Diay, maes, no sé si ya leyeron la vara de Mauricio Ortega, el compa que está internado en Brasil. La noticia de hoy es que, por dicha y gracias a Dios, el mae está mejorando y parece que pronto le dan la salida. Y vieras que ¡qué chiva! enterarse de eso, porque la historia detrás es un despiche de los buenos y nos deja una lección que a más de uno le puede servir.
Para los que no están enterados, les resumo el chisme: Mauricio y su esposa, Angie, andaban turisteando en Río de Janeiro, a cachete, hasta que a él le pegó un dolor insoportable. Resultó ser pancreatitis aguda. ¡Qué sal, mae! Uno se va de vacaciones pensando en la playa y las caipirinhas, y termina en una emergencia médica. Saladísimo. Lo primero que hicieron fue ir a un hospital privado, el Copa D'Or, que suena todo elegante. El problema es que la elegancia costaba $18,000 de entrada. Al decir que no tenían esa plata a mano, la historia se puso fea: le quitaron la vía intravenosa, lo montaron en una silla de ruedas y, sin más, lo sacaron a la calle. Así, como si fuera un chunche.
Ahí fue donde la vara se fue al traste. Terminaron en un hospital público que, según cuenta Angie, era un verdadero caos. Se quedaron sin doctores un fin de semana, la máquina de ultrasonido no servía y, para terminar de joderla, Mauricio tuvo una crisis de vómito y nadie lo ayudó por horas. La habitación, un asco. Un escenario que a cualquiera le daría un ataque de pánico, más aún estando enfermo y lejos de casa. Honestamente, ¡qué despiche de situación! Uno paga por un viaje para relajarse, no para vivir una película de terror.
Pero aquí es donde la historia da un giro y se pone realmente interesante, y es el punto que quiero discutir con ustedes. Resulta que ellos SÍ tenían seguro de viaje. Y no cualquier seguro: una póliza con cobertura de hasta $150,000. Entonces, la pregunta del millón es: ¿por qué diablos terminaron en un hospital público con esas condiciones, si tenían cómo pagar el privado? La respuesta de Angie es tan lógica como aterradora: por miedo. Miedo a que el famoso "pague usted primero y nosotros le reembolsamos después" terminara en un "lo sentimos, esa condición no la cubrimos". Miedo a quedarse sin un cinco, varados en otro país y con una deuda masiva. Seamos honestos, ¿quién anda $18,000 en la bolsa para pagar de un solo tiro? Angie temía que la aseguradora "se lavara las manos" y su plan de traer a Mauricio de vuelta a Costa Rica se arruinara por completo.
Y esa, gente, es la verdadera torta aquí. La historia de Mauricio nos demuestra que, muchas veces, el sistema de seguros está diseñado de una forma que nos genera más angustia que seguridad. ¿De qué sirve tener una cobertura millonaria si el proceso para activarla es tan intimidante que uno prefiere arriesgarse en condiciones insalubres? La buena noticia, repito, es que Mauricio está bien y ya casi sale. Pero el susto que se llevaron ellos nos sirve de advertencia a todos los que viajamos. Hay que leer la letra menuda, entender cómo funciona el reembolso y, aun así, cruzar los dedos para no tener que usarlo nunca. Al final, parece que el mejor seguro sigue siendo la buena suerte.
Ahora les paso la bola a ustedes: ¿Les ha pasado algo parecido con un seguro de viaje? ¿Creen que estas pólizas realmente funcionan como deberían o son, en la práctica, un dolor de cabeza más cuando las cosas se ponen feas?
Para los que no están enterados, les resumo el chisme: Mauricio y su esposa, Angie, andaban turisteando en Río de Janeiro, a cachete, hasta que a él le pegó un dolor insoportable. Resultó ser pancreatitis aguda. ¡Qué sal, mae! Uno se va de vacaciones pensando en la playa y las caipirinhas, y termina en una emergencia médica. Saladísimo. Lo primero que hicieron fue ir a un hospital privado, el Copa D'Or, que suena todo elegante. El problema es que la elegancia costaba $18,000 de entrada. Al decir que no tenían esa plata a mano, la historia se puso fea: le quitaron la vía intravenosa, lo montaron en una silla de ruedas y, sin más, lo sacaron a la calle. Así, como si fuera un chunche.
Ahí fue donde la vara se fue al traste. Terminaron en un hospital público que, según cuenta Angie, era un verdadero caos. Se quedaron sin doctores un fin de semana, la máquina de ultrasonido no servía y, para terminar de joderla, Mauricio tuvo una crisis de vómito y nadie lo ayudó por horas. La habitación, un asco. Un escenario que a cualquiera le daría un ataque de pánico, más aún estando enfermo y lejos de casa. Honestamente, ¡qué despiche de situación! Uno paga por un viaje para relajarse, no para vivir una película de terror.
Pero aquí es donde la historia da un giro y se pone realmente interesante, y es el punto que quiero discutir con ustedes. Resulta que ellos SÍ tenían seguro de viaje. Y no cualquier seguro: una póliza con cobertura de hasta $150,000. Entonces, la pregunta del millón es: ¿por qué diablos terminaron en un hospital público con esas condiciones, si tenían cómo pagar el privado? La respuesta de Angie es tan lógica como aterradora: por miedo. Miedo a que el famoso "pague usted primero y nosotros le reembolsamos después" terminara en un "lo sentimos, esa condición no la cubrimos". Miedo a quedarse sin un cinco, varados en otro país y con una deuda masiva. Seamos honestos, ¿quién anda $18,000 en la bolsa para pagar de un solo tiro? Angie temía que la aseguradora "se lavara las manos" y su plan de traer a Mauricio de vuelta a Costa Rica se arruinara por completo.
Y esa, gente, es la verdadera torta aquí. La historia de Mauricio nos demuestra que, muchas veces, el sistema de seguros está diseñado de una forma que nos genera más angustia que seguridad. ¿De qué sirve tener una cobertura millonaria si el proceso para activarla es tan intimidante que uno prefiere arriesgarse en condiciones insalubres? La buena noticia, repito, es que Mauricio está bien y ya casi sale. Pero el susto que se llevaron ellos nos sirve de advertencia a todos los que viajamos. Hay que leer la letra menuda, entender cómo funciona el reembolso y, aun así, cruzar los dedos para no tener que usarlo nunca. Al final, parece que el mejor seguro sigue siendo la buena suerte.
Ahora les paso la bola a ustedes: ¿Les ha pasado algo parecido con un seguro de viaje? ¿Creen que estas pólizas realmente funcionan como deberían o son, en la práctica, un dolor de cabeza más cuando las cosas se ponen feas?