¡Ay, papá! Aquí estamos otra vez, viendo cómo nuestros diputados se luchen con temas que, díganlo en voz alta, no le sirven a nadie. Se trata de los llamados "guarismos legislativos", esos proyectos que salen como champán después de Navidad, llenos de pompa y circunstancia, pero que al final, resultan ser puro humo. Ya saben, promesas vacías y debates interminables que nos hacen perder el tiempo y el dinero.
El artículo de opinión de Alejandro Urbina Gutiérrez, publicado ayer, me hizo reflexionar –y qué reflexión tan agridulce– sobre el poco valor predictivo que tienen estos proyectos. Parece que algunos legisladores viven en una dimensión paralela, desconectados de las necesidades reales de la población. Te sacan con la “carga” que ponen encima de la mesa, leyes que más bien parecen ejercicios retóricos que buscan solamente quedar bien con unos pocos votantes.
Y no me vengan con cuentos de "representatividad". Claro, representan a sus partidos políticos, a sus intereses personales, pero ¿a quién representan realmente los costarricenses que trabajamos duro para pagarles el salario y les damos el poder de decidir sobre nuestro futuro? Me pregunto si alguna vez se dan cuenta de la responsabilidad que tienen entre manos. Joder, deberían estar enfocados en solucionar problemas concretos, no en andar inventándose nuevos bretes.
Recordemos la debacle de la reforma tributaria, que resultó en un quilombo peor que el anterior. O las discusiones infructuosas sobre la Ley de Drogas, que terminaron sin llegar a ninguna parte útil. ¿Es que acaso no aprenden nunca? A veces pienso que les gusta meterse en líos, solo para ver qué pasa. ¡Qué torta!
No quiero decir que todos los diputados sean iguales. Hay excepciones, claro que sí. Mae, hay gente decente trabajando ahí dentro, tratando de hacer lo correcto a pesar de la corriente general. Pero la verdad es que el ambiente está contaminado por el populismo autocrático, esa mezcla peligrosa de demagogia y autoritarismo que amenaza con socavar nuestras instituciones democráticas. Como dice Gustavo Araya Martínez, necesitamos apagar el incendio del odio y buscar soluciones sensatas, basadas en el diálogo y el consenso, no en la polarización y la confrontación constante.
Además, la desinformación juega un papel importante en este panorama caótico. Las redes sociales están inundadas de noticias falsas y rumores malintencionados que confunden a la gente y dificultan la toma de decisiones informadas. Dr. Luis Antonio Sobrado González tiene toda la razón al señalar esto. Necesitamos desarrollar un pensamiento crítico más sólido para poder discernir entre la verdad y la mentira, entre lo que es útil y lo que es pura paja. Este brete es serio, mis queridos.
Lo que me preocupa especialmente es la falta de transparencia en el proceso legislativo. No sabemos qué están debatiendo, cuáles son los argumentos a favor y en contra de cada propuesta, y mucho menos, cómo afectarán nuestra vida diaria. Es como si todo sucediera tras bambalinas, lejos de la mirada pública. Deberíamos tener derecho a saber qué hacen nuestros representantes, y exigiéndoles rendición de cuentas constantemente. Si los jugadores cumplieran las reglas, como diría Gustavo Araya Martínez, tal vez el arbitraje no sería tan cuestionado.
En fin, la Asamblea Legislativa sigue siendo un espectáculo digno de verse, aunque a veces nos dé ganas de taparnos los ojos. La pregunta que dejo abierta para ustedes, compas, es: ¿Deberían establecerse mecanismos más estrictos para controlar la calidad y relevancia de los proyectos presentados ante la Asamblea, o simplemente debemos aceptar que este es el precio que pagamos por vivir en una democracia imperfecta?
El artículo de opinión de Alejandro Urbina Gutiérrez, publicado ayer, me hizo reflexionar –y qué reflexión tan agridulce– sobre el poco valor predictivo que tienen estos proyectos. Parece que algunos legisladores viven en una dimensión paralela, desconectados de las necesidades reales de la población. Te sacan con la “carga” que ponen encima de la mesa, leyes que más bien parecen ejercicios retóricos que buscan solamente quedar bien con unos pocos votantes.
Y no me vengan con cuentos de "representatividad". Claro, representan a sus partidos políticos, a sus intereses personales, pero ¿a quién representan realmente los costarricenses que trabajamos duro para pagarles el salario y les damos el poder de decidir sobre nuestro futuro? Me pregunto si alguna vez se dan cuenta de la responsabilidad que tienen entre manos. Joder, deberían estar enfocados en solucionar problemas concretos, no en andar inventándose nuevos bretes.
Recordemos la debacle de la reforma tributaria, que resultó en un quilombo peor que el anterior. O las discusiones infructuosas sobre la Ley de Drogas, que terminaron sin llegar a ninguna parte útil. ¿Es que acaso no aprenden nunca? A veces pienso que les gusta meterse en líos, solo para ver qué pasa. ¡Qué torta!
No quiero decir que todos los diputados sean iguales. Hay excepciones, claro que sí. Mae, hay gente decente trabajando ahí dentro, tratando de hacer lo correcto a pesar de la corriente general. Pero la verdad es que el ambiente está contaminado por el populismo autocrático, esa mezcla peligrosa de demagogia y autoritarismo que amenaza con socavar nuestras instituciones democráticas. Como dice Gustavo Araya Martínez, necesitamos apagar el incendio del odio y buscar soluciones sensatas, basadas en el diálogo y el consenso, no en la polarización y la confrontación constante.
Además, la desinformación juega un papel importante en este panorama caótico. Las redes sociales están inundadas de noticias falsas y rumores malintencionados que confunden a la gente y dificultan la toma de decisiones informadas. Dr. Luis Antonio Sobrado González tiene toda la razón al señalar esto. Necesitamos desarrollar un pensamiento crítico más sólido para poder discernir entre la verdad y la mentira, entre lo que es útil y lo que es pura paja. Este brete es serio, mis queridos.
Lo que me preocupa especialmente es la falta de transparencia en el proceso legislativo. No sabemos qué están debatiendo, cuáles son los argumentos a favor y en contra de cada propuesta, y mucho menos, cómo afectarán nuestra vida diaria. Es como si todo sucediera tras bambalinas, lejos de la mirada pública. Deberíamos tener derecho a saber qué hacen nuestros representantes, y exigiéndoles rendición de cuentas constantemente. Si los jugadores cumplieran las reglas, como diría Gustavo Araya Martínez, tal vez el arbitraje no sería tan cuestionado.
En fin, la Asamblea Legislativa sigue siendo un espectáculo digno de verse, aunque a veces nos dé ganas de taparnos los ojos. La pregunta que dejo abierta para ustedes, compas, es: ¿Deberían establecerse mecanismos más estrictos para controlar la calidad y relevancia de los proyectos presentados ante la Asamblea, o simplemente debemos aceptar que este es el precio que pagamos por vivir en una democracia imperfecta?