http://www.nacion.com/ln_ee/2009/septiembre/12/opinion2088321.html
Esta siempre ha sido una cuestión que me ha inquietado, no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero a mí me es indiferente hasta cierto punto quien llegue a la presidencia, ya que es muy probable que los proyectos más controversiales y por ende más trascendentes para el país se queden archivados indefinidamente o en el mejor de los casos pasen a duras penas a través de lapsos en extremo extendidos.
En general, la percepción de que da lo mismo quien gobierne debido a que su plan difícilmente se cumpla genera cierto conformismo con el sistema político en el mejor de los casos, y en el peor pues llega la abstención y con ella el desencanto, sin duda caldos de cultivo para el surgimiento de políticos de "línea dura" que prometen arreglar todo el desmadre(venga estos desde la derecha o de la izquierda).
Quizás lo único bueno de esto es que si por alguna razón llegarán al poder partidos con programas políticos extremistas a través de un triunfo limpio en las elecciones, los mismos estarán atrapados en la misma maraña y por tanto será más difícil que desarticulen el sistema democrático a través de triquiñuelas dentro del mismo sistema.
Por ejemplo, si de pura casualidad ganara el ML las elecciones, de seguro no podrá llevar a cabo sus programa de transformación de las instituciones estatales(léase privatización solapada), e igualmente un triunfo del FA difícilmente signifique un cambio radical en el sistema por más decididos que estén estos señores a llevar a cabo sus programas.
Lo malo es que quienes tienen posibilidades reales de llegar al poder no son partidos políticos extremos, por lo que un eventual gobierno PACsista o Liberacionista pasarán con más pena que gloria si juzgaramos su eficacia teniendo como patrón el porcentaje de promesas cumplidas.
En este caso concuerdo con OAS en lo que respecta a la conveniencia de mayor gobernabilidad para los diferentes actores ideológicos y no solo para su "proyecto dictatorial"; el PAC también se vería beneficiado de una maraña de controles innecesarios menor para el caso de que llegaran al gobierno, y para ellos con mucha más razón teniendo en cuenta que en términos parlamentarios probablemente no alcancen mayoría calificada para aprobar proyectos importantes, por lo que un mayor rango de acción a nivel de poder ejecutivo sería indispensable en ese caso.
Oscar Arias dijo:Costa Rica: un país de derechos sin responsabilidades
Costa Rica sostiene innumerables rondas periódicas de discusión sobre los desafíos futuros del país. Hay en nuestros medios académicos un capital inmenso de documentos producto de foros, debates, conferencias y paneles dedicados a dilucidar cuáles son los derroteros que debemos seguir en los próximos años. Pero me da la impresión de que no basta definir los derroteros. Hay que discutir sobre la forma de llegar a ellos. Hay que discutir sobre los medios. Porque el destino es esencial, pero también el camino. Si el camino es intransitable, poco importa adónde vayan nuestros pasos: no lograremos avanzar.
El próximo gobierno de Costa Rica llegará al poder en medio de un entramado institucional en donde es inmensamente difícil avanzar. Tenemos un Estado que privilegia el control sobre la ejecución, en donde los actores políticos son observados con suspicacia y hay un relevo del poder desde las esferas políticas hacia las esferas supuestamente técnicas. Por temor a la corrupción, hemos construido un país en donde es más fácil decir no, que decir sí, y no existen consecuencias para quien obstaculiza, pero sí para quien lleva a cabo las obras de Gobierno. Nuestro Leitmotiv , contrario al del presidente Barack Obama, es no, we can’t , o en argot burocrático costarricense: ah no, eso no se puede .
Derechos y obligaciones. Aunado a lo anterior, hemos expandido exponencialmente las libertades, sin comprender que con los derechos vienen siempre las obligaciones. Como resultado, nadie en Costa Rica se hace responsable por sus actos. Y para agravar las cosas, hemos permitido que nuestra discusión política se convierta en una campaña electoral permanente. Pareciera que en el contexto costarricense actual, el sufragio no resuelve la cuestión del tipo de desarrollo que se perseguirá durante los próximos cuatro años. Por el contrario, el Poder Ejecutivo se ve obligado a luchar todos los días por hacer cumplir su programa de gobierno, frente a partidos políticos que intentan imponer sus ideas, como si esas mismas ideas no hubiesen perdido en las elecciones por el voto de la mayoría de los costarricenses.
Muchas veces he dicho que es el colmo de la locura que algunas personas le pidan al gobernante que no haga lo que prometió, en lugar de exigirle que cumpla su palabra. Y para muestra dos botones de los últimos años: yo llegué al poder con el compromiso de lograr la aprobación del Tratado de Libre Comercio y la apertura de los monopolios estatales, y no lo pude hacer desde el Congreso, sino que tuve que acudir a un referéndum. Prometí, también, una reforma tributaria, que nos permitiera incrementar los ingresos del Gobierno en al menos un 3 por ciento del producto interno bruto. Y sin embargo, un partido político me advirtió que ni siquiera lo intentara porque, al igual que hicieron con don Abel Pacheco, no iban a permitir la aprobación de nuevos impuestos, aprovechándose de las desmedidas potestades que confiere el reglamento legislativo a las minorías parlamentarias.
Algunos pensarán que esta es una visión muy dramática de la realidad. Después de todo, este Gobierno ha puesto a Costa Rica a caminar de nuevo, llevando a cabo obras cruciales largamente pospuestas por nuestro país. Pero ese no es el punto. El punto es cuánto más hubiéramos podido hacer en otras circunstancias. Y el punto es, también, cuánto podrán hacer los gobiernos que han de venir después de nosotros.
