En una movida que mezcla la devoción con la diplomacia, la Iglesia católica de Costa Rica dedicó su tradicional viacrucis a los nicaragüenses residentes en el país. Un gesto de solidaridad que resuena más allá de las iglesias y se adentra en los terrenos de la política y la integración social.
¿Pero acaso no estamos ya suficientemente cruzados de brazos ante la influencia extranjera?
Esta iniciativa, más que un acto de fe, parece un teatro donde los nicaragüenses son los protagonistas involuntarios de una narrativa que va más allá de la religión, sumergiéndonos en un debate sobre la hospitalidad y la identidad nacional.
¿Es este viacrucis un camino hacia la inclusión o simplemente una procesión hacia la pérdida de nuestras propias tradiciones?
Mientras la Iglesia extiende sus brazos en un abrazo fraterno, algunos costarricenses se preguntan si no estamos cediendo demasiado espacio, si nuestras propias voces se están diluyendo en un coro cada vez más diverso pero menos familiar. En esta Semana Santa, la reflexión trasciende lo espiritual: es un momento para preguntarnos qué significa realmente acoger al vecino, especialmente cuando ese vecino viene cargado con una cruz de complejidades políticas y sociales.
La solidaridad es noble, pero ¿dónde trazamos la línea entre el apoyo y la pérdida de nuestra identidad?
¿Estamos preparados para cargar no solo nuestra cruz sino también la de nuestros hermanos nicaragüenses?
La respuesta no es sencilla, pero la discusión está abierta, y en ese diálogo quizás encontremos no solo la esencia de la Semana Santa, sino también el verdadero significado de la comunidad y la convivencia.
¿Pero acaso no estamos ya suficientemente cruzados de brazos ante la influencia extranjera?
Esta iniciativa, más que un acto de fe, parece un teatro donde los nicaragüenses son los protagonistas involuntarios de una narrativa que va más allá de la religión, sumergiéndonos en un debate sobre la hospitalidad y la identidad nacional.
¿Es este viacrucis un camino hacia la inclusión o simplemente una procesión hacia la pérdida de nuestras propias tradiciones?
Mientras la Iglesia extiende sus brazos en un abrazo fraterno, algunos costarricenses se preguntan si no estamos cediendo demasiado espacio, si nuestras propias voces se están diluyendo en un coro cada vez más diverso pero menos familiar. En esta Semana Santa, la reflexión trasciende lo espiritual: es un momento para preguntarnos qué significa realmente acoger al vecino, especialmente cuando ese vecino viene cargado con una cruz de complejidades políticas y sociales.
La solidaridad es noble, pero ¿dónde trazamos la línea entre el apoyo y la pérdida de nuestra identidad?
¿Estamos preparados para cargar no solo nuestra cruz sino también la de nuestros hermanos nicaragüenses?
La respuesta no es sencilla, pero la discusión está abierta, y en ese diálogo quizás encontremos no solo la esencia de la Semana Santa, sino también el verdadero significado de la comunidad y la convivencia.