Maes, no sé ustedes, pero yo leí la columna de Gustavo Araya que salió hoy y todavía le estoy dando vuelta en la jupa. El título es un bombazo: “Un gobierno que abre las puertas al narco o, al menos, no las cierra”. Diay, es que más claro no canta un gallo. Y lo peor de todo es que esa frase resume una sensación que ya muchos andamos por dentro, esa vara de que algo no está caminando bien y que, de a poquitos, el país que conocíamos se nos está yendo de las manos.
Es que seamos honestos, la narrativa oficial ya no calza con la realidad que vemos en la calle. Mientras en Conferencia de Prensa nos hablan de “acciones contundentes” y de que están haciendo el brete, uno abre el periódico y lo que ve es un recuento de balaceras, decomisos que parecen la punta del iceberg y una violencia que ya no respeta ni barrios ni horas del día. Pareciera que toda la estrategia de seguridad se nos fue al traste, si es que alguna vez hubo una estrategia coherente. La percepción general es que el gobierno o no sabe qué hacer, o peor, no le está poniendo la atención que una emergencia de este calibre necesita. Es un silencio que pesa, una inacción que grita.
Y aquí es donde la cosa se pone peluda. El punto de Araya no es tanto decir que el gobierno es cómplice, sino que su pasividad o su incompetencia terminan dando el mismo resultado: una puerta entornada por donde se cuela el crimen organizado. Cada vez que un ministro sale a dar una declaración vaga o a minimizar un problema, es como si se jalara una torta monumental frente a todo el país. No se dan cuenta de que esa falta de firmeza es música para los oídos de los que quieren convertir a Costa Rica en su patio de recreo. Al final del día, uno ve el panorama completo y no puede evitar pensar: ¡qué despiche!
Lo más frustrante es que esta vara no es un juego de números ni de política. Estamos hablando de vidas, de la tranquilidad de nuestras familias, del futuro de los güilas. El “Pura Vida” se está convirtiendo en un eslogan hueco para turistas mientras nosotros aprendemos a vivir con miedo. Me niego a aceptar que este es el nuevo estándar. Estamos salados si pensamos que esto se va a arreglar solo o con discursos bonitos. La inacción es una forma de acción, y en este caso, es una que nos está costando carísimo. Cerrar la puerta no es una opción, ¡es una obligación!
Al final, creo que la columna nos deja con una pregunta incómoda. No se trata solo de señalar al gobierno de turno, que claramente tiene una responsabilidad gigante. Se trata de mirarnos al espejo como sociedad. ¿Estamos exigiendo lo suficiente? ¿Nos estamos conformando con excusas? Porque esta bronca es de todos. Más allá de apuntar dedos, ¿qué creen ustedes que se puede hacer desde la acera de uno? ¿O ya es muy tarde y la vara se nos salió de las manos?
Es que seamos honestos, la narrativa oficial ya no calza con la realidad que vemos en la calle. Mientras en Conferencia de Prensa nos hablan de “acciones contundentes” y de que están haciendo el brete, uno abre el periódico y lo que ve es un recuento de balaceras, decomisos que parecen la punta del iceberg y una violencia que ya no respeta ni barrios ni horas del día. Pareciera que toda la estrategia de seguridad se nos fue al traste, si es que alguna vez hubo una estrategia coherente. La percepción general es que el gobierno o no sabe qué hacer, o peor, no le está poniendo la atención que una emergencia de este calibre necesita. Es un silencio que pesa, una inacción que grita.
Y aquí es donde la cosa se pone peluda. El punto de Araya no es tanto decir que el gobierno es cómplice, sino que su pasividad o su incompetencia terminan dando el mismo resultado: una puerta entornada por donde se cuela el crimen organizado. Cada vez que un ministro sale a dar una declaración vaga o a minimizar un problema, es como si se jalara una torta monumental frente a todo el país. No se dan cuenta de que esa falta de firmeza es música para los oídos de los que quieren convertir a Costa Rica en su patio de recreo. Al final del día, uno ve el panorama completo y no puede evitar pensar: ¡qué despiche!
Lo más frustrante es que esta vara no es un juego de números ni de política. Estamos hablando de vidas, de la tranquilidad de nuestras familias, del futuro de los güilas. El “Pura Vida” se está convirtiendo en un eslogan hueco para turistas mientras nosotros aprendemos a vivir con miedo. Me niego a aceptar que este es el nuevo estándar. Estamos salados si pensamos que esto se va a arreglar solo o con discursos bonitos. La inacción es una forma de acción, y en este caso, es una que nos está costando carísimo. Cerrar la puerta no es una opción, ¡es una obligación!
Al final, creo que la columna nos deja con una pregunta incómoda. No se trata solo de señalar al gobierno de turno, que claramente tiene una responsabilidad gigante. Se trata de mirarnos al espejo como sociedad. ¿Estamos exigiendo lo suficiente? ¿Nos estamos conformando con excusas? Porque esta bronca es de todos. Más allá de apuntar dedos, ¿qué creen ustedes que se puede hacer desde la acera de uno? ¿O ya es muy tarde y la vara se nos salió de las manos?