Mae, piénsenlo un toquecito. Antes de los pasillos gigantescos, de las cajas de autopago que nunca funcionan y de tener que caminar medio kilómetro para encontrar el atún, ¿qué había? Estaba la pulpe, el abastecedor, el minisúper del barrio. Ese lugar donde el dueño lo conocía por su nombre, le fiaba si la quincena venía coja y sabía exactamente qué tipo de pan comía usted. Diay, uno creería que esa vara ya se murió, aplastada por las grandes cadenas, pero no. Hay negocios familiares que son la pura resistencia, y sus historias son demasiado tuanis como para no contarlas.
Lo que me parece más chiva de todo este asunto es cómo estos lugares cargan con la historia del barrio en el propio rótulo. Tomen el caso del Super La Estrella, allá en San Diego de Tres Ríos. El nombre no fue que lo sacaron de una tómbola; es un homenaje al salón de baile La Estrella Roja que existía en el mismo chante. ¡Imagínense la cantidad de historias de amor y desamor que pasaron en ese lugar! En vez de borrar el pasado, la familia lo transformó. Una vara similar pasa con el Super El Roble, en La Unión. El dueño se apellida Robles y, con 45 años de estar al pie del cañón, el nombre le queda a cachete: fuerte, sólido y con raíces profundas en la comunidad. No es solo un nombre, es una declaración de principios.
Y es que aquí hablamos de gente que se ha jugado el pellejo por décadas. Pensemos en don Cosme Robles, que arrancó su súper con apenas 20 años. ¡Veinte años! A esa edad yo andaba viendo cómo pasar cálculo en la U y el mae ya estaba montando un negocio que hoy, 45 años después, sigue siendo un pilar para sus vecinos. Ese mae, don Cosme, es un carga. Es el tipo de persona que demuestra que el brete honesto y la cercanía con la gente valen más que cualquier estudio de mercado. O Ronny Villalobos, de Super El Barrio, que aunque le puso un nombre más moderno, la gente de toda la vida le sigue diciendo “el minisúper de Ñeco”, por el fundador original. Esa lealtad no se compra con ofertas de 2x1.
Estos negocios son mucho más que un lugar para ir a comprar el arroz y los frijoles. Son el termómetro de la comunidad. Son esos lugares donde uno sabe que encuentra desde el six pack para la mejenga hasta el Clorox que se le olvidó a la patrona. Y, por supuesto, un chunche que para muchos ya es una reliquia: el periódico impreso. Casi todos estos súper, desde el Oasis de doña Marianela hasta el Roble de don Cosme, han vendido por años el Diario Extra. Es parte del ritual: uno va por el pancito, la natilla y de paso se lleva el periódico para enterarse del despiche del día. Es la prueba de que, aunque el mundo cambie, hay costumbres que se niegan a morir porque forman parte de lo que somos.
Al final, la vara es sencilla: mientras una caja de autopago te va a tratar con la misma indiferencia siempre, en el súper del barrio te van a preguntar por tu mamá, te van a guardar el producto que siempre comprás y hasta te van a contar el último chisme. Son negocios con alma, administrados por familias que no ven a sus clientes como un número en una hoja de Excel, sino como lo que son: sus vecinos. Y eso, en un mundo cada vez más impersonal, tiene un valor incalculable. Así que la próxima vez que necesiten algo, quizás valga la pena caminar un par de cuadras más y apoyar a esa gente que mantiene vivo el corazón del barrio.
Para el foro: Maes, dejando el sentimentalismo de lado... ¿Cuál es esa pulpe o ese súper de su barrio que tiene una historia bien tuanis o que simplemente se niega a morir? ¡Cuenten sus historias!
Lo que me parece más chiva de todo este asunto es cómo estos lugares cargan con la historia del barrio en el propio rótulo. Tomen el caso del Super La Estrella, allá en San Diego de Tres Ríos. El nombre no fue que lo sacaron de una tómbola; es un homenaje al salón de baile La Estrella Roja que existía en el mismo chante. ¡Imagínense la cantidad de historias de amor y desamor que pasaron en ese lugar! En vez de borrar el pasado, la familia lo transformó. Una vara similar pasa con el Super El Roble, en La Unión. El dueño se apellida Robles y, con 45 años de estar al pie del cañón, el nombre le queda a cachete: fuerte, sólido y con raíces profundas en la comunidad. No es solo un nombre, es una declaración de principios.
Y es que aquí hablamos de gente que se ha jugado el pellejo por décadas. Pensemos en don Cosme Robles, que arrancó su súper con apenas 20 años. ¡Veinte años! A esa edad yo andaba viendo cómo pasar cálculo en la U y el mae ya estaba montando un negocio que hoy, 45 años después, sigue siendo un pilar para sus vecinos. Ese mae, don Cosme, es un carga. Es el tipo de persona que demuestra que el brete honesto y la cercanía con la gente valen más que cualquier estudio de mercado. O Ronny Villalobos, de Super El Barrio, que aunque le puso un nombre más moderno, la gente de toda la vida le sigue diciendo “el minisúper de Ñeco”, por el fundador original. Esa lealtad no se compra con ofertas de 2x1.
Estos negocios son mucho más que un lugar para ir a comprar el arroz y los frijoles. Son el termómetro de la comunidad. Son esos lugares donde uno sabe que encuentra desde el six pack para la mejenga hasta el Clorox que se le olvidó a la patrona. Y, por supuesto, un chunche que para muchos ya es una reliquia: el periódico impreso. Casi todos estos súper, desde el Oasis de doña Marianela hasta el Roble de don Cosme, han vendido por años el Diario Extra. Es parte del ritual: uno va por el pancito, la natilla y de paso se lleva el periódico para enterarse del despiche del día. Es la prueba de que, aunque el mundo cambie, hay costumbres que se niegan a morir porque forman parte de lo que somos.
Al final, la vara es sencilla: mientras una caja de autopago te va a tratar con la misma indiferencia siempre, en el súper del barrio te van a preguntar por tu mamá, te van a guardar el producto que siempre comprás y hasta te van a contar el último chisme. Son negocios con alma, administrados por familias que no ven a sus clientes como un número en una hoja de Excel, sino como lo que son: sus vecinos. Y eso, en un mundo cada vez más impersonal, tiene un valor incalculable. Así que la próxima vez que necesiten algo, quizás valga la pena caminar un par de cuadras más y apoyar a esa gente que mantiene vivo el corazón del barrio.
Para el foro: Maes, dejando el sentimentalismo de lado... ¿Cuál es esa pulpe o ese súper de su barrio que tiene una historia bien tuanis o que simplemente se niega a morir? ¡Cuenten sus historias!
