Maes, si ustedes son de Cartago o tienen familia por allá, mejor se sientan. A partir de septiembre, el recibo del agua les va a llegar con un “cariñito” que podría triplicar lo que pagan hoy. Sí, leyeron bien, hasta un 300% de aumento. El alcalde, Mario Redondo, salió a confirmar el bombazo, diciendo que la plata es para “modernizar” el sistema. O sea, nos están diciendo que para arreglar el tubo roto, primero nos van a dejar secos los bolsillos. La medida, cocinada junto al AyA, busca tapar un hueco financiero que, según ellos, ya no se aguanta más.
Pero vamos a lo que importa, ¿de dónde salió este despiche? Según los que saben, como el ingeniero Roberto Murillo, la cosa es que el sistema de acueductos de la Vieja Metrópoli está más para el museo que para funcionar. Hablamos de tuberías y equipos que ya dieron lo que tenían que dar hace años. El resultado es el que ya muchos conocen: fugas por todo lado, presión que parece un chiste y un desperdicio de agua que da cólera. Durante la última década, mientras el costo de arreglar cada chunche subía y subía, la tarifa se quedó congelada en el tiempo. Básicamente, se tapó el sol con un dedo hasta que el dedo se quemó y ahora la cuenta nos la pasan a todos de un solo tiro.
El problema es que esta “solución” de la Muni se siente como un castigo colectivo por una mala planificación que se viene arrastrando desde hace tiempo. Uno se pregunta quién se jaló la torta aquí: ¿las administraciones pasadas por no hacer los ajustes a tiempo, o la actual por tirar un aumento tan desproporcionado de la noche a la mañana? Porque mantener tarifas bajas suena muy popular, pero si eso significa que la infraestructura se va al traste, al final el remedio sale muchísimo más caro que la enfermedad. Es una bola de nieve que dejaron crecer y ahora amenaza con aplastar el presupuesto de un montón de familias.
Y es que ahí está el verdadero clavo del asunto. Para una familia que la pulseada día a día, la noticia es para estar bien salado. Como dijo doña Rosa Chaves, una líder comunal de Los Ángeles, “estamos de acuerdo en que se debe invertir, pero no a costa de quienes menos tienen”. Y tiene toda la razón. Una cosa es un ajuste gradual y bien comunicado, y otra muy distinta es este trancazo que va a poner a más de uno a hacer milagros para pagar el agua. Ya varios grupos de vecinos se están organizando, preparando recursos legales y planeando protestas. No se van a quedar de brazos cruzados, y con justa razón.
Al final, la situación deja un sabor amargo. Por un lado, es innegable que el sistema hídrico de Cartago necesita un brete profundo y urgente. Nadie quiere seguir con fugas y cortes de agua. Pero por otro lado, la forma en que se pretende financiar ese arreglo se siente como un abuso, un golpe directo a la gente que ya de por sí hace malabares para llegar a fin de mes. La confianza en las autoridades municipales queda por los suelos y la gente se siente, una vez más, como el último mono de la fila. Diay, ¿qué opinan ustedes? ¿Es un mal necesario que hay que aguantar o un abuso de la Muni? ¿Creen que las protestas y las acciones legales sirvan de algo o es una batalla perdida?
Pero vamos a lo que importa, ¿de dónde salió este despiche? Según los que saben, como el ingeniero Roberto Murillo, la cosa es que el sistema de acueductos de la Vieja Metrópoli está más para el museo que para funcionar. Hablamos de tuberías y equipos que ya dieron lo que tenían que dar hace años. El resultado es el que ya muchos conocen: fugas por todo lado, presión que parece un chiste y un desperdicio de agua que da cólera. Durante la última década, mientras el costo de arreglar cada chunche subía y subía, la tarifa se quedó congelada en el tiempo. Básicamente, se tapó el sol con un dedo hasta que el dedo se quemó y ahora la cuenta nos la pasan a todos de un solo tiro.
El problema es que esta “solución” de la Muni se siente como un castigo colectivo por una mala planificación que se viene arrastrando desde hace tiempo. Uno se pregunta quién se jaló la torta aquí: ¿las administraciones pasadas por no hacer los ajustes a tiempo, o la actual por tirar un aumento tan desproporcionado de la noche a la mañana? Porque mantener tarifas bajas suena muy popular, pero si eso significa que la infraestructura se va al traste, al final el remedio sale muchísimo más caro que la enfermedad. Es una bola de nieve que dejaron crecer y ahora amenaza con aplastar el presupuesto de un montón de familias.
Y es que ahí está el verdadero clavo del asunto. Para una familia que la pulseada día a día, la noticia es para estar bien salado. Como dijo doña Rosa Chaves, una líder comunal de Los Ángeles, “estamos de acuerdo en que se debe invertir, pero no a costa de quienes menos tienen”. Y tiene toda la razón. Una cosa es un ajuste gradual y bien comunicado, y otra muy distinta es este trancazo que va a poner a más de uno a hacer milagros para pagar el agua. Ya varios grupos de vecinos se están organizando, preparando recursos legales y planeando protestas. No se van a quedar de brazos cruzados, y con justa razón.
Al final, la situación deja un sabor amargo. Por un lado, es innegable que el sistema hídrico de Cartago necesita un brete profundo y urgente. Nadie quiere seguir con fugas y cortes de agua. Pero por otro lado, la forma en que se pretende financiar ese arreglo se siente como un abuso, un golpe directo a la gente que ya de por sí hace malabares para llegar a fin de mes. La confianza en las autoridades municipales queda por los suelos y la gente se siente, una vez más, como el último mono de la fila. Diay, ¿qué opinan ustedes? ¿Es un mal necesario que hay que aguantar o un abuso de la Muni? ¿Creen que las protestas y las acciones legales sirvan de algo o es una batalla perdida?