Mae, si usted vive por el Coyol de Alajuela y últimamente sentía el barrio más tenso que cuenta de fin de mes, parece que ya salió el peine. La Policía de Control de Drogas (PCD) le cayó a dos chozas en las urbanizaciones Los Olivos y La Amistad, y por lo que se ve, no andaban buscando precisamente al que vendía copos. Desarticularon lo que las autoridades llaman una "narcoestructura", que en buen tico es una pequeña empresa familiar dedicada a vender crack y, de paso, a hacerle la vida imposible a los vecinos. Cuatro maes terminaron con las esposas puestas después de un operativo que, según dicen, llevaba meses cocinándose a fuego lento.
Y es que aquí la vara va más allá de la venta de cochinadas. El verdadero problema, el que le quita el sueño a la gente de a pie, es el despiche que se arma alrededor de estos búnkeres improvisados. El comunicado del MSP lo pinta muy diplomático: "generaba inseguridad en el sector". Traducido: los vecinos ya no podían ni salir a la pulpería tranquilos. Cuando el crack se vuelve el producto estrella de un barrio, la clientela empieza a "financiar" su consumo con lo que encuentre: un celular descuidado, una bicicleta mal parqueada, un bolso arrebatado. Se genera un ecosistema de miedo donde el simple hecho de caminar por tu propia acera se convierte en un cálculo de riesgo. ¡Qué torta vivir así, francamente!
Ahora, hablemos del "dream team" que tenían montado. Los cuatro detenidos no son precisamente novatos en el bajo mundo. El supuesto líder es un hombre de apellido Núñez, de 31 años, cuyo único antecedente registrado era por violar la Ley de Licores. Empezando suave, se podría decir. Pero luego la cosa se pone más interesante. Córdoba, de 23, ya tenía manchas por portación ilegal de armas y siete pases a la fiscalía por tenencia de drogas. Y el premio a la constancia se lo lleva Somarriba, de 29 años, quien parece que coleccionaba expedientes: robo con violencia y, agarrense de algo, ¡16 registros por tenencia de drogas! Diay, con ese currículum ya casi que podía pedir la jubilación. El más joven, Marroquín de 20, ya venía siguiendo los pasos de los veteranos con sus propias anotaciones.
Cuando los agentes entraron, el menú que encontraron fue bastante claro. Decomisaron 282 dosis de crack, listas para repartir, un poquito de marihuana para variar, y ₡84 mil en efectivo, que seguro era el sencillo del día. El chunche más preocupante fue el revólver que encontraron, junto a un arroz con mango de 11 municiones de diferentes calibres. Esto demuestra que el brete no era solo de venta, sino que estaban listos para defender el "negocio" a punta de plomo si era necesario. Para el operativo tuvieron que llevar a la Unidad Canina, a la gente de Inteligencia y a la Fuerza Pública; una movida coordinada que deja claro que no estaban lidiando con cualquier carajillo.
Al final del día, los cuatro sospechosos quedaron a la orden del Ministerio Público, esperando a ver qué medidas les tocan. Y aquí es donde uno se queda pensando. Claro que es una buena noticia para los vecinos del Coyol, un respiro que seguro agradecen. Pero, ¿cuánto dura ese respiro? Quitar a cuatro vendedores de la calle es un golpe necesario, pero a menudo se siente como secar el piso con el tubo roto todavía echando agua. La demanda sigue ahí, y donde hay un hueco, rápido llega otro a llenarlo. Ahora la pregunta del millón para el foro, ¿creen que con estos golpes se soluciona de verdad la vara en los barrios, o es como quitarle una hoja a un árbol de güísaros? ¿Tienen historias parecidas en sus comunidades? ¡Los leo!
Y es que aquí la vara va más allá de la venta de cochinadas. El verdadero problema, el que le quita el sueño a la gente de a pie, es el despiche que se arma alrededor de estos búnkeres improvisados. El comunicado del MSP lo pinta muy diplomático: "generaba inseguridad en el sector". Traducido: los vecinos ya no podían ni salir a la pulpería tranquilos. Cuando el crack se vuelve el producto estrella de un barrio, la clientela empieza a "financiar" su consumo con lo que encuentre: un celular descuidado, una bicicleta mal parqueada, un bolso arrebatado. Se genera un ecosistema de miedo donde el simple hecho de caminar por tu propia acera se convierte en un cálculo de riesgo. ¡Qué torta vivir así, francamente!
Ahora, hablemos del "dream team" que tenían montado. Los cuatro detenidos no son precisamente novatos en el bajo mundo. El supuesto líder es un hombre de apellido Núñez, de 31 años, cuyo único antecedente registrado era por violar la Ley de Licores. Empezando suave, se podría decir. Pero luego la cosa se pone más interesante. Córdoba, de 23, ya tenía manchas por portación ilegal de armas y siete pases a la fiscalía por tenencia de drogas. Y el premio a la constancia se lo lleva Somarriba, de 29 años, quien parece que coleccionaba expedientes: robo con violencia y, agarrense de algo, ¡16 registros por tenencia de drogas! Diay, con ese currículum ya casi que podía pedir la jubilación. El más joven, Marroquín de 20, ya venía siguiendo los pasos de los veteranos con sus propias anotaciones.
Cuando los agentes entraron, el menú que encontraron fue bastante claro. Decomisaron 282 dosis de crack, listas para repartir, un poquito de marihuana para variar, y ₡84 mil en efectivo, que seguro era el sencillo del día. El chunche más preocupante fue el revólver que encontraron, junto a un arroz con mango de 11 municiones de diferentes calibres. Esto demuestra que el brete no era solo de venta, sino que estaban listos para defender el "negocio" a punta de plomo si era necesario. Para el operativo tuvieron que llevar a la Unidad Canina, a la gente de Inteligencia y a la Fuerza Pública; una movida coordinada que deja claro que no estaban lidiando con cualquier carajillo.
Al final del día, los cuatro sospechosos quedaron a la orden del Ministerio Público, esperando a ver qué medidas les tocan. Y aquí es donde uno se queda pensando. Claro que es una buena noticia para los vecinos del Coyol, un respiro que seguro agradecen. Pero, ¿cuánto dura ese respiro? Quitar a cuatro vendedores de la calle es un golpe necesario, pero a menudo se siente como secar el piso con el tubo roto todavía echando agua. La demanda sigue ahí, y donde hay un hueco, rápido llega otro a llenarlo. Ahora la pregunta del millón para el foro, ¿creen que con estos golpes se soluciona de verdad la vara en los barrios, o es como quitarle una hoja a un árbol de güísaros? ¿Tienen historias parecidas en sus comunidades? ¡Los leo!
