¡Ay, Dios mío! Imaginen esto: una noche de copas entre amigas termina con una turista británica perdiendo pedazos de su cráneo y necesitando una placa metálica de por vida. Sí, así de feo. La historia de Hannah Roper, de 24 años, nos recuerda que a veces, hasta las cosas más tontas pueden llevarnos a situaciones de película, aunque definitivamente no de las buenas.
Todo comenzó como cualquier otra salida: unas cuantas botellas de vino compartido con una amiga en casa de ésta última. Según cuentan, Hannah, ya relajada, intentó ir al baño y, en un descuido monumental – ¡qué torta! – abrió la puerta equivocada, directo al sótano. Lo que siguió fue una caída por las escaleras que la dejó prácticamente inconsciente y manchada de sangre.
Sus amigos, alertados por sus gritos y vómitos, llamaron al ambo inmediatamente. Los doctores, al ver la gravedad de la situación – la presión dentro de su cabeza estaba por las nubes – tuvieron que actuar rápido. La única forma de evitar que la chavala perdiera la vida era extirparle una buena parte del cráneo temporalmente para aliviar la presión y permitir que la sangre drenara. ¡Imagínese la bronca!
“Un error tonto estando borracha casi me mata,” confesó Hannah, todavía asombrada por lo sucedido. “No recuerdo mucho de esos momentos, solo flashes. Fue horrible.” Se quedó con un casco especial por cinco largos meses, esperando que la inflación bajara y su cuerpo se recuperara. Luego, llegó la placa metálica, la prueba tangible de que, bueno, parte de su cabeza ahora es de metal. ¡Qué carga!
Pero la trama no termina ahí, diay. Resulta que unos meses antes del incidente, Hannah había ido a visitar a una psíquica en Inglaterra. Esta, con toda la solemnidad del mundo, le advirtió que no fuera a Fenton (donde estaba de vacaciones) y que tuviera cuidado con lo que tomaba. Al principio, Hannah no le dio importancia, pensando que esas cosas eran pura vaina. Pero, fiel a la frase ‘el que ríe último’, decidió hacerle caso a su intuición... y justo ahí fue donde todo salió terriblemente mal. “Ella predijo mi accidente. Me dijo que algo me pasaría si bebía allí. Y pasó,” comenta, aún incrédula ante tal coincidencia.
La recuperación de Hannah ha sido larga y llena de obstáculos. Además de la placa metálica, sufre mareos constantes, cansancio extremo y problemas hormonales. Cuenta que incluso tuvo un episodio en España donde perdió el control de su temperatura corporal y pasó horas vomitando. No es fácil retomar la vida normal después de un susto así, chunche.
Todo comenzó como cualquier otra salida: unas cuantas botellas de vino compartido con una amiga en casa de ésta última. Según cuentan, Hannah, ya relajada, intentó ir al baño y, en un descuido monumental – ¡qué torta! – abrió la puerta equivocada, directo al sótano. Lo que siguió fue una caída por las escaleras que la dejó prácticamente inconsciente y manchada de sangre.
Sus amigos, alertados por sus gritos y vómitos, llamaron al ambo inmediatamente. Los doctores, al ver la gravedad de la situación – la presión dentro de su cabeza estaba por las nubes – tuvieron que actuar rápido. La única forma de evitar que la chavala perdiera la vida era extirparle una buena parte del cráneo temporalmente para aliviar la presión y permitir que la sangre drenara. ¡Imagínese la bronca!
“Un error tonto estando borracha casi me mata,” confesó Hannah, todavía asombrada por lo sucedido. “No recuerdo mucho de esos momentos, solo flashes. Fue horrible.” Se quedó con un casco especial por cinco largos meses, esperando que la inflación bajara y su cuerpo se recuperara. Luego, llegó la placa metálica, la prueba tangible de que, bueno, parte de su cabeza ahora es de metal. ¡Qué carga!
Pero la trama no termina ahí, diay. Resulta que unos meses antes del incidente, Hannah había ido a visitar a una psíquica en Inglaterra. Esta, con toda la solemnidad del mundo, le advirtió que no fuera a Fenton (donde estaba de vacaciones) y que tuviera cuidado con lo que tomaba. Al principio, Hannah no le dio importancia, pensando que esas cosas eran pura vaina. Pero, fiel a la frase ‘el que ríe último’, decidió hacerle caso a su intuición... y justo ahí fue donde todo salió terriblemente mal. “Ella predijo mi accidente. Me dijo que algo me pasaría si bebía allí. Y pasó,” comenta, aún incrédula ante tal coincidencia.
La recuperación de Hannah ha sido larga y llena de obstáculos. Además de la placa metálica, sufre mareos constantes, cansancio extremo y problemas hormonales. Cuenta que incluso tuvo un episodio en España donde perdió el control de su temperatura corporal y pasó horas vomitando. No es fácil retomar la vida normal después de un susto así, chunche.