¡Ay, Dios mío! Esto se puso feo, bien feo. La sequía en Guanacaste ya no es un problema lejano; se metió directo en los hogares y ahora los ánimos andan que truenan entre los campesinos y los hoteles cinco estrellas. Parece que la cosa se va a poner más cargada si no le agarramos con cuidado, diay.
La situación, que venía gestándose desde hace años, ha alcanzado niveles críticos este año. Las lluvias fueron escasas, los ríos se secaron y ahora las comunidades rurales, que dependen del agua para sus cultivos, se enfrentan a la pérdida de cosechas y a la incertidumbre económica. Mientras tanto, los complejos turísticos, con sus campos de golf impecables y piscinas cristalinas, siguen consumiendo litros y litros, dejando a muchos vecinos sin ni siquiera para beber. ¿Se dan cuenta de la vara?
Según datos del SINTEC, la deficiencia hídrica en la región supera el 70%. Productores de limón, café y banano, pilares fundamentales de la economía guanacasteca, han tenido que suspender actividades o reducir drásticamente la producción. “Estamos perdiendo todo, literalmente todo”, lamentaba Don Joaquín, agricultor de Santa Cruz, mientras veía cómo su cafetal se marchitaba bajo el sol implacable. “Nosotros somos los que trabajamos la tierra, nosotros le damos de comer al país y nos dejan morir de sed”.
La gota que derramó el vaso fue la reciente publicación de un informe que revelaba el consumo excesivo de agua por parte de algunos hoteles de lujo. El documento, elaborado por una ONG ambientalista, detallaba cómo estos establecimientos utilizan sistemas de riego automatizados y albercas gigantes que demandan enormes cantidades de agua potable, a menudo proveniente de fuentes subterráneas que deberían estar reservadas para el consumo humano. ¡Qué despiche!
Las protestas no se hicieron esperar. Campesinos bloquearon carreteras, exigiendo medidas urgentes por parte del gobierno y regulaciones más estrictas para el uso del agua por parte de las empresas turísticas. Hubo forcejeos con la policía, algunas detenciones y el ambiente generalizado de tensión refleja la desesperación y la frustración de quienes sienten que sus derechos básicos están siendo vulnerados. Estos mae se pusieron bien hartitos, entiéndase.
El gobierno, presionado por la opinión pública y ante la inminente crisis social, ha anunciado un plan de emergencia que incluye la construcción de pozos profundos, la implementación de sistemas de captación de agua lluvia y la revisión de las concesiones otorgadas a las empresas turísticas. Sin embargo, muchos consideran que estas medidas son insuficientes y llegan demasiado tarde. Algunos expertos advierten que la verdadera solución pasa por una reforma integral de la gestión del recurso hídrico, que priorice las necesidades de las comunidades rurales y promueva prácticas agrícolas sostenibles.
El caso de Guanacaste pone de manifiesto una problemática recurrente en Costa Rica: el conflicto entre el desarrollo turístico y la protección de los recursos naturales. Es evidente que no se puede seguir apostando por un modelo económico que sacrifica el bienestar de la población local en aras del lucro empresarial. Este brete nos obliga a replantearnos nuestras prioridades y a buscar soluciones que sean justas, equitativas y respetuosas con el medio ambiente. En otras regiones, similar situación ha obligado a implementar políticas más restrictivas y transparentes sobre el acceso al agua. ¿Será que estamos aprendiendo la lección a duras penas?
Esta crisis hídrica ha expuesto fracturas sociales profundas y ha generado un clima de desconfianza mutua. Ahora, más que nunca, necesitamos diálogo, concertación y voluntad política para encontrar soluciones que permitan garantizar el acceso al agua para todos los costarricenses. Pero me pregunto, ¿cómo podemos asegurar que las futuras generaciones hereden una Costa Rica donde el agua siga fluyendo y la armonía entre el hombre y la naturaleza sea una realidad palpable, y no solo un sueño lejano?
La situación, que venía gestándose desde hace años, ha alcanzado niveles críticos este año. Las lluvias fueron escasas, los ríos se secaron y ahora las comunidades rurales, que dependen del agua para sus cultivos, se enfrentan a la pérdida de cosechas y a la incertidumbre económica. Mientras tanto, los complejos turísticos, con sus campos de golf impecables y piscinas cristalinas, siguen consumiendo litros y litros, dejando a muchos vecinos sin ni siquiera para beber. ¿Se dan cuenta de la vara?
Según datos del SINTEC, la deficiencia hídrica en la región supera el 70%. Productores de limón, café y banano, pilares fundamentales de la economía guanacasteca, han tenido que suspender actividades o reducir drásticamente la producción. “Estamos perdiendo todo, literalmente todo”, lamentaba Don Joaquín, agricultor de Santa Cruz, mientras veía cómo su cafetal se marchitaba bajo el sol implacable. “Nosotros somos los que trabajamos la tierra, nosotros le damos de comer al país y nos dejan morir de sed”.
La gota que derramó el vaso fue la reciente publicación de un informe que revelaba el consumo excesivo de agua por parte de algunos hoteles de lujo. El documento, elaborado por una ONG ambientalista, detallaba cómo estos establecimientos utilizan sistemas de riego automatizados y albercas gigantes que demandan enormes cantidades de agua potable, a menudo proveniente de fuentes subterráneas que deberían estar reservadas para el consumo humano. ¡Qué despiche!
Las protestas no se hicieron esperar. Campesinos bloquearon carreteras, exigiendo medidas urgentes por parte del gobierno y regulaciones más estrictas para el uso del agua por parte de las empresas turísticas. Hubo forcejeos con la policía, algunas detenciones y el ambiente generalizado de tensión refleja la desesperación y la frustración de quienes sienten que sus derechos básicos están siendo vulnerados. Estos mae se pusieron bien hartitos, entiéndase.
El gobierno, presionado por la opinión pública y ante la inminente crisis social, ha anunciado un plan de emergencia que incluye la construcción de pozos profundos, la implementación de sistemas de captación de agua lluvia y la revisión de las concesiones otorgadas a las empresas turísticas. Sin embargo, muchos consideran que estas medidas son insuficientes y llegan demasiado tarde. Algunos expertos advierten que la verdadera solución pasa por una reforma integral de la gestión del recurso hídrico, que priorice las necesidades de las comunidades rurales y promueva prácticas agrícolas sostenibles.
El caso de Guanacaste pone de manifiesto una problemática recurrente en Costa Rica: el conflicto entre el desarrollo turístico y la protección de los recursos naturales. Es evidente que no se puede seguir apostando por un modelo económico que sacrifica el bienestar de la población local en aras del lucro empresarial. Este brete nos obliga a replantearnos nuestras prioridades y a buscar soluciones que sean justas, equitativas y respetuosas con el medio ambiente. En otras regiones, similar situación ha obligado a implementar políticas más restrictivas y transparentes sobre el acceso al agua. ¿Será que estamos aprendiendo la lección a duras penas?
Esta crisis hídrica ha expuesto fracturas sociales profundas y ha generado un clima de desconfianza mutua. Ahora, más que nunca, necesitamos diálogo, concertación y voluntad política para encontrar soluciones que permitan garantizar el acceso al agua para todos los costarricenses. Pero me pregunto, ¿cómo podemos asegurar que las futuras generaciones hereden una Costa Rica donde el agua siga fluyendo y la armonía entre el hombre y la naturaleza sea una realidad palpable, y no solo un sueño lejano?
