Maes, hay días en que uno se levanta y piensa que la vara va a estar tranquila, y de repente, el cielo decide jugar a los dardos y uno termina siendo el blanco. Eso fue, palabras más, palabras menos, lo que le pasó a un señor allá por Aguas Zarcas de San Carlos. La noticia, así en seco, es que un rayo lo impactó y lo mandó grave al centro médico. ¡Qué sal! Es de esas historias que te recuerdan que por más que uno se crea el dueño de la calle, la naturaleza siempre tiene la última palabra y a veces, la suelta sin avisar.
Según el reporte de los compas de la Cruz Roja, que como siempre llegaron en todas a atender el zafarrancho, el suceso ocurrió en medio del típico baldazo de la tarde, a eso de las 3:30 p.m. El hombre, de unos 50 años, se llevó la peor parte: quemaduras de segundo y tercer grado en la cabeza y la espalda. Diay, uno escucha “quemaduras” y se imagina algo, pero cuando te especifican esos grados, la cosa se pone seria. No es cualquier susto, es una lesión que te puede cambiar la vida en un segundo. Mis respetos para los socorristas como Minyar Collado, que tienen que ver estas varas de frente y aún así mantener la calma para ayudar.
Lo que me pone a pensar esta situación es lo acostumbrados que estamos los ticos a las tormentas eléctricas. Para nosotros, un aguacero con su respectiva rayería es casi el pan de cada día en temporada lluviosa. Uno nada más sube el volumen de la tele, se asegura que el perro no esté afuera y listo. Pero se nos olvida el poder real que tienen estos fenómenos. Todos tuvimos una abuela que nos gritaba que desconectáramos todos los chunches y que ni se nos ocurriera asomarnos a la ventana. Quizás, en el fondo, esa “maña” de antes tenía más ciencia y respeto por la naturaleza de lo que le damos crédito hoy en día.
Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Al final, todo se resume a eso. Pura y física mala suerte. El señor probablemente andaba en su día a día, quizás terminando el brete o simplemente caminando, y le tocó. No hay mucho análisis que hacerle a una vara así, más que mandarle las mejores vibras para que se recupere. Es un recordatorio brutal de nuestra propia fragilidad. En una zona como San Carlos, tan verde, tan abierta y tan propensa a esos aguaceros que se forman de la nada, el riesgo siempre está latente, aunque uno ande por la vida sin pensarlo dos veces.
Más allá del susto y la lamentable noticia, esto debería servirnos para quitarnos un poco la complacencia. No es paranoia, es simple precaución. Si el cielo empieza a sonar como si estuvieran en media fiesta en el Olimpo, mejor buscar un buen refugio y esperar a que pase el escándalo. En fin, ojalá que el señor se recupere pronto y que esta historia, aunque sea por un despiche de esta magnitud, nos sirva para tenerle un poquito más de respeto al clima. A veces, la jugada más inteligente es simplemente hacerse a un lado y dejar que la naturaleza haga lo suyo.
Aparte de lo obvio de no andar con un paraguas de metal en medio campo abierto, ¿qué es lo más loco que han hecho o visto a alguien hacer durante una tormenta eléctrica? Cuenten sus historias, maes.
Según el reporte de los compas de la Cruz Roja, que como siempre llegaron en todas a atender el zafarrancho, el suceso ocurrió en medio del típico baldazo de la tarde, a eso de las 3:30 p.m. El hombre, de unos 50 años, se llevó la peor parte: quemaduras de segundo y tercer grado en la cabeza y la espalda. Diay, uno escucha “quemaduras” y se imagina algo, pero cuando te especifican esos grados, la cosa se pone seria. No es cualquier susto, es una lesión que te puede cambiar la vida en un segundo. Mis respetos para los socorristas como Minyar Collado, que tienen que ver estas varas de frente y aún así mantener la calma para ayudar.
Lo que me pone a pensar esta situación es lo acostumbrados que estamos los ticos a las tormentas eléctricas. Para nosotros, un aguacero con su respectiva rayería es casi el pan de cada día en temporada lluviosa. Uno nada más sube el volumen de la tele, se asegura que el perro no esté afuera y listo. Pero se nos olvida el poder real que tienen estos fenómenos. Todos tuvimos una abuela que nos gritaba que desconectáramos todos los chunches y que ni se nos ocurriera asomarnos a la ventana. Quizás, en el fondo, esa “maña” de antes tenía más ciencia y respeto por la naturaleza de lo que le damos crédito hoy en día.
Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Al final, todo se resume a eso. Pura y física mala suerte. El señor probablemente andaba en su día a día, quizás terminando el brete o simplemente caminando, y le tocó. No hay mucho análisis que hacerle a una vara así, más que mandarle las mejores vibras para que se recupere. Es un recordatorio brutal de nuestra propia fragilidad. En una zona como San Carlos, tan verde, tan abierta y tan propensa a esos aguaceros que se forman de la nada, el riesgo siempre está latente, aunque uno ande por la vida sin pensarlo dos veces.
Más allá del susto y la lamentable noticia, esto debería servirnos para quitarnos un poco la complacencia. No es paranoia, es simple precaución. Si el cielo empieza a sonar como si estuvieran en media fiesta en el Olimpo, mejor buscar un buen refugio y esperar a que pase el escándalo. En fin, ojalá que el señor se recupere pronto y que esta historia, aunque sea por un despiche de esta magnitud, nos sirva para tenerle un poquito más de respeto al clima. A veces, la jugada más inteligente es simplemente hacerse a un lado y dejar que la naturaleza haga lo suyo.
Aparte de lo obvio de no andar con un paraguas de metal en medio campo abierto, ¿qué es lo más loco que han hecho o visto a alguien hacer durante una tormenta eléctrica? Cuenten sus historias, maes.
