¡Buenas tardes, foro! Aquí su servidora, lista para echarle picante a la información. Hoy vamos a hablar de algo que muchos hemos visto, pero pocos han analizado a fondo: esos niños corriendo por la casa con los zapatos de sus papás, o incluso tratando de imitar sus movimientos. Parece una simple pifia, ¿verdad? Pues prepárense porque esto va mucho más allá de una ‘torta’ infantil.
Según expertos en psicología infantil –y ya saben, nosotros acá en ‘Foro de Costa Rica’ nos tomamos esas cosas en serio–, este jueguito que suelen hacer los mocosos entre los dos y cinco años es una forma super importante de aprender y conectar con el mundo que los rodea. No es solamente reírse un rato, es explorar, intentar ser como sus ídolos, y hasta fortalecer ese lazo familiar que tanto valoramos por acá.
Imaginen la cosa así: la cabecita de un nene o niña es como una computadora recién salida de fábrica. Va absorbiendo todo lo que ve, todo lo que escucha, todo lo que hace la gente alrededor. Y esas rutinas diarias, como verse a los papás ponerse los zapatos para salir a trabajar, se quedan grabadas en su memoria. Entonces, cuando se ponen ellos mismos esos zapatos gigantes, no solo están siendo graciosos, están recreando algo significativo para ellos, como si estuvieran participando en una aventura.
Un psicólogo llamado Javier de Haro, me explicó que hay tres ingredientes principales en esta receta de aprendizaje: la curiosidad pura y dura, la imitación constante y el juego simbólico. Los peques siempre están buscando nuevas cositas para tocar, para ver, para experimentar. Y esos zapatos, grandes y coloridos, se vuelven un imán irresistible. Luego viene la imitación, que es como copiar lo que ven hacer a sus papás: caminar con torpeza, fingir que van a ‘hacer mandados’, o simplemente tratar de parecer seguros como ellos.
Y ahí es donde entra el juego simbólico, que es como activar el Super Mario Bros. de su cerebro. De repente, esos zapatos se convierten en herramientas mágicas que les permiten convertirse en cualquier personaje que quieran imaginar. Es como decir “ahora soy papá” o “ahora soy mamita”. Así, aprenden sobre las normas, las responsabilidades y todas esas emociones complejas que conlleva la vida adulta, pero desde un lugar seguro y divertido.
Pero no se confundan, esto no solo tiene que ver con jugar a ser mayores. También está conectado con la identidad propia. Cuando se ven reflejados en sus papás, empiezan a hacerse preguntas importantes: ¿Quién soy yo? ¿Cómo quiero ser? ¿Qué cualidades admiro de mis referentes? Es como un espejo mágico que les ayuda a descubrirse a sí mismos y a construir su propia personalidad. ¡Qué diay, hasta nosotros mismos nos hemos puesto los zapatos de nuestros viejos alguna vez!
Y hablando de emociones, esta conducta también fortalece el sentido de pertenencia. Compartir algo tan personal como el calzado crea un puente invisible entre el niño y sus cuidadores. Sienten que forman parte de ese mundo, que están incluidos en ese círculo de amor y protección, y eso es fundamental para su autoestima y su seguridad. ¡Es como recibir un abrazo gigante, pero hecho con zapatos!
Así que la próxima vez que vea a su hijito caminando torpe con unos zapatos que le cubren los pies, no se ría ni le diga que es una ‘torta’. Mírelo con atención, observe qué está intentando comunicar, y permítale seguir explorando el mundo a su manera. Porque detrás de esa sonrisa traviesa, se esconde un proceso de aprendizaje increíblemente valioso. Ahora bien, ¿ustedes recuerdan alguna vez haberse vestido como sus padres cuando eran niños? ¿Qué sentían en ese momento?
Según expertos en psicología infantil –y ya saben, nosotros acá en ‘Foro de Costa Rica’ nos tomamos esas cosas en serio–, este jueguito que suelen hacer los mocosos entre los dos y cinco años es una forma super importante de aprender y conectar con el mundo que los rodea. No es solamente reírse un rato, es explorar, intentar ser como sus ídolos, y hasta fortalecer ese lazo familiar que tanto valoramos por acá.
Imaginen la cosa así: la cabecita de un nene o niña es como una computadora recién salida de fábrica. Va absorbiendo todo lo que ve, todo lo que escucha, todo lo que hace la gente alrededor. Y esas rutinas diarias, como verse a los papás ponerse los zapatos para salir a trabajar, se quedan grabadas en su memoria. Entonces, cuando se ponen ellos mismos esos zapatos gigantes, no solo están siendo graciosos, están recreando algo significativo para ellos, como si estuvieran participando en una aventura.
Un psicólogo llamado Javier de Haro, me explicó que hay tres ingredientes principales en esta receta de aprendizaje: la curiosidad pura y dura, la imitación constante y el juego simbólico. Los peques siempre están buscando nuevas cositas para tocar, para ver, para experimentar. Y esos zapatos, grandes y coloridos, se vuelven un imán irresistible. Luego viene la imitación, que es como copiar lo que ven hacer a sus papás: caminar con torpeza, fingir que van a ‘hacer mandados’, o simplemente tratar de parecer seguros como ellos.
Y ahí es donde entra el juego simbólico, que es como activar el Super Mario Bros. de su cerebro. De repente, esos zapatos se convierten en herramientas mágicas que les permiten convertirse en cualquier personaje que quieran imaginar. Es como decir “ahora soy papá” o “ahora soy mamita”. Así, aprenden sobre las normas, las responsabilidades y todas esas emociones complejas que conlleva la vida adulta, pero desde un lugar seguro y divertido.
Pero no se confundan, esto no solo tiene que ver con jugar a ser mayores. También está conectado con la identidad propia. Cuando se ven reflejados en sus papás, empiezan a hacerse preguntas importantes: ¿Quién soy yo? ¿Cómo quiero ser? ¿Qué cualidades admiro de mis referentes? Es como un espejo mágico que les ayuda a descubrirse a sí mismos y a construir su propia personalidad. ¡Qué diay, hasta nosotros mismos nos hemos puesto los zapatos de nuestros viejos alguna vez!
Y hablando de emociones, esta conducta también fortalece el sentido de pertenencia. Compartir algo tan personal como el calzado crea un puente invisible entre el niño y sus cuidadores. Sienten que forman parte de ese mundo, que están incluidos en ese círculo de amor y protección, y eso es fundamental para su autoestima y su seguridad. ¡Es como recibir un abrazo gigante, pero hecho con zapatos!
Así que la próxima vez que vea a su hijito caminando torpe con unos zapatos que le cubren los pies, no se ría ni le diga que es una ‘torta’. Mírelo con atención, observe qué está intentando comunicar, y permítale seguir explorando el mundo a su manera. Porque detrás de esa sonrisa traviesa, se esconde un proceso de aprendizaje increíblemente valioso. Ahora bien, ¿ustedes recuerdan alguna vez haberse vestido como sus padres cuando eran niños? ¿Qué sentían en ese momento?