¡Qué vaina, raza! Parece que septiembre llegó con ganas de recordarnos que el dinero no crece en los árboles, ni siquiera con la lluvia. Entre la celebración de la independencia y el intento de equilibrar el brete diario, muchos nos preguntamos cómo hacer para que nuestros colones rinden más que un güegue picado bajo el sol.
Según los números frescos del INEC, la cosa sigue complicada. Un porcentaje alarmante todavía anda batallando para llegar a fin de mes, y eso sin mencionar los imprevistos que siempre te agarran desprevenido. El panorama pinta así: casi la mitad de los hogares acá tienen aprietos, y eso nos dice que la planificación económica personal ya no es un lujo, sino una necesidad, máxime considerando la inflación y el aumento generalizado de precios. No estamos hablando de volverse millonarios de la noche a la mañana, claro, sino de tomar el control de nuestra economía personal y evitar caer en deudas que nos atormentan luego.
Pero calma, no hay que desesperarse. Ahí es donde entra en juego la idea del “ahorro hormiga”. No suena glamoroso, lo sé, pero es pura verdad. Se trata de convertir esos gastitos que parecían inocentes –el café doble en la esquina, la suscripción que olvidaste cancelar, el chunche que compraste porque estaba barato– en pequeñas contribuciones a un fondo que te dará tranquilidad. Piensa en ello como alimentar una pequeña planta; aunque le des poca agua día tras día, terminará floreciendo.
¿Cómo empezar a echarle mano a esto? Primero, ponte las pilas y analiza dónde se va tu dinero. Una libreta, una app, ¡lo que funcione! Lo importante es saber a qué estás destinando cada colón. Segundo, identifica esos gastos hormiga. Atrás quedaron los días en que podías ir a comprar sin pensar dos veces, ahora hay que medirse. Y tercero, aprovecha cada ingreso extra: el aguinaldo, la devolución de impuestos, hasta el propina que te dieron por servir bien. Todo suma, mi pana, todo suma.
Y ojo, no se trata de vivir miserablemente. De eso se trata de dar valor a lo que tenemos y gastar con cabeza. Ya dijo Don Marco de Davivienda, y vaya que tiene razón, la independencia financiera no es solo tener plata guardada, es tener opciones. Es poder decir que sí a ese curso que quieres tomar, a ese viaje soñado, o simplemente, a dormir tranquilo sabiendo que tienes un colchón para enfrentar cualquier eventualidad. Es darle al moolé la libertad de elegir sin ataduras.
Según los números frescos del INEC, la cosa sigue complicada. Un porcentaje alarmante todavía anda batallando para llegar a fin de mes, y eso sin mencionar los imprevistos que siempre te agarran desprevenido. El panorama pinta así: casi la mitad de los hogares acá tienen aprietos, y eso nos dice que la planificación económica personal ya no es un lujo, sino una necesidad, máxime considerando la inflación y el aumento generalizado de precios. No estamos hablando de volverse millonarios de la noche a la mañana, claro, sino de tomar el control de nuestra economía personal y evitar caer en deudas que nos atormentan luego.
Pero calma, no hay que desesperarse. Ahí es donde entra en juego la idea del “ahorro hormiga”. No suena glamoroso, lo sé, pero es pura verdad. Se trata de convertir esos gastitos que parecían inocentes –el café doble en la esquina, la suscripción que olvidaste cancelar, el chunche que compraste porque estaba barato– en pequeñas contribuciones a un fondo que te dará tranquilidad. Piensa en ello como alimentar una pequeña planta; aunque le des poca agua día tras día, terminará floreciendo.
¿Cómo empezar a echarle mano a esto? Primero, ponte las pilas y analiza dónde se va tu dinero. Una libreta, una app, ¡lo que funcione! Lo importante es saber a qué estás destinando cada colón. Segundo, identifica esos gastos hormiga. Atrás quedaron los días en que podías ir a comprar sin pensar dos veces, ahora hay que medirse. Y tercero, aprovecha cada ingreso extra: el aguinaldo, la devolución de impuestos, hasta el propina que te dieron por servir bien. Todo suma, mi pana, todo suma.
Y ojo, no se trata de vivir miserablemente. De eso se trata de dar valor a lo que tenemos y gastar con cabeza. Ya dijo Don Marco de Davivienda, y vaya que tiene razón, la independencia financiera no es solo tener plata guardada, es tener opciones. Es poder decir que sí a ese curso que quieres tomar, a ese viaje soñado, o simplemente, a dormir tranquilo sabiendo que tienes un colchón para enfrentar cualquier eventualidad. Es darle al moolé la libertad de elegir sin ataduras.