Ay, papá, la situación se puso pesada. Ya no es cuento de viejas, es pura realidad: Costa Rica se está quedando sin jóvenes que le apuesten. Escuchas a los políticos hablar de crecimiento, de progreso, pero yo veo a muchísimos muchachos y muchachas dando tumbos, sin estudio, sin brete fijo, y sintiéndose olvidados por el sistema. La verdad, me da unas ganas de agarrarme la cabeza.
Las estadísticas, esos números fríos que tanto detesto, pintan un panorama preocupante. Somos el tercer país de la OCDE con más chavales que no andan estudiando ni trabajando, ¡qué papelón! Y lo peor es que cada día más se unen a esta triste lista. En apenas un año, 156 mil corazones dejaron de palpitar con la esperanza de encontrar un empleo decente. ¿Se imaginan cuántas historias personales se esconden tras esas cifras?
No es solo cuestión de números, es sobre el futuro de nuestro país. Cuando un joven se queda sin dirección, no solo pierde él, se lleva consigo parte de la potencialidad nacional. Se cae la producción, la innovación se estanca, la competitividad se va al garete, y el tema de la seguridad, pues ya todos sabemos cómo va… Este país se construye con mentes jóvenes, creativas, con ganas de hacer las cosas bien. Si los dejamos tirados, ¿qué futuro les vamos a dejar a nuestros hijos?
La raíz del problema, como siempre, está en un Estado que a veces más que ayudar, estorba. Tenemos un sistema educativo que parece sacado de un libro de historia, preparando a nuestros jóvenes para trabajos que ya no existen. Y luego, el aparato burocrático, que te complica hasta respirar si quieres emprender algo nuevo. ¿Quién crea empleos en este país? No los políticos, sino los emprendedores, los mae que se arriesgan a montar sus propios negocios, a generar riqueza, a darle trabajo a otros. Si no les damos las herramientas y el apoyo necesarios, estaremos cavando nuestra propia tumba.
Pero no todo está perdido, chunches. Hay que dejar atrás los diagnósticos aburridos y los discursos vacíos. Costa Rica necesita un cambio radical de mentalidad, empezar a poner las bases para un futuro mejor. La educación debe estar conectada con la realidad del mercado laboral, tener un enfoque práctico y útil. El INA, que debería ser el motor de la empleabilidad, necesita una transformación urgente, desde cambiar sus planes de estudio hasta agilizar los procesos administrativos. ¡Que no sean ciclos infinitos!
También necesitamos mejorar la infraestructura, crear un ambiente favorable para los negocios. Nadie va a invertir en un país donde las carreteras están hechas jejes y donde abrir una empresa es más difícil que escalar el Cerro Chirripó. Cada colón que se invierte en caminos, escuelas, hospitales, es una oportunidad de empleo y crecimiento. Y cada trámite innecesario que se elimina, es un empujón para que surjan nuevas ideas, nuevos proyectos.
Y, claro, la seguridad es fundamental. Sin tranquilidad, nada funciona. El narcotráfico y la delincuencia organizada están poniendo al país contra la pared, amenazando a comerciantes y agricultores. Recuperar el control del territorio no es solo un problema policial, es un tema social, económico, de reconstrucción de tejido comunitario. Necesitamos volver a sentirnos seguros caminando por nuestras calles, dejando a nuestros hijos jugar en los parques sin temor.
Al final del día, el mensaje es simple: no podemos permitirnos que nuestra juventud pierda la fe en Costa Rica. Tenemos que demostrarles que este país vale la pena, que estudiar tiene sentido, que trabajar rinde frutos, que hacer lo correcto genera resultados, y que soñar es posible. Pero, díganme sinceramente, ¿creen que los actuales líderes tienen la visión y el coraje para impulsar estos cambios tan necesarios? ¿O continuaremos viendo cómo nuestros jóvenes se van al traste, perdiendo la oportunidad de construir un futuro próspero para todos nosotros?
Las estadísticas, esos números fríos que tanto detesto, pintan un panorama preocupante. Somos el tercer país de la OCDE con más chavales que no andan estudiando ni trabajando, ¡qué papelón! Y lo peor es que cada día más se unen a esta triste lista. En apenas un año, 156 mil corazones dejaron de palpitar con la esperanza de encontrar un empleo decente. ¿Se imaginan cuántas historias personales se esconden tras esas cifras?
No es solo cuestión de números, es sobre el futuro de nuestro país. Cuando un joven se queda sin dirección, no solo pierde él, se lleva consigo parte de la potencialidad nacional. Se cae la producción, la innovación se estanca, la competitividad se va al garete, y el tema de la seguridad, pues ya todos sabemos cómo va… Este país se construye con mentes jóvenes, creativas, con ganas de hacer las cosas bien. Si los dejamos tirados, ¿qué futuro les vamos a dejar a nuestros hijos?
La raíz del problema, como siempre, está en un Estado que a veces más que ayudar, estorba. Tenemos un sistema educativo que parece sacado de un libro de historia, preparando a nuestros jóvenes para trabajos que ya no existen. Y luego, el aparato burocrático, que te complica hasta respirar si quieres emprender algo nuevo. ¿Quién crea empleos en este país? No los políticos, sino los emprendedores, los mae que se arriesgan a montar sus propios negocios, a generar riqueza, a darle trabajo a otros. Si no les damos las herramientas y el apoyo necesarios, estaremos cavando nuestra propia tumba.
Pero no todo está perdido, chunches. Hay que dejar atrás los diagnósticos aburridos y los discursos vacíos. Costa Rica necesita un cambio radical de mentalidad, empezar a poner las bases para un futuro mejor. La educación debe estar conectada con la realidad del mercado laboral, tener un enfoque práctico y útil. El INA, que debería ser el motor de la empleabilidad, necesita una transformación urgente, desde cambiar sus planes de estudio hasta agilizar los procesos administrativos. ¡Que no sean ciclos infinitos!
También necesitamos mejorar la infraestructura, crear un ambiente favorable para los negocios. Nadie va a invertir en un país donde las carreteras están hechas jejes y donde abrir una empresa es más difícil que escalar el Cerro Chirripó. Cada colón que se invierte en caminos, escuelas, hospitales, es una oportunidad de empleo y crecimiento. Y cada trámite innecesario que se elimina, es un empujón para que surjan nuevas ideas, nuevos proyectos.
Y, claro, la seguridad es fundamental. Sin tranquilidad, nada funciona. El narcotráfico y la delincuencia organizada están poniendo al país contra la pared, amenazando a comerciantes y agricultores. Recuperar el control del territorio no es solo un problema policial, es un tema social, económico, de reconstrucción de tejido comunitario. Necesitamos volver a sentirnos seguros caminando por nuestras calles, dejando a nuestros hijos jugar en los parques sin temor.
Al final del día, el mensaje es simple: no podemos permitirnos que nuestra juventud pierda la fe en Costa Rica. Tenemos que demostrarles que este país vale la pena, que estudiar tiene sentido, que trabajar rinde frutos, que hacer lo correcto genera resultados, y que soñar es posible. Pero, díganme sinceramente, ¿creen que los actuales líderes tienen la visión y el coraje para impulsar estos cambios tan necesarios? ¿O continuaremos viendo cómo nuestros jóvenes se van al traste, perdiendo la oportunidad de construir un futuro próspero para todos nosotros?