¡Ay, Dios mío! Esto sí que es duro, pura carnada. Según el CINPE-UNA, nuestras microempresas están dando tumbos, cayéndose a pedazos. Un 25.8% menos de estas vainitas en solo cuatro años, ¡eso duele! Son casi cien mil negocios que ya ni están, desaparecidos como humo. Y eso que parecíamos estar sacando pecho después de la pandemia, pero parece que todavía estamos arrastrando el lastre.
Para ponerlo en perspectiva, vamos a rememorar esos días oscuros de 2020. Todos estábamos encerrados, las calles vacías y los negocios cerrados. Las microempresas, que siempre han sido el corazón del tejido productivo tico –esas pulperías, ferreterías, panaderías familiares– fueron las primeras en sentir el golpe. Muchos intentaron reinventarse vendiendo por redes sociales, ofreciendo delivery… pero pa’ muchos, simplemente no alcanzó. La situación económica, la inflación disparada, los créditos difíciles… todo conspiraba contra ellos.
Lo curioso, y aquí viene el despiche, es que mientras las microempresas se van al garete, otras están creciendo. Las grandes empresas, esas que controlan el dinero y las exportaciones, siguen engordando. El 74% de los ingresos del país, ¡el 74%! Lo manejan ellas. Y el 95% de lo que le vendemos afuera. Eso sí que da para pensar, ¿no?
Y no es solo cuestión de dinero. También es de oportunidades. Imagínate, el salario promedio en una gran empresa supera los diez millones de colones al año. Mientras que en una microempresa, apenas si llegan a tres y pico. Esa diferencia, chunches, es abismal. Se nota que ahí hay algo raro, que no todo el mundo juega en igualdad de condiciones. Una cosita, digámoslo claro, las microempresas a menudo operan con trabajos precarios y poca seguridad laboral. Un cambio en el viento y se van al traste.
El informe del CINPE desglosa los sectores que más han sufrido este embate. Enseñanza, manufactura y construcción, todas áreas clave para nuestro desarrollo, han perdido terreno. La construcción, en particular, ha dado unos golpes terribles, afectados por los ciclos económicos y las crisis pasadas. Pero mira qué pasa: otros sectores, como los servicios profesionales y técnicos, están explotando, demostrando que la economía está cambiando y que algunos están agarrándole la espiga.
Ahora bien, ¿quién tiene la responsabilidad de salvar a estas microempresas? No creo que sea tarea exclusiva del gobierno, aunque incentivos fiscales y facilidades crediticias serían un buen comienzo. Las cámaras empresariales, los bancos, incluso nosotros mismos como consumidores, tenemos un papel importante. Necesitamos apoyar a los pequeños negocios, elegir sus productos y servicios, porque detrás de cada uno hay una familia, un sueño, una lucha constante.
Pero la verdad es que esto va más allá de simples medidas económicas. Hay que cambiar la mentalidad. Hay que entender que las microempresas no son solo negocios pequeños, sino pilares fundamentales de nuestra sociedad. Son quienes generan empleo local, quienes mantienen viva la cultura popular, quienes dan identidad a nuestros barrios y comunidades. Perderlas es perder parte de nuestra esencia, mi pana.
En fin, la situación pinta complicada, pero no desesperemos. Todavía hay tiempo para actuar. Pero necesitamos hacerlo ahora, con decisión y creatividad. ¿Ustedes qué piensan? ¿Cuál creen que es la medida más efectiva para rescatar a nuestras microempresas y darle un respiro a estos luchadores?
Para ponerlo en perspectiva, vamos a rememorar esos días oscuros de 2020. Todos estábamos encerrados, las calles vacías y los negocios cerrados. Las microempresas, que siempre han sido el corazón del tejido productivo tico –esas pulperías, ferreterías, panaderías familiares– fueron las primeras en sentir el golpe. Muchos intentaron reinventarse vendiendo por redes sociales, ofreciendo delivery… pero pa’ muchos, simplemente no alcanzó. La situación económica, la inflación disparada, los créditos difíciles… todo conspiraba contra ellos.
Lo curioso, y aquí viene el despiche, es que mientras las microempresas se van al garete, otras están creciendo. Las grandes empresas, esas que controlan el dinero y las exportaciones, siguen engordando. El 74% de los ingresos del país, ¡el 74%! Lo manejan ellas. Y el 95% de lo que le vendemos afuera. Eso sí que da para pensar, ¿no?
Y no es solo cuestión de dinero. También es de oportunidades. Imagínate, el salario promedio en una gran empresa supera los diez millones de colones al año. Mientras que en una microempresa, apenas si llegan a tres y pico. Esa diferencia, chunches, es abismal. Se nota que ahí hay algo raro, que no todo el mundo juega en igualdad de condiciones. Una cosita, digámoslo claro, las microempresas a menudo operan con trabajos precarios y poca seguridad laboral. Un cambio en el viento y se van al traste.
El informe del CINPE desglosa los sectores que más han sufrido este embate. Enseñanza, manufactura y construcción, todas áreas clave para nuestro desarrollo, han perdido terreno. La construcción, en particular, ha dado unos golpes terribles, afectados por los ciclos económicos y las crisis pasadas. Pero mira qué pasa: otros sectores, como los servicios profesionales y técnicos, están explotando, demostrando que la economía está cambiando y que algunos están agarrándole la espiga.
Ahora bien, ¿quién tiene la responsabilidad de salvar a estas microempresas? No creo que sea tarea exclusiva del gobierno, aunque incentivos fiscales y facilidades crediticias serían un buen comienzo. Las cámaras empresariales, los bancos, incluso nosotros mismos como consumidores, tenemos un papel importante. Necesitamos apoyar a los pequeños negocios, elegir sus productos y servicios, porque detrás de cada uno hay una familia, un sueño, una lucha constante.
Pero la verdad es que esto va más allá de simples medidas económicas. Hay que cambiar la mentalidad. Hay que entender que las microempresas no son solo negocios pequeños, sino pilares fundamentales de nuestra sociedad. Son quienes generan empleo local, quienes mantienen viva la cultura popular, quienes dan identidad a nuestros barrios y comunidades. Perderlas es perder parte de nuestra esencia, mi pana.
En fin, la situación pinta complicada, pero no desesperemos. Todavía hay tiempo para actuar. Pero necesitamos hacerlo ahora, con decisión y creatividad. ¿Ustedes qué piensan? ¿Cuál creen que es la medida más efectiva para rescatar a nuestras microempresas y darle un respiro a estos luchadores?