¡Ay, Dios mío! Que bronca la que tenemos con nuestros gobernantes locales, ¿verdad? Se supone que van a trabajar por nosotros, por el bien común, y resulta que en materia de bienestar animal estamos dando tumbos. Parece mentira, pero hay municipios que tienen oficinas dedicadas a cuidar de los animalitos, hacen campañitas bonitas de adopción y hasta invierten en esterilizaciones... pero luego, ¡bam!, aprueban corridas de toros, topes y desfiles de boyeros que son pura tortura para los animales.
La activista Isela Aguirre Chavarría lo ha puesto claro: esto es un verdadero baile de brujas. Lo que ella llama 'especismo institucional' o 'bienestar selectivo' es, básicamente, discriminar entre especies. Proteges a los perritos y gatitos, pero si es un caballo o un toro que sufre, pues “eso es tradición”, dicen. ¡Pero órale! ¿Tradición justificar cualquier clase de maltrato?
Y no es cuento, las consecuencias de esta incoherencia son graves. Primero, pierden toda credibilidad. ¿Quién va a creer en un programa de bienestar animal si al mismo tiempo apoyan espectáculos crueles? Segundo, le enseñan a los niños que la compasión tiene doble fondo y depende de qué animal te caiga simpático. Tercero, nos vamos quedando atrás en comparación con otros países que sí toman en serio el bienestar animal. Cuarto, gastamos billetes públicos en una mano para promover el cuidado y en la otra para financiar el sufrimiento.
Como dice Isela, invertir en esterilización y educación es un buen comienzo, pero no sirve de mucho si seguimos pagando para ver cómo los animales sufren. Muchos alcaldes creen que para impulsar la economía del cantón hay que construir sobre el lamento de un ser vivo… ¡Ay, qué pinta! Eso no es desarrollo, es barbarie disfrazada de ‘tradición’ o ‘identidad nacional’. Deberían leer un poco de ética y darse cuenta de que el liderazgo implica defender lo justo, no lo que les conviene políticamente.
Lo peor es que algunos municipios se declaran “libres de maltrato animal” en actos grandilocuentes, pero luego permiten que los mismos animales sean utilizados para entretenimiento. ¡Un mamarracho! Y encima, algunos canales de televisión andan promocionando estos eventos, como si fuera lo más normal del mundo. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades, y culpan a los organizadores del espectáculo como si fueran los únicos culpables. Pero ojo, ¡el permiso municipal es el aval moral, legal y político que hace posible la violencia!
Ya entendemos, no es solo cuestión de cultura o tradición, es una comodidad para seguir explotando a los animales sin pensar en las consecuencias. Mientras la ley no cambie, se siguen buscando excusas para justificar el maltrato. Y lo que es aún más grave, muchas personas se unen a esta cadena de abuso, pensando que es su derecho hacer lo que quieran con los animales. ¡Pero no señor! Un animal tampoco es un objeto para nuestra diversión.
Se necesita un cambio radical, un despertar de conciencia. Las municipalidades no pueden seguir siendo simples espectadoras inocentes, ¡son cómplices directas del maltrato! Cada concejo municipal o alcalde que aprueba este tipo de actividades retrocede nuestro país en términos morales y culturales. Necesitamos autoridades que escuchen la voz de la ética, que comprendan que el verdadero liderazgo se demuestra defendiendo lo correcto, aunque no sea lo más popular.
La activista Isela Aguirre Chavarría lo ha puesto claro: esto es un verdadero baile de brujas. Lo que ella llama 'especismo institucional' o 'bienestar selectivo' es, básicamente, discriminar entre especies. Proteges a los perritos y gatitos, pero si es un caballo o un toro que sufre, pues “eso es tradición”, dicen. ¡Pero órale! ¿Tradición justificar cualquier clase de maltrato?
Y no es cuento, las consecuencias de esta incoherencia son graves. Primero, pierden toda credibilidad. ¿Quién va a creer en un programa de bienestar animal si al mismo tiempo apoyan espectáculos crueles? Segundo, le enseñan a los niños que la compasión tiene doble fondo y depende de qué animal te caiga simpático. Tercero, nos vamos quedando atrás en comparación con otros países que sí toman en serio el bienestar animal. Cuarto, gastamos billetes públicos en una mano para promover el cuidado y en la otra para financiar el sufrimiento.
Como dice Isela, invertir en esterilización y educación es un buen comienzo, pero no sirve de mucho si seguimos pagando para ver cómo los animales sufren. Muchos alcaldes creen que para impulsar la economía del cantón hay que construir sobre el lamento de un ser vivo… ¡Ay, qué pinta! Eso no es desarrollo, es barbarie disfrazada de ‘tradición’ o ‘identidad nacional’. Deberían leer un poco de ética y darse cuenta de que el liderazgo implica defender lo justo, no lo que les conviene políticamente.
Lo peor es que algunos municipios se declaran “libres de maltrato animal” en actos grandilocuentes, pero luego permiten que los mismos animales sean utilizados para entretenimiento. ¡Un mamarracho! Y encima, algunos canales de televisión andan promocionando estos eventos, como si fuera lo más normal del mundo. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades, y culpan a los organizadores del espectáculo como si fueran los únicos culpables. Pero ojo, ¡el permiso municipal es el aval moral, legal y político que hace posible la violencia!
Ya entendemos, no es solo cuestión de cultura o tradición, es una comodidad para seguir explotando a los animales sin pensar en las consecuencias. Mientras la ley no cambie, se siguen buscando excusas para justificar el maltrato. Y lo que es aún más grave, muchas personas se unen a esta cadena de abuso, pensando que es su derecho hacer lo que quieran con los animales. ¡Pero no señor! Un animal tampoco es un objeto para nuestra diversión.
Se necesita un cambio radical, un despertar de conciencia. Las municipalidades no pueden seguir siendo simples espectadoras inocentes, ¡son cómplices directas del maltrato! Cada concejo municipal o alcalde que aprueba este tipo de actividades retrocede nuestro país en términos morales y culturales. Necesitamos autoridades que escuchen la voz de la ética, que comprendan que el verdadero liderazgo se demuestra defendiendo lo correcto, aunque no sea lo más popular.