¡Ay, Dios mío! Parece que estamos metidos en un brete serio, mi gente. La economía nacional está dando señales de alerta, y no precisamente porque el dólar siga subiendo como agua caliente. Esta vez, la preocupación es otra: la guerra de precios que se ha desatado entre muchos negocios, especialmente en el rubro de publicidad y servicios afines. Vemos ofertas ridículas, descuentos que te hacen preguntarte si acaso les quedó poca lana a nuestros emprendedores.
Román Castillo, un tipo que sabe lo que habla, soltó la bomba hace unos días en 'Foro de Costa Rica': demasiadas empresas, desde imprentas hasta valleras, están bajando los precios a niveles absurdos, poniendo en riesgo su propia sostenibilidad. No es simplemente una cuestión de oferta y demanda, es una desvalorización del trabajo, de la experiencia y de la calidad que muchos profesionales hemos cultivado durante años. Al final, todos perdemos, incluyendo a los clientes que creen que están haciendo un buen negocio, pero terminan recibiendo un servicio mediocre.
Y es que la realidad es dura, chunches. Con tanta agencia de marketing y proveedor intentando ganarse el hueso a cualquier costo, el mercado se ha convertido en un ring de boxeo donde solo sobreviven los que más saben aguantar los golpes... financieros, claro. Pero ¿de qué sirve aguantar si al final te vas al traste por insistir en regalarte? Ver empresas que tenían reputación y trayectoria construida con sudor y lágrimas, ahora vendiéndose a tres pesos en un canje, da pena ajena, diay.
Según fuentes cercanas a Román Megavallas, uno de los referentes en el ramo de vallas publicitarias, la situación está generando pánico en el sector. Se habla de márgenes de ganancia prácticamente nulos, de empleados desmotivados y de proyectos que se posponen indefinidamente. Esto no es sostenible a largo plazo, ni siquiera para las empresas que aparentemente están sacando pecho con estos precios irrisorios. Porque, créeme, la factura siempre llega, y suele ser bastante salada.
El punto clave aquí, según Castillo, es entender que vender no es sinónimo de pezzetear. No se trata de bajar los precios a lo loco, sino de destacar el valor agregado, la diferenciación, la calidad del servicio y el acompañamiento profesional. Un cliente inteligente entiende que pagar un poquito más por un producto o servicio superior vale la pena, porque eso se traduce en resultados tangibles y duraderos. Y nosotros, los consumidores, debemos dejar de caer en la trampa del descuento fácil y empezar a valorar la calidad.
Este fenómeno, que parece afectar particularmente a sectores como el de la publicidad, nos recuerda una verdad incómoda: la cultura del ahorro a ultranza puede terminar siendo contraproducente. Obsesionarnos con encontrar la oferta más barata a menudo nos lleva a sacrificar la calidad, la confiabilidad y la sostenibilidad de nuestras compras. Y eso, a la larga, afecta a toda la economía nacional. En lugar de buscar el precio más bajo, deberíamos enfocarnos en buscar el mejor valor por nuestra plata, evaluando cuidadosamente las opciones y priorizando aquellas que ofrecen una combinación óptima de precio, calidad y servicio.
Además, este panorama nos invita a reflexionar sobre la importancia de apoyar a los pequeños y medianos empresarios nacionales. Ellos son quienes generan empleo, dinamizan la economía y contribuyen a construir un país más próspero. Cuando elegimos comprar a una empresa local, estamos invirtiendo en nuestro propio futuro, estamos fortaleciendo nuestra comunidad y estamos apostando por un modelo de desarrollo más equitativo y sostenible. Así que, piénsalo dos veces antes de decidirte por la opción más barata; quizás estés comprometiendo algo mucho más valioso.
Así que, mi querido público, me pregunto: ¿Deberíamos exigir mayor regulación para evitar estas prácticas depredadoras que dañan a tantos negocios honestos, o es responsabilidad exclusiva de cada empresario defender el valor de su trabajo y educar a los clientes sobre la importancia de invertir en calidad? ¡Déjanos tus opiniones en los comentarios!
Román Castillo, un tipo que sabe lo que habla, soltó la bomba hace unos días en 'Foro de Costa Rica': demasiadas empresas, desde imprentas hasta valleras, están bajando los precios a niveles absurdos, poniendo en riesgo su propia sostenibilidad. No es simplemente una cuestión de oferta y demanda, es una desvalorización del trabajo, de la experiencia y de la calidad que muchos profesionales hemos cultivado durante años. Al final, todos perdemos, incluyendo a los clientes que creen que están haciendo un buen negocio, pero terminan recibiendo un servicio mediocre.
Y es que la realidad es dura, chunches. Con tanta agencia de marketing y proveedor intentando ganarse el hueso a cualquier costo, el mercado se ha convertido en un ring de boxeo donde solo sobreviven los que más saben aguantar los golpes... financieros, claro. Pero ¿de qué sirve aguantar si al final te vas al traste por insistir en regalarte? Ver empresas que tenían reputación y trayectoria construida con sudor y lágrimas, ahora vendiéndose a tres pesos en un canje, da pena ajena, diay.
Según fuentes cercanas a Román Megavallas, uno de los referentes en el ramo de vallas publicitarias, la situación está generando pánico en el sector. Se habla de márgenes de ganancia prácticamente nulos, de empleados desmotivados y de proyectos que se posponen indefinidamente. Esto no es sostenible a largo plazo, ni siquiera para las empresas que aparentemente están sacando pecho con estos precios irrisorios. Porque, créeme, la factura siempre llega, y suele ser bastante salada.
El punto clave aquí, según Castillo, es entender que vender no es sinónimo de pezzetear. No se trata de bajar los precios a lo loco, sino de destacar el valor agregado, la diferenciación, la calidad del servicio y el acompañamiento profesional. Un cliente inteligente entiende que pagar un poquito más por un producto o servicio superior vale la pena, porque eso se traduce en resultados tangibles y duraderos. Y nosotros, los consumidores, debemos dejar de caer en la trampa del descuento fácil y empezar a valorar la calidad.
Este fenómeno, que parece afectar particularmente a sectores como el de la publicidad, nos recuerda una verdad incómoda: la cultura del ahorro a ultranza puede terminar siendo contraproducente. Obsesionarnos con encontrar la oferta más barata a menudo nos lleva a sacrificar la calidad, la confiabilidad y la sostenibilidad de nuestras compras. Y eso, a la larga, afecta a toda la economía nacional. En lugar de buscar el precio más bajo, deberíamos enfocarnos en buscar el mejor valor por nuestra plata, evaluando cuidadosamente las opciones y priorizando aquellas que ofrecen una combinación óptima de precio, calidad y servicio.
Además, este panorama nos invita a reflexionar sobre la importancia de apoyar a los pequeños y medianos empresarios nacionales. Ellos son quienes generan empleo, dinamizan la economía y contribuyen a construir un país más próspero. Cuando elegimos comprar a una empresa local, estamos invirtiendo en nuestro propio futuro, estamos fortaleciendo nuestra comunidad y estamos apostando por un modelo de desarrollo más equitativo y sostenible. Así que, piénsalo dos veces antes de decidirte por la opción más barata; quizás estés comprometiendo algo mucho más valioso.
Así que, mi querido público, me pregunto: ¿Deberíamos exigir mayor regulación para evitar estas prácticas depredadoras que dañan a tantos negocios honestos, o es responsabilidad exclusiva de cada empresario defender el valor de su trabajo y educar a los clientes sobre la importancia de invertir en calidad? ¡Déjanos tus opiniones en los comentarios!