Nada de esto lo digo por interés personal. No busco mayor poder para mí. Pero sí busco mayor poder para quien me suceda, no importa su partido político o su ideología. Porque soy un demócrata por convicción, y creo que lo que el pueblo decide en las urnas debe ser realizado en la práctica.
Cuando digo que el Estado se ha convertido en un Estado que privilegia el control sobre la ejecución, no quiero implicar que el control es innecesario. En una democracia el poder solo es legítimo si es limitado. Pero el control es poder, y debe ser, a su vez, restringido. Esta pregunta es tan antigua como el surgimiento de la democracia, y la discutió Platón en La República . La idea se resume en la frase del poeta latino Juvenal, que se preguntaba célebremente ¿quis custodiet ipsos custodes ?, ¿ quién custodia a los custodiadores ? o ¿quién controla a los contralores ? La respuesta la brindó Platón hace dos mil cuatrocientos años: se custodian a sí mismos.
Excesos. Es válido preguntarse si efectivamente las instancias de control en Costa Rica se custodian a sí mismas, si hay verdadero autocontrol en el comportamiento de la Contraloría General de la República, de la Procuraduría General de la República, de la Defensoría de los Habitantes, de la Sala Constitucional y del control político en la Asamblea Legislativa; o si, por el contrario, se han excedido en sus funciones, aun de buena fe.
Somos, por ejemplo, uno de los pocos países del mundo que continúan fortaleciendo el control previo externo, un atavismo en los países de la OCDE. Hacemos pasar todos nuestros contratos, por menores que sean, y todos nuestros carteles de licitación, por la aprobación previa de la Contraloría. Y mientras nosotros invertimos meses, y hasta años, afinando detalles y buscando el beneplácito de un ente contralor, las naciones desarrolladas ejecutan sus proyectos y luego rinden cuentas sobre ellos.
Es evidente que es muy difícil argumentar en contra del control, porque rápidamente se le tacha a cualquiera de corrupto. Se preguntan por qué motivo oculto o conspiratorio alguien podría querer menos supervisión.
Y en lugar de reformar nuestro sistema, para replantear el control previo contenido en el artículo 184 de nuestra Constitución Política, más bien adherimos más controles y más leyes anticorrupción coyunturales y precipitadas, que no hacen sino agravar el problema.
La prensa. En parte la Administración es responsable por este fenómeno. Y en parte lo es también la prensa, que insiste en reforzar la idea de que todos los gatos son pardos y todos los políticos son corruptos. Como contralores, los medios de comunicación también deben ejercer autocontrol. Deben entender que con sus potestades, viene también su responsabilidad. Viene la responsabilidad de ser firmes, pero mesurados en la crítica del sistema político; la responsabilidad de denunciar la corrupción, pero haciendo siempre la distinción entre el funcionario que ocupa transitoriamente un cargo, y la institución que permanece en el tiempo; la responsabilidad de no solo criticar lo malo, sino, también, de reconocer lo bueno; la responsabilidad de no solo destruir las malas prácticas políticas, sino también, de estimular las buenas prácticas cívicas.
La vigilancia es una función más dentro de las funciones públicas. Es una función importante, pero no es la única ni es la principal. Un Estado esclerótico, hipertrofiado e incapaz de ejecutar sus decisiones, vulnera tanto el interés público como un Estado que abusa de su poder. En la medida en que sigamos siendo un país de contralores más que de emprendedores, veo muy difícil que alcancemos nuestras metas, sean las que sean.
Reformar este panorama será el gran reto costarricense en los próximos años
Esta siempre ha sido una cuestión que me ha inquietado, no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero a mí me es indiferente hasta cierto punto quien llegue a la presidencia, ya que es muy probable que los proyectos más controversiales y por ende más trascendentes para el país se queden archivados indefinidamente o en el mejor de los casos pasen a duras penas a través de lapsos en extremo extendidos.
En general, la percepción de que da lo mismo quien gobierne debido a que su plan difícilmente se cumpla genera cierto conformismo con el sistema político en el mejor de los casos, y en el peor pues llega la abstención y con ella el desencanto, sin duda caldos de cultivo para el surgimiento de políticos de "línea dura" que prometen arreglar todo el desmadre(venga estos desde la derecha o de la izquierda).
Quizás lo único bueno de esto es que si por alguna razón llegarán al poder partidos con programas políticos extremistas a través de un triunfo limpio en las elecciones, los mismos estarán atrapados en la misma maraña y por tanto será más difícil que desarticulen el sistema democrático a través de triquiñuelas dentro del mismo sistema.
Por ejemplo, si de pura casualidad ganara el ML las elecciones, de seguro no podrá llevar a cabo sus programa de transformación de las instituciones estatales(léase privatización solapada), e igualmente un triunfo del FA difícilmente signifique un cambio radical en el sistema por más decididos que estén estos señores a llevar a cabo sus programas.
Lo malo es que quienes tienen posibilidades reales de llegar al poder no son partidos políticos extremos, por lo que un eventual gobierno PACsista o Liberacionista pasarán con más pena que gloria si juzgaramos su eficacia teniendo como patrón el porcentaje de promesas cumplidas.
En este caso concuerdo con OAS en lo que respecta a la conveniencia de mayor gobernabilidad para los diferentes actores ideológicos y no solo para su "proyecto dictatorial"; el PAC también se vería beneficiado de una maraña de controles innecesarios menor para el caso de que llegaran al gobierno, y para ellos con mucha más razón teniendo en cuenta que en términos parlamentarios probablemente no alcancen mayoría calificada para aprobar proyectos importantes, por lo que un mayor rango de acción a nivel de poder ejecutivo sería indispensable en ese caso.