Maes, ¿saben esas varas que uno da por sentadas toda la vida? Como que el sol sale por el este, que la Liga nunca va a ganar el penta o que el Palacio de los Deportes de Heredia se llama “Óscar Arias Sánchez”. Bueno, pues parece que una de esas verdades universales se nos acaba de ir al traste. Resulta y acontece que la Muni de Heredia, con la alcaldesa Ángela Aguilar a la cabeza, acaba de soltar la bomba: le van a quitar el nombre del expresidente al icónico edificio. Y no, no es por un pleito político del momento, la historia es mucho más enredada y, honestamente, hasta un poco cómica.
Aquí es donde empieza el despiche legal. Todo parece indicar que alguien, en algún momento de la historia, se jaló una torta monumental. El Concejo Municipal herediano recibió un informe de su propia Comisión de Asuntos Culturales que decía, básicamente, "maes, hay que quitar ese nombre". Pero el Concejo, en una jugada digna de estudio, dijo que eso no era bronca de ellos y le tiraron la bola caliente a la alcaldía. La alcaldesa Aguilar, para no meter las de andar, hizo lo que cualquiera con dos dedos de frente haría: fue a preguntarle al que sabe, a la Comisión Nacional de Nomenclatura. Y ahí fue donde la puerca torció el rabo.
La respuesta de la Comisión fue un balde de agua fría para los que creían saberlo todo. El nombre oficial, el que vale en papel y con sello, nunca fue “Palacio de los Deportes Óscar Arias Sánchez”. ¡Nunca! El nombre legal y correcto siempre ha sido “Palacio de los Deportes Premio Nobel de la Paz”. O sea, todo este tiempo, las letras en la fachada, los documentos, las noticias... todo era parte de un error que se normalizó con el tiempo. Es como si usted le dijera “Fulanito” a su vecino por veinte años y un día se da cuenta de que en realidad se llama “Menganito”. ¡Qué torta!
Ahora, la alcaldesa Aguilar está en una posición interesante. En su comunicado, se lava las manos con bastante elegancia, diciendo que su administración simplemente está cumpliendo la ley. Y tiene razón. Su brete es hacer que las varas funcionen según las reglas, no según la costumbre. “Esta administración es respetuosa de la trayectoria de todas las personas (...), pero mi deber como alcaldesa es hacer cumplir lo que establece la ley”, dijo. Es una forma muy diplomática de decir: “Maes, a mí no me vean, yo solo estoy corrigiendo un chunche que estaba mal desde hace añales”. A finales de la próxima semana, quitan las letras y se acaba el cuento.
Al final, esta situación es un reflejo perfecto de cómo funciona a veces nuestro país. Un error se comete, nadie lo revisa, se convierte en costumbre y, décadas después, un trámite burocrático lo saca a la luz, generando un debate que realmente no debería existir. La vara no es tanto un ataque a la figura de Arias, sino la corrección de un error administrativo. Pero claro, en Costa Rica todo es política. Diay, maes, ¿qué opinan ustedes de toda esta vara? ¿Está bien quitarle el nombre de una figura como Arias a un edificio por un tecnicismo legal, o es una excusa para borrar historia? Y más allá de eso, ¿deberíamos seguir nombrando chunches públicos con nombres de gente que todavía anda por ahí?
Aquí es donde empieza el despiche legal. Todo parece indicar que alguien, en algún momento de la historia, se jaló una torta monumental. El Concejo Municipal herediano recibió un informe de su propia Comisión de Asuntos Culturales que decía, básicamente, "maes, hay que quitar ese nombre". Pero el Concejo, en una jugada digna de estudio, dijo que eso no era bronca de ellos y le tiraron la bola caliente a la alcaldía. La alcaldesa Aguilar, para no meter las de andar, hizo lo que cualquiera con dos dedos de frente haría: fue a preguntarle al que sabe, a la Comisión Nacional de Nomenclatura. Y ahí fue donde la puerca torció el rabo.
La respuesta de la Comisión fue un balde de agua fría para los que creían saberlo todo. El nombre oficial, el que vale en papel y con sello, nunca fue “Palacio de los Deportes Óscar Arias Sánchez”. ¡Nunca! El nombre legal y correcto siempre ha sido “Palacio de los Deportes Premio Nobel de la Paz”. O sea, todo este tiempo, las letras en la fachada, los documentos, las noticias... todo era parte de un error que se normalizó con el tiempo. Es como si usted le dijera “Fulanito” a su vecino por veinte años y un día se da cuenta de que en realidad se llama “Menganito”. ¡Qué torta!
Ahora, la alcaldesa Aguilar está en una posición interesante. En su comunicado, se lava las manos con bastante elegancia, diciendo que su administración simplemente está cumpliendo la ley. Y tiene razón. Su brete es hacer que las varas funcionen según las reglas, no según la costumbre. “Esta administración es respetuosa de la trayectoria de todas las personas (...), pero mi deber como alcaldesa es hacer cumplir lo que establece la ley”, dijo. Es una forma muy diplomática de decir: “Maes, a mí no me vean, yo solo estoy corrigiendo un chunche que estaba mal desde hace añales”. A finales de la próxima semana, quitan las letras y se acaba el cuento.
Al final, esta situación es un reflejo perfecto de cómo funciona a veces nuestro país. Un error se comete, nadie lo revisa, se convierte en costumbre y, décadas después, un trámite burocrático lo saca a la luz, generando un debate que realmente no debería existir. La vara no es tanto un ataque a la figura de Arias, sino la corrección de un error administrativo. Pero claro, en Costa Rica todo es política. Diay, maes, ¿qué opinan ustedes de toda esta vara? ¿Está bien quitarle el nombre de una figura como Arias a un edificio por un tecnicismo legal, o es una excusa para borrar historia? Y más allá de eso, ¿deberíamos seguir nombrando chunches públicos con nombres de gente que todavía anda por ahí?