Maes, hay noticias que uno lee y piensa "ok, una nota más del montón", y hay otras que desde la primera línea huelen a novelón de las nueve de la noche. La que se está armando en La Fortuna con el Baldí Hot Springs es de las segundas. Apenas un día después de la muerte del empresario Alberto Rodríguez Baldí, la paz duró menos que un aguacero en pleno verano. Su mamá, doña Minerva Baldí Camacho, llegó con abogados y hasta con la Fuerza Pública para tomar control del hotel, y ¡pum! Se topó con un muro de guardas que le cerraron el portón en la cara. ¡Qué despiche se armó!
Diay, pongámonos en contexto. La vara es así: doña Minerva argumenta, con papeles en mano según su abogada, que ella es la única y legítima accionista del chuzo de hotel. O sea, la dueña. Con esa carta de presentación, uno pensaría que puede llegar y decir "con permiso, este es mi chante", pero no. Resulta que la seguridad del lugar, al parecer siguiendo órdenes de su propio nieto, Roberto José Rodríguez Alfaro, le dijo que nanay. Imagínense la escena: la abuela, dueña del imperio, discutiendo con los guardas de su propio brete porque no la dejan entrar. ¡Qué sal! La abogada de doña Minerva, Kattia Mena, estaba que echaba humo, diciendo que el nieto se ampara en una orden que ya no tiene validez desde que su papá falleció.
Aquí es donde el tamal se empieza a desembarcar y la cosa se pone más turbia. El nieto, Roberto, no es un personaje secundario en esta historia. Sobre él ya pesaba una denuncia por presunta violencia doméstica patrimonial, interpuesta por su propio padre. De hecho, un juzgado le había ordenado desalojar las instalaciones. O sea, legalmente, el mae ni debería estar ahí metido. Pero ya sabemos cómo funcionan las cosas a veces en este país. La defensa de doña Minerva insiste en que el personal del hotel está "de manera ilegal obstruyendo la posesión y una orden judicial". Básicamente, es la palabra de la abuela accionista contra las órdenes que un nieto, con un historial legal complicado, le está dando a la seguridad.
Lo más denso de todo es el trasfondo. Esto no es solo una pelea por un hotel; es el retrato de una familia que parece estar implosionando en el momento más delicado. Apenas se anuncia la muerte del patriarca y, sin guardar luto ni nada, empieza la guerra por el control. Uno se pregunta qué clase de dinámicas internas hay para que todo se vaya al traste de una forma tan pública y tan rápida. El legado de Alberto Rodríguez Baldí, un empresario súper conocido en la zona, en vez de ser recordado con paz, ahora está manchado por un pleito que parece sacado de una serie de Netflix. Y, por supuesto, cuando los medios intentaron sacar la versión del hotel, la respuesta fue un silencio sepulcral: nadie está autorizado a hablar. Clásico.
Al final, lo que queda es un enredo legal marca diablo y una familia partida en dos. Doña Minerva y sus abogados ya están viendo qué otra jugada legal hacen para poder, finalmente, entrar a lo que dicen que es suyo. Mientras tanto, el hotel sigue operando bajo un mando que, según la ley, es cuestionable. Esto pica y se extiende, y les apuesto que en los próximos días vamos a escuchar de todo. Esto va para largo y probablemente se va a poner más feo antes de mejorar. Maes, más allá del chisme, ¿creen que estas varas familiares de plata deberían manejarse en privado o está bien que todo el despiche se haga público para que se vea quién es quién?
Diay, pongámonos en contexto. La vara es así: doña Minerva argumenta, con papeles en mano según su abogada, que ella es la única y legítima accionista del chuzo de hotel. O sea, la dueña. Con esa carta de presentación, uno pensaría que puede llegar y decir "con permiso, este es mi chante", pero no. Resulta que la seguridad del lugar, al parecer siguiendo órdenes de su propio nieto, Roberto José Rodríguez Alfaro, le dijo que nanay. Imagínense la escena: la abuela, dueña del imperio, discutiendo con los guardas de su propio brete porque no la dejan entrar. ¡Qué sal! La abogada de doña Minerva, Kattia Mena, estaba que echaba humo, diciendo que el nieto se ampara en una orden que ya no tiene validez desde que su papá falleció.
Aquí es donde el tamal se empieza a desembarcar y la cosa se pone más turbia. El nieto, Roberto, no es un personaje secundario en esta historia. Sobre él ya pesaba una denuncia por presunta violencia doméstica patrimonial, interpuesta por su propio padre. De hecho, un juzgado le había ordenado desalojar las instalaciones. O sea, legalmente, el mae ni debería estar ahí metido. Pero ya sabemos cómo funcionan las cosas a veces en este país. La defensa de doña Minerva insiste en que el personal del hotel está "de manera ilegal obstruyendo la posesión y una orden judicial". Básicamente, es la palabra de la abuela accionista contra las órdenes que un nieto, con un historial legal complicado, le está dando a la seguridad.
Lo más denso de todo es el trasfondo. Esto no es solo una pelea por un hotel; es el retrato de una familia que parece estar implosionando en el momento más delicado. Apenas se anuncia la muerte del patriarca y, sin guardar luto ni nada, empieza la guerra por el control. Uno se pregunta qué clase de dinámicas internas hay para que todo se vaya al traste de una forma tan pública y tan rápida. El legado de Alberto Rodríguez Baldí, un empresario súper conocido en la zona, en vez de ser recordado con paz, ahora está manchado por un pleito que parece sacado de una serie de Netflix. Y, por supuesto, cuando los medios intentaron sacar la versión del hotel, la respuesta fue un silencio sepulcral: nadie está autorizado a hablar. Clásico.
Al final, lo que queda es un enredo legal marca diablo y una familia partida en dos. Doña Minerva y sus abogados ya están viendo qué otra jugada legal hacen para poder, finalmente, entrar a lo que dicen que es suyo. Mientras tanto, el hotel sigue operando bajo un mando que, según la ley, es cuestionable. Esto pica y se extiende, y les apuesto que en los próximos días vamos a escuchar de todo. Esto va para largo y probablemente se va a poner más feo antes de mejorar. Maes, más allá del chisme, ¿creen que estas varas familiares de plata deberían manejarse en privado o está bien que todo el despiche se haga público para que se vea quién es quién?