¡Ay, Dios mío! La cosa está que arde, pura candela aquí en Costa Rica. Últimamente, la migración se ha convertido en el churrito más amargo del país, y nadie parece dispuesto a agarrarle la vaca por las astas. Ya no es solamente el tema de ver más gente en el EBAIS o en la parada del bus, ahora tenemos problemas más gordos que nos tocan la puerta directo, amigos.
Verás, la realidad es clara como agua de lluvia: tenemos una situación migratoria totalmente descontrolada. Las cuarterías ilegales brotando como champiñones luego de la temporada lluviosa, con condiciones inhumanas y, peor aún, sirviendo de caldo de cultivo para toda clase de trapisondas. Dinámicas de violencia que jamás habíamos visto antes, colapsando nuestros hospitales con gente que no tiene ni idea de cómo llegó aquí. ¡Qué despiche!
Y claro, no se trata de echarle la piedra al pobre migrante que busca una oportunidad. Muchos vienen con gusanitos de mejorar sus vidas, pensando en mandar moras pa’ su familia. Pero la verdad, abrirle las puertas a cualquiera sin tener el control de la situación es como jugar a la ruleta rusa con la seguridad de todos nosotros. Nadie quiere eso, ¡ni loco!
Aquí viene el meollo del asunto: el Estado, que debería estar cuidándonos y protegiéndonos, anda perdido, como chancho en la carretera. Las instituciones encargadas de controlar la entrada de gente no se hablan entre ellas, no tienen sistemas que funcionen y el OIJ está luchando contra las corrientes mientras los peces gordos siguen haciendo de las suyas. Mientras tanto, el tipo honesto que trabaja duro y paga sus impuestos, se lleva una sorpresa al ver que hay quien se aprovecha del sistema a sus espaldas. ¡Qué rabia!
Imagínate, ahí tienes al pequeño comerciante, que suda la gota gorda pa’ pagar a la Caja, y al mismo tiempo ves a miles de personas entrando al país sin papeles, usando los servicios públicos y desapareciendo sin dejar rastro. ¡Eso no tiene arreglo! Ese desbalance erosiona la confianza en las autoridades y alimenta la idea de que la ley solo se cumple pa' unos pocos elegidos. Pura injusticia, chunche.
Ahora, por supuesto, te van a decir que migrar no es delito, y eso es cierto. Pero tampoco puede ser un tramite libre y despreocupado. Una cosa es brindar asilo a quien realmente lo necesita y otra muy distinta es permitir que cualquier persona se pase por la raya sin ningún tipo de control. La frontera no es un trámite, es la primera línea de defensa de nuestra nación, mi hermano. Y cuando esa línea falla, lo que está en juego no es un simple debate político, sino la seguridad y el futuro de nuestros hijos.
Así que, seamos claros: necesitamos ponerle orden al lío. Controlar los puntos de entrada, modernizar los sistemas de información, regular las cuarterías ilegales y, sobre todo, hacer cumplir la ley migratoria con mano dura. Los que vengan a trabajar honradamente y respetar las reglas, siempre serán bienvenidos a este país. Pero aquellos que traigan consigo antecedentes penales, quieran participar en negocios turbios o abusen del sistema, tendrán que regresar de donde vinieron. No es complicado, es sentido común, brete.
En fin, yo sueño con una Costa Rica segura, próspera y justa. Un país que siga siendo un ejemplo de hospitalidad, pero que no se convierta en un imán para el crimen organizado ni en un refugio para oportunistas. Un lugar donde podamos vivir tranquilamente, sabiendo que nuestras familias están protegidas. ¿Ustedes creen que, con las medidas necesarias y un poco de voluntad política, podemos recuperar el control de nuestras fronteras y devolverle la tranquilidad a este país, o ya estamos demasiado metidos en un lío del que no podremos salir?
Verás, la realidad es clara como agua de lluvia: tenemos una situación migratoria totalmente descontrolada. Las cuarterías ilegales brotando como champiñones luego de la temporada lluviosa, con condiciones inhumanas y, peor aún, sirviendo de caldo de cultivo para toda clase de trapisondas. Dinámicas de violencia que jamás habíamos visto antes, colapsando nuestros hospitales con gente que no tiene ni idea de cómo llegó aquí. ¡Qué despiche!
Y claro, no se trata de echarle la piedra al pobre migrante que busca una oportunidad. Muchos vienen con gusanitos de mejorar sus vidas, pensando en mandar moras pa’ su familia. Pero la verdad, abrirle las puertas a cualquiera sin tener el control de la situación es como jugar a la ruleta rusa con la seguridad de todos nosotros. Nadie quiere eso, ¡ni loco!
Aquí viene el meollo del asunto: el Estado, que debería estar cuidándonos y protegiéndonos, anda perdido, como chancho en la carretera. Las instituciones encargadas de controlar la entrada de gente no se hablan entre ellas, no tienen sistemas que funcionen y el OIJ está luchando contra las corrientes mientras los peces gordos siguen haciendo de las suyas. Mientras tanto, el tipo honesto que trabaja duro y paga sus impuestos, se lleva una sorpresa al ver que hay quien se aprovecha del sistema a sus espaldas. ¡Qué rabia!
Imagínate, ahí tienes al pequeño comerciante, que suda la gota gorda pa’ pagar a la Caja, y al mismo tiempo ves a miles de personas entrando al país sin papeles, usando los servicios públicos y desapareciendo sin dejar rastro. ¡Eso no tiene arreglo! Ese desbalance erosiona la confianza en las autoridades y alimenta la idea de que la ley solo se cumple pa' unos pocos elegidos. Pura injusticia, chunche.
Ahora, por supuesto, te van a decir que migrar no es delito, y eso es cierto. Pero tampoco puede ser un tramite libre y despreocupado. Una cosa es brindar asilo a quien realmente lo necesita y otra muy distinta es permitir que cualquier persona se pase por la raya sin ningún tipo de control. La frontera no es un trámite, es la primera línea de defensa de nuestra nación, mi hermano. Y cuando esa línea falla, lo que está en juego no es un simple debate político, sino la seguridad y el futuro de nuestros hijos.
Así que, seamos claros: necesitamos ponerle orden al lío. Controlar los puntos de entrada, modernizar los sistemas de información, regular las cuarterías ilegales y, sobre todo, hacer cumplir la ley migratoria con mano dura. Los que vengan a trabajar honradamente y respetar las reglas, siempre serán bienvenidos a este país. Pero aquellos que traigan consigo antecedentes penales, quieran participar en negocios turbios o abusen del sistema, tendrán que regresar de donde vinieron. No es complicado, es sentido común, brete.
En fin, yo sueño con una Costa Rica segura, próspera y justa. Un país que siga siendo un ejemplo de hospitalidad, pero que no se convierta en un imán para el crimen organizado ni en un refugio para oportunistas. Un lugar donde podamos vivir tranquilamente, sabiendo que nuestras familias están protegidas. ¿Ustedes creen que, con las medidas necesarias y un poco de voluntad política, podemos recuperar el control de nuestras fronteras y devolverle la tranquilidad a este país, o ya estamos demasiado metidos en un lío del que no podremos salir?