Imaginen la escena, maes. Un bus cualquiera, de esos que vienen de la frontera norte, atravesando el calorón de Guanacaste con destino a Chepe. La gente va medio dormida, otros pegados al celular, el paisaje de potreros secos pasando por la ventana... una vara de lo más normal. Lo que nadie se imaginaba es que en la panza de ese bus, donde van las maletas con ropa sucia y las compras del Depósito Libre, venía un tesoro para los amantes de las tenis. O bueno, un intento de tesoro, porque a los genios detrás de la jugada se les fue al traste el negocio en pleno puesto de control.
Resulta que los maes de la Policía de Fronteras, que para nadie es un secreto que en esa ruta no se andan con cuentos, estaban en su brete de rutina cerca de Peñas Blancas. Pararon el bus y empezaron la inspección de siempre. Pero esta vez, algo les llamó la atención en el maletero: dos sacos que no parecían el equipaje típico. No eran maletas, no eran cajas de electrodomésticos. Eran dos sacos gigantes, sospechosos. Al abrirlos, ¡sorpresa! Setenta y dos pares de tenis nuevecitas, bien empacadas, listas para inundar alguna tienda o venderse por redes sociales. Un cargamento valorado en más de dos melones, así, a lo criollo.
Y aquí es donde la historia se pone buena, digna de un sketch. Los oficiales, con toda la paciencia del mundo, suben al bus y preguntan: "Buenas, ¿alguno de ustedes es el dueño de estos sacos llenos de chunches?". Silencio total. Cri-cri. Nadie dijo ni pío. Me imagino las miradas cruzadas entre pasajeros, todos haciéndose los suecos, como si nunca en su vida hubieran visto un par de zapatos. Diay, ¿qué iban a decir? Nadie en su sano juicio va a levantar la mano para decir: "¡Sí, señor oficial, ese contrabando de imitación triple A es mío!". ¡Qué torta para los dueños! Ver cómo su inversión se esfuma y ni siquiera poder reclamarla.
Más allá de la anécdota, esta vara destapa una realidad que es pan de cada día en la frontera. No estamos hablando de un cartel internacional, pero sí del famoso "contrabando hormiga" que, de poquito en poquito, mueve millones. Zapatos, ropa, licores, cigarros... de todo pasa por esos puntos ciegos. Este caso es casi de manual: alguien en Nicaragua carga la mercancía, se la da a un contacto en el bus y espera que la suerte y la pereza de las autoridades le permitan llegar a San José sin broncas. Pero esta vez, salados. La revisión fue más exhaustiva de la cuenta y el plan se cayó.
Al final, como nadie se hizo responsable del "milagrito", los 72 pares de tenis terminaron decomisados y ahora duermen el sueño de los justos en un almacén de Aduanas. Los misteriosos emprendedores se quedaron sin la mercadería y sin la plata, y los pasajeros del bus con una buena historia que contar. Es un recordatorio de que, aunque a veces parezca que aquí no pasa nada, siempre hay alguien intentando jalarse una torta y, de vez en cuando, las autoridades están en el lugar y momento correctos para evitarlo. Ahora la pregunta queda en el aire, foro: ¿Creen que este tipo de contrabando "pequeño" es un problema serio o es solo "un pecadillo" comparado con otras varas más pesadas? ¿Alguna vez han visto algo así de raro en un bus?
Resulta que los maes de la Policía de Fronteras, que para nadie es un secreto que en esa ruta no se andan con cuentos, estaban en su brete de rutina cerca de Peñas Blancas. Pararon el bus y empezaron la inspección de siempre. Pero esta vez, algo les llamó la atención en el maletero: dos sacos que no parecían el equipaje típico. No eran maletas, no eran cajas de electrodomésticos. Eran dos sacos gigantes, sospechosos. Al abrirlos, ¡sorpresa! Setenta y dos pares de tenis nuevecitas, bien empacadas, listas para inundar alguna tienda o venderse por redes sociales. Un cargamento valorado en más de dos melones, así, a lo criollo.
Y aquí es donde la historia se pone buena, digna de un sketch. Los oficiales, con toda la paciencia del mundo, suben al bus y preguntan: "Buenas, ¿alguno de ustedes es el dueño de estos sacos llenos de chunches?". Silencio total. Cri-cri. Nadie dijo ni pío. Me imagino las miradas cruzadas entre pasajeros, todos haciéndose los suecos, como si nunca en su vida hubieran visto un par de zapatos. Diay, ¿qué iban a decir? Nadie en su sano juicio va a levantar la mano para decir: "¡Sí, señor oficial, ese contrabando de imitación triple A es mío!". ¡Qué torta para los dueños! Ver cómo su inversión se esfuma y ni siquiera poder reclamarla.
Más allá de la anécdota, esta vara destapa una realidad que es pan de cada día en la frontera. No estamos hablando de un cartel internacional, pero sí del famoso "contrabando hormiga" que, de poquito en poquito, mueve millones. Zapatos, ropa, licores, cigarros... de todo pasa por esos puntos ciegos. Este caso es casi de manual: alguien en Nicaragua carga la mercancía, se la da a un contacto en el bus y espera que la suerte y la pereza de las autoridades le permitan llegar a San José sin broncas. Pero esta vez, salados. La revisión fue más exhaustiva de la cuenta y el plan se cayó.
Al final, como nadie se hizo responsable del "milagrito", los 72 pares de tenis terminaron decomisados y ahora duermen el sueño de los justos en un almacén de Aduanas. Los misteriosos emprendedores se quedaron sin la mercadería y sin la plata, y los pasajeros del bus con una buena historia que contar. Es un recordatorio de que, aunque a veces parezca que aquí no pasa nada, siempre hay alguien intentando jalarse una torta y, de vez en cuando, las autoridades están en el lugar y momento correctos para evitarlo. Ahora la pregunta queda en el aire, foro: ¿Creen que este tipo de contrabando "pequeño" es un problema serio o es solo "un pecadillo" comparado con otras varas más pesadas? ¿Alguna vez han visto algo así de raro en un bus?