¡Ay, Dios mío, qué nivel de macana! Aquí en Costa Rica estamos acostumbrados a historias turbias, pero esta supera cualquier cosa que hayamos visto. Resulta que en Estados Unidos, una madre, Kendra Licari, fue descubierta como la mente maestra detrás de un acoso cibernético brutal contra su propia hija, Lauryn, de 17 años. La vaina es tan retorcida que te deja boquiabierto y pensando: ¿hasta dónde puede caer una persona?
La historia empezó hace unos años, cuando Lauryn, con 14, andaba juntándose con un chico llamado Owen. De repente, empezaron a llegar mensajitos anónimos llenos de veneno, diciéndole cosas feas a Lauryn, tratando de meterle miedo y sembrar dudas sobre su relación. Cositas como “Ya no te quiere” o “Te vas a quedar solita mientras él está con otra”. Imagínate el susto y la confusión de una niña así, en medio de su primer amor, encima agobiada con esas mierdas.
Pero eso no era ni la punta del iceberg. Con el tiempo, el acoso se intensificó a niveles demencialmente fuertes. Lauryn recibía hasta 40 o 50 mensajes diarios, con insultos, amenazas horribles, cosas bien pesadas y hasta sugerencias para quitarse la vida. ¡Un cosazo tremendo! Claro, la comunidad escolar entera se puso a investigar quién estaba detrás de esto, y Kendra Licari, la mamá de Lauryn, estaba ahí delante, mostrando una cara de preocupación falsa, buscando al agresor y lamentando el sufrimiento de su hija… ¡Mientras que ella era la que lo estaba causando!
Los padres, los profesores, todos buscaban desesperadamente al culpable. Se investigó a unas amigas de Lauryn, Khloe y Adrianna, primas del novio, inocentes que tuvieron que pasar por el calvario de ser acusadas injustamente. ¡Qué sal! Pero la tecnología moderna a veces juega malas pasadas, porque el tipo usaba apps para crear números de teléfono desechables y redes privadas virtuales que dificultaban muchísimo el rastreo. Parecía que el caso iba a quedar en la estática, pero gracias a la perseverancia de las autoridades y al FBI, se logró encontrar una pista clave.
Aquí viene el bombazo. Un analista del FBI pudo conectar las direcciones de internet con los dispositivos electrónicos de Kendra. ¡Imagínate el shock! La propia madre, la que decía estar preocupada, era la que estaba destruyendo la vida de su hija. Cuando la confrontaron con la evidencia, primero lo negó todo, pero luego, no tuvo más remedio que confesar. Admite haber creado cuentas falsas y utilizado varias herramientas para hacer el hostigamiento sistemáticamente. ¡Una torta monumental!
Al final, Kendra tuvo que enfrentar cargos penales: acoso a menores, uso indebido de equipos informáticos, obstrucción a la justicia, ¡y hasta conspiración! Termino declarándose culpable, aunque solo por el tema del acoso. La sentenciaron a casi dos años de cárcel y cinco años más, perdiendo la custodia de su hija y su trabajo como entrenadora de baloncesto. Qué brete se armó, mijo. Esto demuestra que las relaciones familiares pueden ser mucho más complejas de lo que parecen, y la salud mental, ¡qué carga es eso!
Esta historia nos recuerda que el ciberacoso es una plaga que va creciendo, y que a veces, los depredadores están más cerca de lo que pensamos. En este caso, en el mismo hogar. Y también nos plantea preguntas incómodas sobre el papel de los padres en la vida digital de sus hijos, y sobre los límites de la obsesión y el control. Gente, esta señora tuvo problemas serios, parece que tuvo traumas no resueltos y quería controlar la vida de su hija, desembocando en esta locura digital. Un verdadero reflejo del síndrome de Munchausen por poder, según algunos psicólogos.
Ahora bien, la pregunta que me surge es esta: ¿Considerando la complejidad de los traumas personales y la posibilidad de trastornos mentales, creen ustedes que Kendra Licari merece una oportunidad de rehabilitación y reintegración social, o su accionar fue tan grave que amerita un aislamiento permanente de su hija y de la sociedad? Déjenme leer sus opiniones abajo en los comentarios; me interesa saber qué piensa la gente sobre este caso tan particular y oscuro... ¡Digan lo que piensan, mi gente!
