A ver, maes, paren un toque lo que sea que estén haciendo. Hay noticias que son puro trámite y hay otras que, diay, lo ponen a uno a pensar. Que Juan Pablo Montoya, la leyenda colombiana de la Fórmula 1, anda en Costa Rica, cae de lleno en la segunda categoría. No es solo que un expiloto famoso esté acá (que ya de por sí es una buena vara), es lo que el mae representa: una era del automovilismo que se sentía más visceral, más cruda y, por qué no decirlo, mucho más tuanis.
La excusa oficial de su visita es una alianza con Liberty, y todo bien con eso, que la gente haga su brete. Pero lo que de verdad importa es escuchar al tipo hablar. Montoya es de esa clase de atletas que no necesitan un guion. Cuando le preguntan por su carrera, no suelta el típico discurso aburrido. El mae te cuenta, casi como si estuvieran en una soda, que su gran inspiración fue Ayrton Senna. ¡Qué nivel! No es una respuesta para quedar bien; se nota que lo dice desde las entrañas, desde ese chiquillo que soñaba con domar esos chunches que iban a 300 por hora.
Y claro, tenía que salir el tema de Mónaco 2003. Para los que somos más rocos o simplemente nos encanta la historia, esa victoria es icónica. Pero lo carga de la anécdota es el contexto que él mismo da. Hoy en día hay un montón de circuitos callejeros, pero en su época, Mónaco era EL ÚNICO. Imagínense la presión, el prestigio, el despiche de adrenalina. Ganar ahí, en el mismo asfalto donde su ídolo Senna había hecho magia, no fue solo una victoria más. Fue tocar el cielo con las manos. Escucharlo contarlo, con esa calma de quien sabe que hizo historia... ¡qué carga, en serio!
Pero quizás la parte más reveladora fue cuando habló sobre el éxito. El mae lo pone así de simple: las victorias son un chispazo. Uno celebra, todo muy chévere, pero la alegría no dura para siempre porque la mente ya está en la siguiente carrera, en el siguiente reto. “Uno tiene que crecer, tiene que hacer cosas más grandes”, dijo. Esta mentalidad es lo que separa a los buenos de las leyendas. No se trata de coleccionar trofeos para ponerlos en una repisa, se trata de una necesidad casi adictiva de superarse. Es una lección de vida disfrazada de anécdota deportiva. El mae terminó la carrera, celebró, y al rato ya estaba pensando en el siguiente brete para volver a ganar.
Al final, que Montoya esté en el país es más que una simple visita. Es un recordatorio de una F1 con más personalidad, con pilotos que eran rockstars sin intentarlo. Nos recuerda esas mañanas de domingo pegados a la tele, viendo a estos maes jugarse la vida en cada curva. Esta es su segunda vez acá, aunque la primera fue un visto y no visto de una hora. Ojalá que esta vez sí le dé chance de probar un buen gallo pinto y entender un poco más del pura vida. Porque un campeón con esa mentalidad, siempre será bienvenido en Tiquicia.
La excusa oficial de su visita es una alianza con Liberty, y todo bien con eso, que la gente haga su brete. Pero lo que de verdad importa es escuchar al tipo hablar. Montoya es de esa clase de atletas que no necesitan un guion. Cuando le preguntan por su carrera, no suelta el típico discurso aburrido. El mae te cuenta, casi como si estuvieran en una soda, que su gran inspiración fue Ayrton Senna. ¡Qué nivel! No es una respuesta para quedar bien; se nota que lo dice desde las entrañas, desde ese chiquillo que soñaba con domar esos chunches que iban a 300 por hora.
Y claro, tenía que salir el tema de Mónaco 2003. Para los que somos más rocos o simplemente nos encanta la historia, esa victoria es icónica. Pero lo carga de la anécdota es el contexto que él mismo da. Hoy en día hay un montón de circuitos callejeros, pero en su época, Mónaco era EL ÚNICO. Imagínense la presión, el prestigio, el despiche de adrenalina. Ganar ahí, en el mismo asfalto donde su ídolo Senna había hecho magia, no fue solo una victoria más. Fue tocar el cielo con las manos. Escucharlo contarlo, con esa calma de quien sabe que hizo historia... ¡qué carga, en serio!
Pero quizás la parte más reveladora fue cuando habló sobre el éxito. El mae lo pone así de simple: las victorias son un chispazo. Uno celebra, todo muy chévere, pero la alegría no dura para siempre porque la mente ya está en la siguiente carrera, en el siguiente reto. “Uno tiene que crecer, tiene que hacer cosas más grandes”, dijo. Esta mentalidad es lo que separa a los buenos de las leyendas. No se trata de coleccionar trofeos para ponerlos en una repisa, se trata de una necesidad casi adictiva de superarse. Es una lección de vida disfrazada de anécdota deportiva. El mae terminó la carrera, celebró, y al rato ya estaba pensando en el siguiente brete para volver a ganar.
Al final, que Montoya esté en el país es más que una simple visita. Es un recordatorio de una F1 con más personalidad, con pilotos que eran rockstars sin intentarlo. Nos recuerda esas mañanas de domingo pegados a la tele, viendo a estos maes jugarse la vida en cada curva. Esta es su segunda vez acá, aunque la primera fue un visto y no visto de una hora. Ojalá que esta vez sí le dé chance de probar un buen gallo pinto y entender un poco más del pura vida. Porque un campeón con esa mentalidad, siempre será bienvenido en Tiquicia.