Mae, a veces en este país pasan unas varas que de verdad lo dejan a uno viendo para el ciprés. Uno está acostumbrado a que la gente salga a la calle a pedir que bajen los precios, que la gasolina está muy cara, que el arroz por las nubes... lo normal. Pero, ¿ver a un grupo de vecinos manifestándose FRENTE a la ARESEP para pedir que, por favor, no les rebajen los pasajes del bus? Diay, eso sí que es para sentarse a analizar el despiche con calma. Y eso fue exactamente lo que pasó con la gente de Atenas esta semana.
El asunto, en resumen, es este: la ARESEP, en su infinita sabiduría de escritorio, propuso un ajuste para meter todos los ramales de bus del cantón en un solo saco, con una tarifa plana de ¢365. A primera vista, uno diría "¡qué tuanis, más barato!". Pero los atenienses, que no comen cuento, hicieron números y se dieron cuenta de la torta que se estaba cocinando. Con rebajas de hasta un 71% en algunas rutas, la cooperativa que les da el servicio, CoopeTransAtenas, simple y sencillamente se iría al traste. No es que sean malos, es que la matemática no da. Como dijo el abogado de la empresa, trabajar con esas tarifas es "ruinoso", y el resultado final no es que la empresa se va a la quiebra, es que la gente se queda sin cómo ir al brete, a la escuela o a las citas médicas.
Y aquí es donde la vara se pone interesante. Los que salieron a protestar no eran los dueños de la empresa, eran los mismos usuarios: adultos mayores, jefas de hogar, estudiantes. La gente que de verdad necesita el servicio. Ellos entendieron algo que, parece, en la ARESEP no han terminado de procesar: de nada sirve tener el pasaje más barato del mundo si no hay bus en el que subirse. Es la crónica de una muerte anunciada. Prefieren pagar un poco más y tener la seguridad de que el bus va a pasar, a ahorrarse unos rojos y terminar dependiendo de un servicio informal que no los va a llevar a todos los rincones del cantón, mucho menos a una persona con discapacidad o a un adulto mayor.
Lo más salado de todo es que este no es un caso aislado. Esto es apenas la punta del iceberg de un problema nacional. Un informe de Lanamme ya lo había cantado: casi 100 empresas de buses han tirado la toalla y abandonado rutas en todo el país. ¿Las razones? Las mismas de siempre: tarifas que no dan para cubrir costos, cada vez menos usuarios por la competencia de plataformas y la mala infraestructura vial. El modelo con el que ARESEP calcula las tarifas es, según los mismos empresarios, insostenible. Están tratando de mantener a flote un chunche que hace agua por todo lado, y mientras tanto, los que pagan los platos rotos son los usuarios de las zonas más alejadas.
Por ahora, la respuesta de ARESEP es el clásico "estamos en proceso". Dicen que el ajuste no está en firme y que habrá audiencias públicas para que los vecinos presenten sus argumentos. O sea, más burocracia. Esperemos que esta vez sí escuchen, porque el caso de Atenas es un campanazo de alerta. Es la prueba de que las soluciones de Excel, pensadas desde una oficina en San José, a menudo se estrellan de frente con la realidad de la calle. Los atenienses no están pidiendo un favor, están pidiendo sentido común para no quedarse, literalmente, botados.
Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué pesa más: una tarifa "justa" en el papel que deja a la gente botada, o un sistema un poco más caro pero que de verdad funcione? ¿Está la ARESEP viendo el Excel y no la calle? ¡Los leo en los comentarios!
El asunto, en resumen, es este: la ARESEP, en su infinita sabiduría de escritorio, propuso un ajuste para meter todos los ramales de bus del cantón en un solo saco, con una tarifa plana de ¢365. A primera vista, uno diría "¡qué tuanis, más barato!". Pero los atenienses, que no comen cuento, hicieron números y se dieron cuenta de la torta que se estaba cocinando. Con rebajas de hasta un 71% en algunas rutas, la cooperativa que les da el servicio, CoopeTransAtenas, simple y sencillamente se iría al traste. No es que sean malos, es que la matemática no da. Como dijo el abogado de la empresa, trabajar con esas tarifas es "ruinoso", y el resultado final no es que la empresa se va a la quiebra, es que la gente se queda sin cómo ir al brete, a la escuela o a las citas médicas.
Y aquí es donde la vara se pone interesante. Los que salieron a protestar no eran los dueños de la empresa, eran los mismos usuarios: adultos mayores, jefas de hogar, estudiantes. La gente que de verdad necesita el servicio. Ellos entendieron algo que, parece, en la ARESEP no han terminado de procesar: de nada sirve tener el pasaje más barato del mundo si no hay bus en el que subirse. Es la crónica de una muerte anunciada. Prefieren pagar un poco más y tener la seguridad de que el bus va a pasar, a ahorrarse unos rojos y terminar dependiendo de un servicio informal que no los va a llevar a todos los rincones del cantón, mucho menos a una persona con discapacidad o a un adulto mayor.
Lo más salado de todo es que este no es un caso aislado. Esto es apenas la punta del iceberg de un problema nacional. Un informe de Lanamme ya lo había cantado: casi 100 empresas de buses han tirado la toalla y abandonado rutas en todo el país. ¿Las razones? Las mismas de siempre: tarifas que no dan para cubrir costos, cada vez menos usuarios por la competencia de plataformas y la mala infraestructura vial. El modelo con el que ARESEP calcula las tarifas es, según los mismos empresarios, insostenible. Están tratando de mantener a flote un chunche que hace agua por todo lado, y mientras tanto, los que pagan los platos rotos son los usuarios de las zonas más alejadas.
Por ahora, la respuesta de ARESEP es el clásico "estamos en proceso". Dicen que el ajuste no está en firme y que habrá audiencias públicas para que los vecinos presenten sus argumentos. O sea, más burocracia. Esperemos que esta vez sí escuchen, porque el caso de Atenas es un campanazo de alerta. Es la prueba de que las soluciones de Excel, pensadas desde una oficina en San José, a menudo se estrellan de frente con la realidad de la calle. Los atenienses no están pidiendo un favor, están pidiendo sentido común para no quedarse, literalmente, botados.
Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué pesa más: una tarifa "justa" en el papel que deja a la gente botada, o un sistema un poco más caro pero que de verdad funcione? ¿Está la ARESEP viendo el Excel y no la calle? ¡Los leo en los comentarios!