La historia empezó hace unos años, cuando Lauryn, con 14, andaba juntándose con un chico llamado Owen. De repente, empezaron a llegar mensajitos anónimos llenos de veneno, diciéndole cosas feas a Lauryn, tratando de meterle miedo y sembrar dudas sobre su relación. Cositas como “Ya no te quiere” o “Te vas a quedar solita mientras él está con otra”. Imagínate el susto y la confusión de una niña así, en medio de su primer amor, encima agobiada con esas mierdas.
Pero eso no era ni la punta del iceberg. Con el tiempo, el acoso se intensificó a niveles demencialmente fuertes. Lauryn recibía hasta 40 o 50 mensajes diarios, con insultos, amenazas horribles, cosas bien pesadas y hasta sugerencias para quitarse la vida. ¡Un cosazo tremendo! Claro, la comunidad escolar entera se puso a investigar quién estaba detrás de esto, y Kendra Licari, la mamá de Lauryn, estaba ahí delante, mostrando una cara de preocupación falsa, buscando al agresor y lamentando el sufrimiento de su hija… ¡Mientras que ella era la que lo estaba causando!
Los padres, los profesores, todos buscaban desesperadamente al culpable. Se investigó a unas amigas de Lauryn, Khloe y Adrianna, primas del novio, inocentes que tuvieron que pasar por el calvario de ser acusadas injustamente. ¡Qué sal! Pero la tecnología moderna a veces juega malas pasadas, porque el tipo usaba apps para crear números de teléfono desechables y redes privadas virtuales que dificultaban muchísimo el rastreo. Parecía que el caso iba a quedar en la estática, pero gracias a la perseverancia de las autoridades y al FBI, se logró encontrar una pista clave.
Aquí viene el bombazo. Un analista del FBI pudo conectar las direcciones de internet con los dispositivos electrónicos de Kendra. ¡Imagínate el shock! La propia madre, la que decía estar preocupada, era la que estaba destruyendo la vida de su hija. Cuando la confrontaron con la evidencia, primero lo negó todo, pero luego, no tuvo más remedio que confesar. Admite haber creado cuentas falsas y utilizado varias herramientas para hacer el hostigamiento sistemáticamente. ¡Una torta monumental!
Al final, Kendra tuvo que enfrentar cargos penales: acoso a menores, uso indebido de equipos informáticos, obstrucción a la justicia, ¡y hasta conspiración! Termino declarándose culpable, aunque solo por el tema del acoso. La sentenciaron a casi dos años de cárcel y cinco años más, perdiendo la custodia de su hija y su trabajo como entrenadora de baloncesto. Qué brete se armó, mijo. Esto demuestra que las relaciones familiares pueden ser mucho más complejas de lo que parecen, y la salud mental, ¡qué carga es eso!
Esta historia nos recuerda que el ciberacoso es una plaga que va creciendo, y que a veces, los depredadores están más cerca de lo que pensamos. En este caso, en el mismo hogar. Y también nos plantea preguntas incómodas sobre el papel de los padres en la vida digital de sus hijos, y sobre los límites de la obsesión y el control. Gente, esta señora tuvo problemas serios, parece que tuvo traumas no resueltos y quería controlar la vida de su hija, desembocando en esta locura digital. Un verdadero reflejo del síndrome de Munchausen por poder, según algunos psicólogos.
Ahora bien, la pregunta que me surge es esta: ¿Considerando la complejidad de los traumas personales y la posibilidad de trastornos mentales, creen ustedes que Kendra Licari merece una oportunidad de rehabilitación y reintegración social, o su accionar fue tan grave que amerita un aislamiento permanente de su hija y de la sociedad? Déjenme leer sus opiniones abajo en los comentarios; me interesa saber qué piensa la gente sobre este caso tan particular y oscuro... ¡Digan lo que piensan, mi gente!