos políticos quieren sacarle provecho a su imagen, es jalarse una torta monumental. Que los politiquillos de siempre quieran pegársele como una lapa es problema de ellos, no de él. El Padre Sergio no anda buscando un puesto en la Asamblea ni un contrato millonario. Su único "interés" es ver cómo le lleva un plato de comida a un niño con hambre o un cuaderno a uno que quiere estudiar. Intentar manchar una obra de esta magnitud por chismes es, como mínimo, de muy mal gusto. ¡Qué salado tener que aguantar ataques en tu propio país cuando lo único que hacés es ayudar!
Al final, las cuentas son claras. El Padre Sergio no necesita que yo ni nadie lo defienda. Su defensa son los 70,000 platos de comida diarios, los 50,000 regalos de Navidad, los cientos de niños que tienen un hogar gracias a su visión. Sus actos no solo hablan, gritan. Mientras nosotros estamos aquí, cómodos, debatiendo en un foro, él está allá afuera, en el barro, donde las papas queman, haciendo el brete que a la mayoría nos da pereza, miedo o simplemente no nos nace hacer. Así que, lanzo la pregunta al aire, maes: ¿De verdad el problema son las propiedades de un sacerdote que lidera una de las obras sociales más cargas de Centroamérica, o el problema es una sociedad que se acostumbró a desconfiar tanto que ya no reconoce la bondad pura y dura cuando la tiene en frente?