Maes, hay maneras y maneras de empezar un lunes, y la que les tocó a dos familias en Guadalupe de Cartago es, sin duda, la peor de todas. ¡Qué sal! Uno ahí, apenas terminándose el gallo pinto, pensando en el brete de la semana, y de repente, se arma el despiche. Esta mañana nos despertamos con la noticia de un incendio masivo que se trajo abajo no una, sino dos casas. La vara es que cuando los Bomberos llegaron, ya el fuego tenía un buen rato haciendo de las suyas. Es de esas noticias que te dejan un mal sabor de boca para todo el día, un recordatorio de lo rápido que puede cambiar todo.
Según el reporte de los compas de Bomberos, la emergencia se dio bien temprano. Y no hablamos de un fogonazo cualquiera, estamos hablando de un área de 270 metros cuadrados. Para que se hagan una idea, eso es un montón. De esa totalidad, el fuego se devoró casi 190 metros. ¡190 metros de chunches, de recuerdos, de paredes que costaron un mundo levantar! Imagínense el golpe. En cuestión de minutos, el brete y el esfuerzo de años de una familia se van al traste. Por dicha, los bomberos llegaron con todo el arsenal—dos unidades extintoras y una cisterna—para controlar la situación, pero el daño, diay, el daño ya estaba hecho. Es una verdadera torta, y lo peor es que le pasó a gente de aquí, de nuestro país.
Lo que más me pone a pensar en estas situaciones es la fragilidad de todo. Uno pasa la vida acumulando cosas, decorando la choza, sintiéndose seguro entre cuatro paredes, y de la nada, una falla eléctrica, una fuga de gas o cualquier despiste lo puede mandar todo al carajo. En el reporte no detallan la causa, pero sea cual sea, el resultado es el mismo: dos familias en la calle. Ahora empieza el verdadero calvario para ellos: ver qué se salvó (que seguro es poco o nada), lidiar con el shock y empezar de cero. Es una situación que uno no se la desea ni al peor enemigo, honestamente.
Y aquí es donde, con suerte, se empieza a ver la otra cara de la moneda en Costa Rica. Porque si algo tenemos, es que para las tragedias solemos ser muy solidarios. Estoy casi segura de que a estas horas los vecinos de Guadalupe ya se están moviendo, viendo cómo echan una mano, organizando una colecta o aunque sea llevando un cafecito caliente. Porque en medio del despiche y la tristeza, esa es la vara que nos define: la capacidad de no dejar al otro botado. Esperemos que estas familias reciban todo el apoyo posible, no solo de las instituciones, sino de la misma comunidad que, al final, es la primera en responder.
Esta noticia es un balde de agua fría para cualquiera, y un recordatorio de que hay que tener demasiado cuidado. A veces uno se confía, deja el cargador del celular pegado todo el día, no le da mantenimiento al sistema eléctrico o se olvida de revisar la manguera del gas. Son pequeños detalles que pueden terminar en una catástrofe. Ojalá que estas familias encuentren la fuerza para salir adelante y que esto nos sirva a todos de lección para no jalarse una torta por descuido. La vida ya es suficientemente complicada por sí sola.
En fin, maes, más allá de la tristeza que da la noticia... ¿Ustedes tienen alguna medida de seguridad específica en la choza para prevenir algo así? ¿Tienen extintor a mano, revisan las instalaciones eléctricas cada cierto tiempo o conocen algún tip que pueda servirnos a todos? Cuenten a ver, que de estas varas siempre se aprende algo.
Según el reporte de los compas de Bomberos, la emergencia se dio bien temprano. Y no hablamos de un fogonazo cualquiera, estamos hablando de un área de 270 metros cuadrados. Para que se hagan una idea, eso es un montón. De esa totalidad, el fuego se devoró casi 190 metros. ¡190 metros de chunches, de recuerdos, de paredes que costaron un mundo levantar! Imagínense el golpe. En cuestión de minutos, el brete y el esfuerzo de años de una familia se van al traste. Por dicha, los bomberos llegaron con todo el arsenal—dos unidades extintoras y una cisterna—para controlar la situación, pero el daño, diay, el daño ya estaba hecho. Es una verdadera torta, y lo peor es que le pasó a gente de aquí, de nuestro país.
Lo que más me pone a pensar en estas situaciones es la fragilidad de todo. Uno pasa la vida acumulando cosas, decorando la choza, sintiéndose seguro entre cuatro paredes, y de la nada, una falla eléctrica, una fuga de gas o cualquier despiste lo puede mandar todo al carajo. En el reporte no detallan la causa, pero sea cual sea, el resultado es el mismo: dos familias en la calle. Ahora empieza el verdadero calvario para ellos: ver qué se salvó (que seguro es poco o nada), lidiar con el shock y empezar de cero. Es una situación que uno no se la desea ni al peor enemigo, honestamente.
Y aquí es donde, con suerte, se empieza a ver la otra cara de la moneda en Costa Rica. Porque si algo tenemos, es que para las tragedias solemos ser muy solidarios. Estoy casi segura de que a estas horas los vecinos de Guadalupe ya se están moviendo, viendo cómo echan una mano, organizando una colecta o aunque sea llevando un cafecito caliente. Porque en medio del despiche y la tristeza, esa es la vara que nos define: la capacidad de no dejar al otro botado. Esperemos que estas familias reciban todo el apoyo posible, no solo de las instituciones, sino de la misma comunidad que, al final, es la primera en responder.
Esta noticia es un balde de agua fría para cualquiera, y un recordatorio de que hay que tener demasiado cuidado. A veces uno se confía, deja el cargador del celular pegado todo el día, no le da mantenimiento al sistema eléctrico o se olvida de revisar la manguera del gas. Son pequeños detalles que pueden terminar en una catástrofe. Ojalá que estas familias encuentren la fuerza para salir adelante y que esto nos sirva a todos de lección para no jalarse una torta por descuido. La vida ya es suficientemente complicada por sí sola.
En fin, maes, más allá de la tristeza que da la noticia... ¿Ustedes tienen alguna medida de seguridad específica en la choza para prevenir algo así? ¿Tienen extintor a mano, revisan las instalaciones eléctricas cada cierto tiempo o conocen algún tip que pueda servirnos a todos? Cuenten a ver, que de estas varas siempre se aprende algo.