¡Ay, Dios mío! Este caso de Ligia Faerron se ha puesto más turbio que café sin leche. Lo que empezó siendo una desaparición misteriosa ahora parece una novela digna de Netflix, pero con consecuencias bien tristes. El OIJ está reventando el asunto y las cosas se han puesto feísimas con estas vecinas que andaban ‘de tranquilos’ mientras se buscaba a doña Ligia.
Como saben, la empresaria Ligia Zulema Faerron Jiménez, de 53 años, desapareció hace unas semanas y hasta hoy creíamos que todavía estaba por ahí, esperando a volver a ver a su familia. Pero resulta que el OIJ ya no piensa eso. Ahora dicen que están buscando restos, sí señor, restos. ¡Qué sal! Eso te deja pensando, ¿verdad?
Las pesquisas llevaron al OIJ a una granja en Javillos de Florencia, San Carlos, donde entraron con perros expertos en encontrar huesos. ¡Imagínate la escena! Agentes judiciales, peritos forenses… todo un batallón buscando respuestas en medio de pastizales y ranchos viejos. Randall Zúñiga, el jefe del OIJ, no se anda con rodeos: ya no buscan a una persona viva, dijo él. Directo al grano, como debe ser.
Y colorín colorado, este caso no termina tan pronto. Además de buscar restos en la finca, el OIJ también metió allanamientos en casas de dos vecinas de la fallecida: una madre y su hija, señoras Linares Rodríguez y Monterrey Linares. Las agarraron con toda la pinta de estar involucradas, acusándolas de favorecer al asesino al esconder información importante. ¡Qué carga! Esto huele a podrido, mi gente.
Según el código penal, favorecer al criminal es bastante serio, puede caer preso por varios años. Estas señoras conocían a Ligia muy bien, le ayudaban en algunas cosas y hasta una de ellas trabajaba como enfermera en el hospital. Según cuentan los vecinos, eran amigas cercanas, tomaban cafecitos juntas y se contaban todos los secretos. ¿Cómo pudieron guardar silencio cuando sabían que a Ligia le pasaba algo malo?
Pero la trama no acaba ahí. Resulta que González, el sospechoso principal, era bien cercano a doña Ligia. Al parecer, aprovecharon esa confianza para entrar a robarle o hacerle alguna barbaridad. Semanas después, la pista del crimen llevó directamente a la finca de la madrastra de González, donde encontraron el anillo de matrimonio de Ligia, una maleta chamuscada y otros objetos personales que fueron identificados por la familia. ¡Qué torta! Todo apunta a que se deshicieron de ella allí mismo.
Además, el carro de Ligia, un Volvo 4x2 del 2013, apareció estrellado y luego fue vendido como chatarra por unos mangones. Dicen que lo vendieron barato, como si fuera basura. ¡Qué despiste! De seguro estaban apurados por deshacerse de cualquier evidencia que los pudiera implicar. Los detectives están tratando de averiguar quién llevó el carro al taller y cómo lograron venderlo tan rápido. Esto se va poniendo cada vez más complicado, ¿eh?
Este caso nos plantea una pregunta importantísima: ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de los vecinos ante situaciones como esta? ¿Debemos denunciar cualquier sospecha, aunque signifique meter nuestra nariz donde no nos importa? ¿Y qué medidas deberían tomar las autoridades para fomentar la colaboración ciudadana en casos de investigación criminal? ¡Dígame usted!
Como saben, la empresaria Ligia Zulema Faerron Jiménez, de 53 años, desapareció hace unas semanas y hasta hoy creíamos que todavía estaba por ahí, esperando a volver a ver a su familia. Pero resulta que el OIJ ya no piensa eso. Ahora dicen que están buscando restos, sí señor, restos. ¡Qué sal! Eso te deja pensando, ¿verdad?
Las pesquisas llevaron al OIJ a una granja en Javillos de Florencia, San Carlos, donde entraron con perros expertos en encontrar huesos. ¡Imagínate la escena! Agentes judiciales, peritos forenses… todo un batallón buscando respuestas en medio de pastizales y ranchos viejos. Randall Zúñiga, el jefe del OIJ, no se anda con rodeos: ya no buscan a una persona viva, dijo él. Directo al grano, como debe ser.
Y colorín colorado, este caso no termina tan pronto. Además de buscar restos en la finca, el OIJ también metió allanamientos en casas de dos vecinas de la fallecida: una madre y su hija, señoras Linares Rodríguez y Monterrey Linares. Las agarraron con toda la pinta de estar involucradas, acusándolas de favorecer al asesino al esconder información importante. ¡Qué carga! Esto huele a podrido, mi gente.
Según el código penal, favorecer al criminal es bastante serio, puede caer preso por varios años. Estas señoras conocían a Ligia muy bien, le ayudaban en algunas cosas y hasta una de ellas trabajaba como enfermera en el hospital. Según cuentan los vecinos, eran amigas cercanas, tomaban cafecitos juntas y se contaban todos los secretos. ¿Cómo pudieron guardar silencio cuando sabían que a Ligia le pasaba algo malo?
Pero la trama no acaba ahí. Resulta que González, el sospechoso principal, era bien cercano a doña Ligia. Al parecer, aprovecharon esa confianza para entrar a robarle o hacerle alguna barbaridad. Semanas después, la pista del crimen llevó directamente a la finca de la madrastra de González, donde encontraron el anillo de matrimonio de Ligia, una maleta chamuscada y otros objetos personales que fueron identificados por la familia. ¡Qué torta! Todo apunta a que se deshicieron de ella allí mismo.
Además, el carro de Ligia, un Volvo 4x2 del 2013, apareció estrellado y luego fue vendido como chatarra por unos mangones. Dicen que lo vendieron barato, como si fuera basura. ¡Qué despiste! De seguro estaban apurados por deshacerse de cualquier evidencia que los pudiera implicar. Los detectives están tratando de averiguar quién llevó el carro al taller y cómo lograron venderlo tan rápido. Esto se va poniendo cada vez más complicado, ¿eh?
Este caso nos plantea una pregunta importantísima: ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de los vecinos ante situaciones como esta? ¿Debemos denunciar cualquier sospecha, aunque signifique meter nuestra nariz donde no nos importa? ¿Y qué medidas deberían tomar las autoridades para fomentar la colaboración ciudadana en casos de investigación criminal? ¡Dígame usted!