Maes, ¿se acuerdan de la tragedia en Desampa de hace unas semanas? Aquel incendio terrible donde fallecieron una mamá y sus tres hijos. Diay, obvio que sí. El país entero se unió en una ola de solidaridad masiva para ayudar al papá, el oficial de la Fuerza Pública Andrés Guillén. La gente se mandó, como siempre, y le llovió la plata en donaciones para que pudiera hacerle frente al despiche. Era la luz en medio de tanta oscuridad, el pueblo ayudando a uno de los suyos. Bueno, agarrense, porque parece que esa buena intención se fue al traste y la vara ahora es un novelón del que nadie quiere hacerse cargo.
Resulta y sucede que la abuela de los chiquitos, doña Rita Mora, pegó el grito al cielo. Según ella, el oficial Guillén le prometió, delante de su propio jefe, el mero mero de la Fuerza Pública, Marlon Cubillo, que iba a usar la plata de las donaciones para pagar un montón de deudas. ¿Y por qué las deudas estaban a nombre de ella? Porque, al parecer, Guillén estaba "manchado" y su hija no tenía orden patronal, entonces la única que podía sacar préstamos para ayudarlos era ella. Ahora, doña Rita dice que de toda esa promesa, lo único que se pagó fue una cuenta de Kölbi de 300 rojos. ¡Qué sal! La señora sigue hasta el cuello en deudas, incluyendo una con un prestamista "gota a gota" que, ya sabemos, no son los más pacientes para cobrar.
Aquí es donde la historia se pone más densa. Doña Rita acusa a Guillén de haberse gastado la plata en otras varas, mencionando específicamente un tatuaje "grandísimo" que se hizo en la mano en honor a su hija y nietos. Y para terminar de jalarse la torta, el mae la tiene bloqueada de todo lado. O sea, ¿cómo le cobra? La defensa de Guillén, a través de su abogado, es un laberinto. El abogado dice que ellos nunca recibieron los papeles de las deudas y que le aconsejó a su cliente "dejar que pasara el tiempo" para que la señora "se calmara". ¡Diay! ¿Calmarse? ¡La señora tiene a un prestamista respirándole en la nuca! Encima, doña Rita jura y perjura que entregó todos los documentos en las oficinas del director de la Fuerza Pública, como se lo pidieron. ¿Quién miente aquí?
Y si pensaban que la cosa no podía ser más extraña, hablemos del papelón de la Fuerza Pública. Cuando le preguntaron al director, Marlon Cubillo, el mismo que estaba presente cuando se hizo la promesa, el mae básicamente se lavó las manos. Dijo que era un "tema personal", un "tema privado" y que no se iba a referir al asunto. ¡Un momento! ¿Privado? Se vuelve un tema público desde el instante en que la solidaridad de miles de costarricenses está en el centro del conflicto. Su institución usó el caso, la gente donó plata confiando en la situación de un oficial, y ahora que hay un enredo, ¿simplemente se hacen los locos? Ofrecer "orientación" no es lo mismo que exigir rendición de cuentas a un subalterno que hizo una promesa frente a usted.
Al final, esta vara va más allá de un pleito familiar. Toca una fibra muy sensible: la confianza. La gente dona de corazón, esperando aliviar un dolor real. Ver que ese dinero, que salió del bolsillo de un montón de ticos de a pie, pudo terminar financiando un tatuaje en lugar de pagar las deudas de la abuela que siempre les ayudó, es un golpe bajo. Es una historia que deja un sabor amargo y un montón de preguntas en el aire. Más allá de quién tiene la razón legal, queda la sensación de que se jugó con la buena fe de todo un país. ¿Ustedes qué piensan, maes? ¿Es esto solo un despiche familiar o la Fuerza Pública tiene una responsabilidad moral por el simple hecho de que el implicado es uno de sus oficiales y el jefe estaba de testigo?
Resulta y sucede que la abuela de los chiquitos, doña Rita Mora, pegó el grito al cielo. Según ella, el oficial Guillén le prometió, delante de su propio jefe, el mero mero de la Fuerza Pública, Marlon Cubillo, que iba a usar la plata de las donaciones para pagar un montón de deudas. ¿Y por qué las deudas estaban a nombre de ella? Porque, al parecer, Guillén estaba "manchado" y su hija no tenía orden patronal, entonces la única que podía sacar préstamos para ayudarlos era ella. Ahora, doña Rita dice que de toda esa promesa, lo único que se pagó fue una cuenta de Kölbi de 300 rojos. ¡Qué sal! La señora sigue hasta el cuello en deudas, incluyendo una con un prestamista "gota a gota" que, ya sabemos, no son los más pacientes para cobrar.
Aquí es donde la historia se pone más densa. Doña Rita acusa a Guillén de haberse gastado la plata en otras varas, mencionando específicamente un tatuaje "grandísimo" que se hizo en la mano en honor a su hija y nietos. Y para terminar de jalarse la torta, el mae la tiene bloqueada de todo lado. O sea, ¿cómo le cobra? La defensa de Guillén, a través de su abogado, es un laberinto. El abogado dice que ellos nunca recibieron los papeles de las deudas y que le aconsejó a su cliente "dejar que pasara el tiempo" para que la señora "se calmara". ¡Diay! ¿Calmarse? ¡La señora tiene a un prestamista respirándole en la nuca! Encima, doña Rita jura y perjura que entregó todos los documentos en las oficinas del director de la Fuerza Pública, como se lo pidieron. ¿Quién miente aquí?
Y si pensaban que la cosa no podía ser más extraña, hablemos del papelón de la Fuerza Pública. Cuando le preguntaron al director, Marlon Cubillo, el mismo que estaba presente cuando se hizo la promesa, el mae básicamente se lavó las manos. Dijo que era un "tema personal", un "tema privado" y que no se iba a referir al asunto. ¡Un momento! ¿Privado? Se vuelve un tema público desde el instante en que la solidaridad de miles de costarricenses está en el centro del conflicto. Su institución usó el caso, la gente donó plata confiando en la situación de un oficial, y ahora que hay un enredo, ¿simplemente se hacen los locos? Ofrecer "orientación" no es lo mismo que exigir rendición de cuentas a un subalterno que hizo una promesa frente a usted.
Al final, esta vara va más allá de un pleito familiar. Toca una fibra muy sensible: la confianza. La gente dona de corazón, esperando aliviar un dolor real. Ver que ese dinero, que salió del bolsillo de un montón de ticos de a pie, pudo terminar financiando un tatuaje en lugar de pagar las deudas de la abuela que siempre les ayudó, es un golpe bajo. Es una historia que deja un sabor amargo y un montón de preguntas en el aire. Más allá de quién tiene la razón legal, queda la sensación de que se jugó con la buena fe de todo un país. ¿Ustedes qué piensan, maes? ¿Es esto solo un despiche familiar o la Fuerza Pública tiene una responsabilidad moral por el simple hecho de que el implicado es uno de sus oficiales y el jefe estaba de testigo?