Ay, mae, esto del condominio La Esperanza sí que se puso turbio. Inaugurado con pompa y circunstancia por Don Rodri y ahora… un cascarón vacío. Lo que prometía ser un sueño hecho realidad para familias necesitadas se convirtió en una especie de pueblo fantasma en Naranjo. Parece sacado de película de terror, pero la realidad es mucho más frustrante para los pocos afortunados que lograron meterse ahí.
Para refrescarle la memoria a los más jóvenes, La Esperanza nació como una iniciativa ambiciosa del gobierno para solucionar el problema de vivienda. Con bombazos mediáticos y discursos patrióticos, se presentó como la solución a la carencia habitacional en la provincia de Alajuela. Doce edificios con doce apartamentos cada uno, sumando unas ciento veinte familias que iban a tener finalmente un techo digno. Pero, ¿qué pasó?
La verdad es que, si uno va a visitar el lugar, le da qué pensar. De esas ciento veinte viviendas, apenas hay media docena ocupada. Los demás edificios permanecen prácticamente vacíos, con trabajos de acondicionamiento todavía inconclusos, pareciera que siguen en obra gris. Caminar por esos pasillos vacíos te da una sensación extraña, como estar en un escenario abandonado esperando a que empiece la función que nunca llega. Una lástima, porque el potencial estaba ahí.
Y es que, según cuentan varios vecinos que sí se aventuraron a instalarse, la maraña burocrática del Banco Hipotecario de la Vivienda (Banhvi) les tiene atados de manos. Dicen que andan dando vueltas con la aprobación final de sus créditos hipotecarios, y mientras tanto, siguen pagando alquiler y soñando con estrenar su nuevo hogar. No es fácil vivir así, mae, con la incertidumbre de no saber cuándo van a poder dejar atrás el desalojo y echar raíces en un lugar seguro.
Uno de los residentes, que pidió mantener el anonimato por miedo a represalias (siempre hay alguien observando, diay), me comentó que varias familias se marcharon desencantadas, hartas de esperar y de lidiar con los trámites interminables. “Nos dijeron que era rápido, que íbamos a tener la casa en un mes, pero ya llevo seis meses peleándome con papeles y nadie me da una respuesta clara,” lamentaba con frustración. ¡Qué torta!
El gerente del Banhvi, Dagoberto Hidalgo, trató de poner paños fríos a la situación, alegando que los retrasos se deben a “aspectos técnicos y de tiempo” propios de cada caso. Claro, eso suena bien en el papel, pero la gente necesita soluciones concretas, no excusas técnicas. Además, no podemos olvidar que este proyecto se vio envuelto en una polémica judicial con acusaciones de tráfico de influencias contra el exalcalde y el exvicealcalde de Naranjo. Ese brete ya quedó atrás, pero deja secuelas.
Otro detalle que no pasa desapercibido es la falta de agua. Hubo un momento en que la municipalidad tuvo que conectarlos a presión por insistencia del Poder Ejecutivo, lo que demuestra la precariedad inicial del proyecto. Ahora, parece que eso quedó solucionado, pero ¿quién garantiza que no volverá a pasar? Uno nunca sabe… Hay que estar siempre alerta, porque estos proyectos suelen tener más sombras que luces.
En fin, la historia de La Esperanza es un claro ejemplo de cómo las buenas intenciones a veces chocan con la realidad. Un proyecto que nació con grandes expectativas se ha convertido en un símbolo de la burocracia y la ineficiencia. Después de todo este panorama, mi pregunta para ustedes es: ¿creen que este tipo de iniciativas gubernamentales realmente funcionan, o estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez?
Para refrescarle la memoria a los más jóvenes, La Esperanza nació como una iniciativa ambiciosa del gobierno para solucionar el problema de vivienda. Con bombazos mediáticos y discursos patrióticos, se presentó como la solución a la carencia habitacional en la provincia de Alajuela. Doce edificios con doce apartamentos cada uno, sumando unas ciento veinte familias que iban a tener finalmente un techo digno. Pero, ¿qué pasó?
La verdad es que, si uno va a visitar el lugar, le da qué pensar. De esas ciento veinte viviendas, apenas hay media docena ocupada. Los demás edificios permanecen prácticamente vacíos, con trabajos de acondicionamiento todavía inconclusos, pareciera que siguen en obra gris. Caminar por esos pasillos vacíos te da una sensación extraña, como estar en un escenario abandonado esperando a que empiece la función que nunca llega. Una lástima, porque el potencial estaba ahí.
Y es que, según cuentan varios vecinos que sí se aventuraron a instalarse, la maraña burocrática del Banco Hipotecario de la Vivienda (Banhvi) les tiene atados de manos. Dicen que andan dando vueltas con la aprobación final de sus créditos hipotecarios, y mientras tanto, siguen pagando alquiler y soñando con estrenar su nuevo hogar. No es fácil vivir así, mae, con la incertidumbre de no saber cuándo van a poder dejar atrás el desalojo y echar raíces en un lugar seguro.
Uno de los residentes, que pidió mantener el anonimato por miedo a represalias (siempre hay alguien observando, diay), me comentó que varias familias se marcharon desencantadas, hartas de esperar y de lidiar con los trámites interminables. “Nos dijeron que era rápido, que íbamos a tener la casa en un mes, pero ya llevo seis meses peleándome con papeles y nadie me da una respuesta clara,” lamentaba con frustración. ¡Qué torta!
El gerente del Banhvi, Dagoberto Hidalgo, trató de poner paños fríos a la situación, alegando que los retrasos se deben a “aspectos técnicos y de tiempo” propios de cada caso. Claro, eso suena bien en el papel, pero la gente necesita soluciones concretas, no excusas técnicas. Además, no podemos olvidar que este proyecto se vio envuelto en una polémica judicial con acusaciones de tráfico de influencias contra el exalcalde y el exvicealcalde de Naranjo. Ese brete ya quedó atrás, pero deja secuelas.
Otro detalle que no pasa desapercibido es la falta de agua. Hubo un momento en que la municipalidad tuvo que conectarlos a presión por insistencia del Poder Ejecutivo, lo que demuestra la precariedad inicial del proyecto. Ahora, parece que eso quedó solucionado, pero ¿quién garantiza que no volverá a pasar? Uno nunca sabe… Hay que estar siempre alerta, porque estos proyectos suelen tener más sombras que luces.
En fin, la historia de La Esperanza es un claro ejemplo de cómo las buenas intenciones a veces chocan con la realidad. Un proyecto que nació con grandes expectativas se ha convertido en un símbolo de la burocracia y la ineficiencia. Después de todo este panorama, mi pregunta para ustedes es: ¿creen que este tipo de iniciativas gubernamentales realmente funcionan, o estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez?